Pensamiento uno

Desde que descubrí el camino hacia la luz, no paro de rebotar contra la lámpara.















UPCN Feria del libro 2018

UPCN Feria del libro 2018
Presentación de "La marca de Gualeguay 1".

Pensamiento dos

A tener en cuenta: la felicidad es un arte efímero.

miércoles, 24 de julio de 2024

Semillas en la palma de la mano

Dibujo de Alejandro Lois



en la palma de la mano de mi madre / semillas de zapallo / maravillada de naturaleza repite / mire hijo aquello que era y aquello que será / así la vida dijo con mano plena / en su tierra presentó semillas de despedida / antes de dormirse para siempre / después de la siesta / en una tarde de mayo / ella mi madre en día de mayo nacida

 

escribe poemas avisa murmura dice / la muerte siempre dice / para que nadie olvide // llega en el viento / en el viento espera a lo largo de la vida / adentro y afuera pincela los días // fui testigo de su certeza su cercanía / llega en el viento y se descalza en el aire que rodea al viajero / de a poco en silencio se instala y busca / pinta paisaje hasta que aparece la tensión / la muerte ha decidido / en un ademán simple al paso como al descuido // apenas una resistencia / luego dejarse estar en el filo del muelle / subir al bote al río // trago a trago de barrio en barrio de historia en historia / habitar la muerte luego de la última encrucijada / un cruce de caminos sin ruido un tajo sin sangre / de una vez juntar el puñado de recuerdos y cerrar el mono / echarse a andar por el otro barrio

 

trato de encontrar la palabra que diga el vacío / anoto tu ausencia / imposible escucharte / saber que no estás cuando pienso en hablarte / nos quedamos solos / vos allá de regreso en Santa Teresa / nosotros al fin entendiendo qué es la soledad / quizá por eso trato de encontrar la palabra que diga el vacío / anoto tu ausencia / digo que distinto es el día sin la madre / distinto cuando ya no hay sortija en la calesita que nos regresaba a casa

 

Escribo brevedades. Textos entre la prosa y el poema. Brevedad, una brevedad, brevedades, así las nombra mi amiga Antonia. Otro camino de escritura. De contar el sucedido. Trabajar en la memoria para quien guste. Entonces una primera brevedad para decir la muerte de mi madre. A continuación otra brevedad para decir la última ronda. Y una pista posible que anota la soledad. Escribir a la madre de la misma manera, palabra a palabra, como la madre escribió al hijo, punto a punto, en cada giro de la lana, en la bufanda negra que me abriga cada invierno. En el renglón de la bufanda, desde sus manos, su manera de decir, de anotar la vida.

Pienso en mi madre. En saber cómo está. En decirle que estoy bien. En avisarle. Pienso

en mi madre para hablar un momento. Para que ambos escuchemos nuestra voz. Para que tengamos noticia. Aunque más no sea para comentarnos el clima. Para contarnos los precios asesinos que parió el payaso cruel de la licuadora y la motosierra. Apenas un instante después de pensar en mi madre aparece el silencio que trae la voz que me dice que ya no. No mandar el audio, el mensaje. No abrir la puerta del comedor. Ya no. Encontrarla sentada a la cabecera de la mesa roja de toda la vida. Ya no. En estos primeros días del después de su partida, me doy cuenta de que nuestro encuentro se daba entre los momentos del cotidiano. La madre era la presencia, la charla simple. Era también saber que ella habitaba la casa de infancia en Martín Coronado. Adela Selva Jaime, el nombre de mi madre.

Distinta es la ausencia de mi madre. Distinta a la de mi padre. La de mi padre cuenta con más puentes para el regreso, la visita.  La muerte de mi madre es la pérdida del origen. Tiembla la vida toda. No alcanzan los puentes. De poco las fantasmagorías. Ya sueltos todos los cabos. Cuando sólo queda el río y nuestro bote. Hoy me digo que escribo a mi madre porque tuve un abuelo poeta, un padre artista plástico, y porque mi madre escribió a sus hijos sobre el renglón de la lana. Sobre la lana de la bufanda. En renglón tejido escribo que al fin he comprendido la soledad.

