Sucede cuando me dispongo a leer en la cama. Enciendo con comodidad el
velador. Elevo plegaria con fuerza al dios de los bichos que vuelan: que todos tus
seguidores estén en misa. No molestar en la noche. Al fin tomo el libro, lo
abro y procedo hacia el abismo. Después de la lectura de Contravida, siempre
pienso en su autor. Roa Bastos, el hombre, el gran escritor, y ayer, allá lejos
y hace tiempo, el pibe pobre que en Paraguay había descubierto que quería
escribir. Pulsiones irrefrenables: lectura y escritura. Podía intentarlo
mientras dormía su padre. Y no valía con luz de vela. El escritor cuenta que
para poder escribir en la noche, atrapaba bichitos de luz en el terraplén y los
juntaba en un frasco de vidrio. El pibe construía su lámpara. Leía hasta que la
luz de los portadores del secreto, moría. La muerte de las luciérnagas no le
causaba culpa. Sucede: abro mi libro y recuerdo aquella lámpara natural en el
campo. Pienso en la vida y en la muerte, como debe ser cada vez que abrimos un
libro, o escribimos, o encendemos un velador.
domingo, 31 de enero de 2016
domingo, 3 de enero de 2016
El caballo (La foto, Diario Tiempo Argentino: 03 de enero de 2016: sin firma: el diario no paga sueldo ni aguinaldo)
Me contó el amigo Deolindo Romero que
promediando el 1600 Hernandarias cruzó con un contingente de españoles el río Paraná.
Esos fueron los primeros hombres blancos que atravesaron la provincia de Entre
Ríos. Afirma Romero que hacerlo a caballo facilitó la empresa. El caballo no es
oriundo de América. El porte del animal (murmuro: empequeñecía a la bestia que
lo montaba, por eso aparecieron cascos y demás metales en la bijoutería asesina)
se sumó a perros y armas de fuego. Asustaban al nativo, sembraban el pánico.
Sabe Deolindo que quedaron muchos caballos por el departamento de Federal,
lugar que en sus principios llevó el nombre de Paso de las Yeguas.
Romero guarda historias donde el caballo dice
presente entre los hombres. Su padre fue carrero, llevaba los muebles que
construía la carpintería Sperandío de Gualeguay. Deolindo cuenta que nació por segunda
vez cuando el caballo tiró y en un salto del carro, el pibe que fue se golpeó
la cabeza. Tenía dos años. Afirma que cuando abrió los ojos vio a sus padres, al
cielo y a la barriada de otro modo. Recuerda Deolindo que en su barrio pobre, temprano
por la mañana, lo despertaban, además de los golpes de hacha naciendo leña, el
estrépito de los caballos que tiraban de los carros lecheros. También sabe que
el preso más famoso que tuvo Gualeguay, Giuseppe Garibaldi, huyó con caballos hacia
la libertad. Allá en 1837 los caballos cerraron el hocico, pero el baqueano, no:
lo delató al comisario Millán, que torturó al futuro padre de Italia colgado de
un brazo de la cumbrera de la comisaría/rancho.
Llamo “el memorioso” a Deolindo Romero porque
construye su relato diario a partir de la memoria. La barriada, el barrio
pobre, fue en sus principios un asentamiento de familias a orillas del río
Gualeguay. Deolindo, nacido en 1942, es tercera generación de pueblos
originarios. Su barrio pobre existió sobre una tierra que haría famosa otro
hijo de Gualeguay: el escritor Juan José Manauta, el Chacho. La novela: “Las
tierras blancas”.
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