La sombra habita, desde que era pibe, un lugar
en el costado de mi destino. Soñé luego, cuando hombre, que la sombra tenía la
facultad de hacerse en la sangre sin previo aviso. También soñé que se puede
nacer sombra. Sucedió sin que me diera cuenta: durante mis días del pasado -soy
un hombre viejo- me descubrí, y es más, me descubro, buscando las razones de mi
voluntad de ser en la sombra, y a la vez tratando de burlar a la mismísima
sombra. Descubrí que no es la lectura del alma la que permite el conocimiento
del sujeto. Hay que saber leer la sombra. Quien sepa leer dentro de ella
conocerá los secretos de ambos seres, porque ella también está viva. Supe de su
presencia acentuada en estos últimos años cuando percibí un aroma dulzón, parecido
al que despedían las tortas horneadas en la infancia, flotando alrededor de mi
cabeza. El aroma me espera en casa. Flota en mi cercanía durante el día, y se
guarda en la noche: entra por la nariz y hace nido entre mis ojos. Siempre fui
un pintor oscuro, dueño de una paleta de gamas bajas. Aprendí a pintar
recuerdos empastados en mi esencia sombría. Sé de qué hablo. Durante la vida el
alma se hace visible en la sombra, en la muerte el alma se hace invisible para
fundarse como fantasma. Es cuando la sombra muere. La vida es un eterno
trajinar de sombras, pinté muchas de ellas. En cada cuadro un destino. La vida
es un cuento que nos escribe una de nuestras almas, de acuerdo al impulso vital
del instante el cuento puede hacerse realidad o no. Siempre fui el mismo
incrédulo. Por eso elegí, desde el principio, retratar mentiras con la sombra.
miércoles, 2 de octubre de 2013
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