Mi madre nació en Santa Teresa, provincia de Santa Fe. Un pueblo en el campo. Una pibita en un sitio donde muchas veces la comida llegaba flaca. Era pibita cuando guiaba, ella sola, el carro que tiraba el caballo. La pibita que engañaba el hambre comiendo semillas de girasol. Era pibita cuando la oscuridad de la noche de Santa Teresa -a principios de los 40- metió miedo mal horneado en su alma. Una vez alguien me dijo que de chico lo habían pasado de miedo. De ahí su valentía indudable. Mi madre no se había pasado de miedo. Entonces hizo la vida, como muchos, a la sombra del miedo.

El miedo de Santa Teresa nació en las noches de infancia. Noches cerradas. Sin luz eléctrica. Todos los días de la película de la vida fundían a negro muy negro. Oscuro el silencio. Negro hasta el cielo. Negras las criaturas que andaban en la noche. En especial los insectos. Mi madre siempre fue una feliz espectadora de la función casi mágica de la naturaleza. Pero el cariño inocente que siempre dejaba entrever llegaba hasta el perro de la familia, o hasta el caballo que aparecía en una película. No era magia de la naturaleza el camino de los insectos. Desde la noche de Santa Teresa, los insectos fueron parte del miedo, de la noche y su amenazante oscuridad.

La familia Jaime Ríos encontró su lugar -antes de que en el 50 partiera hacia Buenos Aires- en el paisaje que reunía al habitante originario y el inmigrante. Así fue que el destino siguió su curso. Desde Santa Teresa a Villa Soldati. El abuelo Eduardo de sereno –con vivienda en el lugar- en una fábrica. Hasta allí llegó la vida anterior. La memoria de Santa Teresa. Mi madre tuvo mucho cuidado de dar mayores datos de allá lejos. Algunas pequeñas pistas del cotidiano. Nunca le gustó hablar del pasado, afirma mi hermano. Es real. Porque nunca abundó la información. Ella no cuenta nada, afirma mi tía, su hermana menor. Como en toda historia humana duerme siempre el misterio, la apariencia, lo adivinado, lo entrevisto, un final inesperado de cuento, de los posibles cuentos escritos desde el primer día a consciencia en el paisaje que tocó en suerte. Quedará el silencio. Ella poco habló de aquella otra vida en Santa Teresa. Eso sí, no calló la impresión causada por la abismal oscuridad de aquellas noches de infancia.

Luego de la muerte de mi madre terminé una escritura que trata de deshilachar el miedo. A continuación el último texto de dicho palabrerío tejido en prosas y brevedades:

 

La guía de la planta de zapallo trepó por la vieja parra. Hizo cumbre en el cielo modesto del patio del fondo. Cerca de los alambres para colgar la ropa. Primero fue flor amarilla. Luego fruto que crece desde el verde. Colgó el zapallo como planeta dentro del sistema universo de la casa paterna. Mi tía dijo hace unos días, a poco de morir mi madre, que todo había terminado con la madurez del zapallo. Mi madre aún se asombraba con el casi mágico suceder de la naturaleza. Acompañó cada día el crecimiento del zapallo. En el centro del patio la vida le ganaba a la muerte. Fue su obra de arte. Ella era la única que creía y soñaba con el feliz término del fruto. Vencido el miedo, todos comimos zapallo. Durante unos días vivimos del triunfo de mi madre. Después, como siempre, el tiempo afiló su silencio. Hoy mi madre ya no dice terrible. Ella pudo escaparse del miedo que nubló sus últimos días. Se fue en un segundo. Después de dormir la siesta. El último miedo no tuvo oportunidad. Veo su silla vacía en el comedor. Su chal de lana en el respaldo. El mate de la mañana cuando es solo para mi mano. La quietud de la rueda de la máquina de coser. Sucede el día mientras el viento lleva y trae por el cielo del patio del fondo. Llevó y trajo. Así el viento.

 

Después de leer estas palabras, en el mientras tanto de una noche, mi hermano tejió, a lápiz sobre el renglón emotivo de la página en blanco, la presencia de mi madre. 

viernes, 14 de junio de 2024

El circo de la crueldad


 

No hay un hombre que toque la campana en la puerta de este circo. No. No lo hay. Sin embargo, pasen y vean. El circo de la crueldad montó su carpa. Todos adentro. Los viajeros que pasen y vean. La función lleva dedicatoria. Para el pueblo. Una obra que acentúa anteriores. Una obra que se reescribe para que el hijo del barrendero muera barrendero. Todos de parado. De pie los avisados. Los atentos. Los informados. De pie las víctimas mayores. Los desesperados. Los que ignoran el pasado mientras se los lleva puestos la urgencia del día. Los que no saben de ideas. Los hombres crédulos que compran la receta del poder. No defenderás ideas porque todo es lo mismo. Aquellos que creen que mejor es no tener ideas. Ni de uno. Ni de otro. Ser y estar moralmente orgulloso de creerse apolítico. Pues ahora, todos, pasen y vean. Tenga el pueblo querido la certeza de que verá la obra que se eligió representar bajo la carpa de este circo. Sí. Todos de pie. Todos nosotros. Toda queja será reprimida ni bien el pueblo pise donde no debe. El protocolo del circo lo autoriza. Por decreto, ley de dudosa factura, o porque sencillamente se les canta. Así lo mandan las fuerzas del cielo. Limpiarás las calles de todo aquel que se exprese en su defensa.

Las sillas del palco son para los verdaderos dueños del circo. La mejor vista. La mejor manera de pelechar la riqueza. Los que escriben el guión del payaso asesino. Sí, claro. Ese mismo. El de la tv. El que parecía tan impresentable. El que amenazaba con la motosierra. Pasen y vean. Todos, menos ellos, los del palco. Porque ellos ya saben de qué se trata la función. Ellos están de regreso. Otra vuelta en la calesita de mandinga. No llegaron desde una lejana galaxia. Vienen de acá nomás. ¿Quiénes son ellos? Los autores, los que idearon el guión. Ellos. Los Ellos. Los que cobran la entrada. Los dueños de las rejas. Los que alquilan trabajadores para que apaleen a otros trabajadores. Y en estas herramientas de alquiler ni una duda. En automático el disparo en el ojo del otro. Gas hasta que no puedas ver ni respirar. Una vez en el piso molienda gruesa entre tanta patada. ¿Los Ellos? Los dueños. Los cipayos. El poder económico. Los que cada vez construyen la llave que abre de par en par la puerta de la colonia soñada. Renovados los bríos de la colonia cuando exige el imperio. Así transcurre la obra en el circo de la crueldad. Apenas un puñado de meses lleva su mientras tanto. Pasen y vean. Que nadie cierre los ojos. Pasen. Que todos vean para que esta vez nadie olvide la función. Que después de sufrir el circo de la crueldad nadie, nunca más, olvide.

Agotadas las escaramuzas en el pasado reciente del payaso, el susodicho entró a pista. Desde ayer prometía el desierto. He ahí el origen de la arena que va colmando esta pista de circo cruel. Y ganó. Payaso que promete y cumple. En funciones desde hace unos meses el payaso electo se exaspera y amenaza. Cumple desmembrando la esperanza. Pasen y vean al payaso. Que nadie lo olvide. Ya que estamos dentro del circo, aprovechemos la oportunidad de aprender de una vez por todas. Será la obra dispuesta un canto a la crueldad. Mientras tanto el dolor. La destrucción. El temor. El horror. El hambre. La miseria. La no memoria. La mentira que encierra la burla. Hay que vernos en el susodicho circo. De pie todos. Muchos esperando una especie de milagro. Pero esta obra no sucede en el cielo. Ocurre sobre la arena donde habita el león. En el corazón del desasosiego el que de a poco deja de ir al mercado. Claro que sí, hablo de no tener la moneda necesaria para comprar la comida. Hablo de vivir lejos de la carnicería. La verdulería. Hablo de morir lejos de la farmacia donde los remedios aumentan tanto como el precio del asado. Hablo de la tarifa de la luz y el gas. Hablo del precio del pan. De mínima esos pequeños horrores cotidianos. De eso se trata. Así algunos de los actos de esta puesta en escena. Pasen y vean. Condena de mientras tanto en el circo de la crueldad. Todos de pie. Ellos sentados. Tildan, los Ellos sí, de memoria -los Ellos nunca olvidan-, los actos de esta obra que apuntala las vicisitudes de su historia de sangre. Esa necesidad de que el hijo del barrendero muera barrendero llevó a bombardear al pueblo en la plaza. Esa necesidad de desaparecer a aquellos hijos que se resistieron al sistema que siempre defiende al dios del mercado. Esa necesidad de entregarse al poder económico del imperio cuando los tiempos del miserable de Anillaco. Esa necesidad de dar porque es tan lindo dar buenas noticias. Esa necesidad del rey de amarillo de destruir la vida desde su altura de reposera. Entonces la aparición del payaso de esta obra de circo cruel, no es la llegada de un marciano que hoy se le ocurre paralizar la tierra, y transformarla en arena. Pasen y vean. Mientras a todos nos dejan de a pie. Ah, cierto. No a todos. No olvidar. A los del palco, no. A los Ellos no. Ellos tildan orgullosos el accionar histórico de sus mandaderos. Con casco o con Ferrari. Atención, vista al pasado. Ahora vista al frente. Pasen y vean. Los Ellos no se pierden detalle. Ya lo dijo el poeta Josecito de la ferretería. En estos tiempos crueles, el poeta acuñó el término destructivismo. Luego, el payaso, un destructivista. Y los Ellos, apologistas de la gorra y del sálvese quien pueda, también destructivistas. Los Ellos medran y se reproducen en la ignorancia que funda al individualista, que nace en la negación de la memoria. Los Ellos festejan, afirma Josecito de la ferretería, dentro de las prácticas asesinas de la barbarie de mercado. Entonces pasen y vean. Aquí estamos. Aquí nos trajimos y también nos trajeron. Salú a los medios de comunicación.

Muerte al Estado. Meta tajo de motosierra y a la bolsa. Da lo mismo el recorte en jubilaciones y moratorias, en salud, educación, cultura, ciencia y técnica. Acá tienen ustedes lo prometido. La obra pública ha muerto. El payaso, en el centro de la pista avisa que por ello siente orgullo. Quién se atreve a contar a los sin trabajo. Así el acto rabioso en el circo de la crueldad. Desde el costado de la pista, la primera écuyère del payaso, evalúa nuestra cara. La caripela de los viajeros condenados. La écuyère ladra, alienta, y el payaso ahora habla de héroes. Nada que ver con los muchachos obligados a ser héroes en Malvinas. No. Los héroes a quien se refiere el payaso son los fugadores de dólares. Aquellos que logran zafar de los controles del Estado. El payaso se babea de feliz ante su ocurrencia. La écuyère aplaude ardida en seducción. El drama para el pueblo está planteado. Desarrollado el puñado de personajes. Vueltas a escena fueron las recetas liberales de ayer. Cuando no quedó una fábrica en pie. Miles los desocupados. Los condenados. Es cierto. Jamás con el descaro, la ignorancia y la burla del payaso que sigue de show en el centro de la pista. Función en el circo de la crueldad. Pasen y vean. Sí, ustedes, los de a pie. Y que nadie venga a decir que ojalá al payaso le vaya bien. Porque es un error. Si le va bien al verdugo, peor para el condenado.

Todo parece controlado bajo la carpa. Sin embargo, la palabrita aparece. Pero… y entonces sucede un chiflido general en diversas sintonías. Aparece el chiflido que viene desde la memoria de la última dictadura cívico militar. Un chiflido desde los 40 años de democracia cuando, de repente, el payaso pinta su cara en un decreto que intenta pasar sobre el Congreso. Un chiflido en las calles del paro y movilización de trabajadores. Y de todos los condenados de la cultura, la educación. De todo aquel que transita su vida en el mundo del trabajo. Pasen y vean cómo nosotros, los condenados, resistimos la condena. Uno al lado del otro. Y en el otro la patria. La resistencia después de la motosierra y la licuadora. Acaba de terminar la primera  y la segunda parte de la obra. De la misma manera que sucedía en el circo criollo mientras perseguían a Juan Moreira. Moreira ha muerto. Que viva Juan Moreira desde esta nuestra oposición al circo de la crueldad. Para poner fin a tantas injusticias. Que viva lo inesperado en este nuevo quehacer después de la derrota. Solidarias jornadas donde el pueblo bajo la carpa rompa el silencio de lejanías. Que baje a la pista. Que grite resistencia y esperanza. Como sucede. Como ha empezado a suceder en estos meses. Juntos. Todos juntos. De pie por elección y no por mandato. De pie el vecino, el profesional, el universitario, el director de cine, el colectivero, el obrero, el recolector de residuos, el cartonero, el poeta, el que vive en la calle, el comerciante. Todos juntos. La mano tendida hacia el otro tratando de asir lo mejor de nuestra condición humana.

El payaso asesino estalló furioso. Alcanzó a decir que él era tan, pero tan grande, que se habían tenido que juntar todos para enfrentarlo. Ceguera y soberbia. El circo de la crueldad tiene final abierto. Así parece. A pesar de la compra de voluntades en la renovada intentona por ser colonia. Así parece. Ojalá. Permanecer en la resistencia es, debe ser la idea. Todos juntos.

martes, 21 de mayo de 2024

Tierra mojada

Dibujo de Alejandro Lois


Dos de la madrugada sobre la mesa roja del comedor. Empieza el partido. Abierto el estadio. Corridos los mantelitos individuales. Los vasos. Las migas de la cena flaca. El médium abre cancha. La hoja en blanco. El lápiz negro en bandolera.

El dibujante tiene una necesidad primera. Parar la bulla que traen los días desde el fatídico diciembre. En el paisaje del país todo queda a mano de la cadena que gira y tiembla y el grito que amenaza. La mayoría de los viajeros: condenados. Los hay conscientes. Y están los que no. Hay caras con certidumbre. Y están esas caras de los que creen no estar en la lista de los condenados. A ellos no les va a tocar. O la cara que ponen los que dicen que hay que dar tiempo a los asesinos. Que recién empieza el cambio. Que ojalá les vaya bien. La bulla de la víctima que nada sabe de su rol. Los que perdieron la oportunidad de andar entre las miradas de la historia. Los que no hicieron camino. Los que no construyeron idea, memoria e identidad. La bulla desde la incertidumbre. Y la resistencia de todos aquellos que saben de la bulla cruel de la motosierra. Y en el mientras tanto los precios. Licuada la moneda. Amenaza. Violencia. Odio. Bulla cruel sobre el paisaje. A diario. Una mano de provocación y humo. Un golpe certero en el corazón de la vida. Bienvenidos al circo de la crueldad.

El médium, que no sabía que lo era, pero que sí sabía que era dibujante, venía de días de bulla devastadora. Se sabía, en esta noche, condenado al insomnio. Entonces decidió resistir al tiempo que la resistencia se fundaba también como recreo, como un viaje. Decidió intentar su arte. Auténtico. Motivado simplemente por ideas. Arte creativo. Una jugada que, al menos, por un tiempito, se lo llevara lejos de la bulla cruel del destructivista.

La casa paterna del dibujante es de cara angosta al frente. El terreno corre fino al principio, y desde la mitad hacia el fondo alcanza su mayor anchura. La casa siempre tuvo dos patios conectados por su nombre. En límite imaginario, como si se tratara de dos barrios, el patio de adelante se transforma en el patio del fondo. Y hacia el patio del fondo es que, de repente, el dibujante dirige la mirada. Sus ojos sobre la puerta mosquitero que da al patio del fondo de la casa de Martín Coronado. Algo atrajo su atención cuando se disponía a dibujar sobre la mesa roja del comedor.

El patio del fondo lleva hasta el taller de pintura de su padre, que desde hace un puñado de años vive en la muerte. El patio también lleva hasta un galponcito rústico que guarda objetos y utensilios que dicen de la vida pasada. El patio del fondo es donde con mayor decisión se acentúa el paso del tiempo. El dibujante sabe que la casa toda es tiempo pasado, pero el maelstrom está en el fondo. Los viejos canteros y macetas quedan bajo la mirada atenta de su madre. Ella ordena los trabajos que las plantas necesitan, y el dibujante procede mientras ella descubre brotes y flores nuevas, mientras se sigue sorprendiendo por el quehacer casi mágico de la naturaleza. Repartidos en el patio y en los canteros junto a las plantas, hay dispuestos, con el mejor celo de curador, una serie de objetos que también dicen el paso del tiempo. Hay una cocina, un lavarropas, restos de un par de computadoras, una parrilla puro óxido, y una cantidad de escombro metálico que alguna vez formó parte de la vida en el mundo. Una exposición. Una de las posibles crónicas donde ensayar sobre los recovecos de los días.

El dibujante está a punto de entrarle a su intento de arte. Sucede en la primera parte de la madrugada. En el mientras tanto del silencio de la noche. Duerme su madre. Duerme en la noche estrellada de un día a fines del verano.

De repente supo del fantasma. Se expandió, se abrió su flor en el fondo de la casa, casi en el corazón del patio. Presintió. Adivinó. El fantasma se detuvo frente a la puerta. Se detuvo parte de su sustancia frente al tejido mosquitero. Pero a través del silencio y la noche, el aroma que trajo, que era la mismísima aparición, entró en la casa. El dibujante nada veía tras el límite de la puerta. Todo era quietud y aroma en la clara presencia.

No había ni una pizca de brisa. El aroma que se extendió por la cocina y el comedor gozaba de propia voluntad. En la mesa roja, sobre ella, se instaló el aroma nacido de la tierra mojada. Era la tierra mojada. Su buen fantasma. Su sustancia. Su poema dicho en la noche.

El dibujante se vio sorprendido. Incrédulo ante esta forma de la magia, ajustó el esfuerzo de su mirada hacia el fondo de la casa. No dudó. Y se puso de pie de manera lenta. Y lento caminó sobre la tierra mojada que respiraba en la cocina. Cuando llegó a la puerta mosquitero, levantó la mirada. Bien al frente. Avisaba que iba a salir al patio. Pedía permiso para abrir la puerta. Aterrizó en el cemento alisado. Ahí donde la tierra mojada era el patio del fondo. Reconoció el escalón en la oscuridad. Subió. En el aire, como si flotara un planeta, vio el zapallo gigante que cuelga desde la parra. Otra magia que siempre nombra su madre. Lo dicho, su felicidad está en el asombro que le provoca la naturaleza. Caminó por el patio. Habían pasado dos días después de la última lluvia. La tierra estaba seca. Y sin embargo el dibujante caminaba en medio de la tierra mojada.

Volvió sobre sus pasos. Todo su universo, su exposición, estaba en su lugar. La aparición del fantasma de la tierra mojada no había afectado el paso del tiempo ni su representación. Al menos eso creyó.

La puerta mosquitero lanzó su queja metálica cuando se cerró. No recordaba haberla escuchado al salir. Acercó su cara al mosquitero a modo de saludo. Giró y caminó hasta la mesa. Sobre el rojo. En el silencio. En la noche. El aroma a tierra mojada. Aspiró en profundidad. Una vez. Dos veces. Se aflojó su cuerpo. Desaparecieron los dolores físicos. Recuerda que alcanzó a tomar el lápiz en medio de la tierra mojada. Y al parecer dibujó.

Vio a su padre salir del taller. Traía en su mano izquierda el cartón donde dormía el boceto del último cuadro, el que quedó sin pintar. El viejo caballete ya estaba abierto en el centro del universo patio. Igual la mesita de patas altas donde se apoya la paleta. Desde debajo del limonero fantasma volvió Batuque, el primer perro. Hizo la fiesta de siempre, como cuando era ayer. Volvió Garúa y sus ojos de miel desde su lugar al costado del galponcito. Se puso en dos patas, casi de la altura del padre. Se corrieron en silencio las baldosas blancas apoyadas sobre la tierra, y volvió Trueno, el peludito, el tercero de los festejantes. Mientras el padre del dibujante pintaba, los tres perros merodeaban a su alrededor. Husmeaban misterios y colores y regresos de más allá entre las bondades del aroma a la tierra mojada.

Cuando despertó, el dibujante estaba feliz, aliviado. A veces se quedaba dormido con la cabeza apoyada en la mesa. Pero esta vez se sentía distinto. Al dibujo que no recordaba haber hecho, le faltaban algunos detalles. Trabajo para mañana.

Recordó el aroma a tierra mojada. Una ausencia en el paisaje. Dudó. Acaso realidad. Acaso sueño. Tal vez el persistente deseo de regresar a la felicidad de ayer, y a la posibilidad de la felicidad en el presente.

Pensó en la tierra mojada como metáfora del nacimiento de la esperanza de una nueva vida. Eso me dije. El dibujante llevaba en su interior, sin saberlo, y sin saber que era médium a través de su arte, el deseo de una metáfora que lo ayudara a ver y escuchar entre la bulla de estos tiempos tristes. A no olvidar jamás la función en el circo de la crueldad. Eso me dije. Habrá que renovar fuerzas. Tierra mojada como resistencia. Tierra mojada como felicidad. Tierra mojada como verdad. Tierra mojada como amor. Tierra mojada como país. Tierra mojada como solidaria presencia. Tierra mojada como renovada victoria.

Retorna la vida. Volver. Otra vuelta en la calesita de los días. Regreso, Resurrección desde el buen fantasma de la tierra mojada.

Eso me dije. Luego escribí el sucedido que narró el dibujante, mi hermano. 



martes, 16 de abril de 2024

Fotos en Buenos Aires

 


Abrir y cerrar de ojos. Principio y fin de una mirada. Como en un click. Como cuando el sonido de la muerte. Una foto. Otra. Y otra más. Fotos en Buenos Aires. Fotos sin la celeridad de un disparo de celular. Fotografías para ver. Para ver diversos quehaceres de ciertos viajeros en la ciudad. Buenos Aires hoy. Fotos escritas en la memoria reciente. Dirá el tango que aún no se escribe que la ciudad es paisaje cruel. Que lo es el país todo. Que los destructivistas están de regreso. Volvieron aprovechando olvidos. Volvieron subidos a desesperaciones. Esas individuales y salvajes maneras de ser. Cuando el mérito es única religión. Cuando el otro, la patria, no importa. Fotos en Buenos Aires. Hoy. Ahora que ellos han vuelto. Abrir y cerrar los ojos en el mientras tanto del paisaje urbano.

 

Transcurre el viento sobre la vereda de la estación Federico Lacroze. Donde nace y termina el ferrocarril Urquiza. A principios de la mañana. Van y vienen. En tránsito los viajeros. Afán e intención. Apuro. Poco a la vista en medio de la velocidad que funda el olvido. Febo, alto en el cielo de la ciudad, casi siempre evapora, y con rapidez, la memoria. Un muchacho, que sale del hall de la estación, lleva un cigarrillo a su boca. Guarda el atado en la mochila. Busca el encendedor. Detiene su avance mientras dispone el fuego. Un instante. La oportunidad del momento mínimo. Llega hasta el muchacho que enciende el cigarrillo, un hombre. A juzgar por la huesería y las canas. Por la curvatura de los escombros. Un hombre no menor de 70 años. Se mueve su brazo derecho, su mano levanta vuelo en el viento. Roza sus labios. Fuma un cigarrillo fantasma exactamente como fuman los fantasmas. Fumar con la mano vacía. La boca vacía. La mirada también silenciosa y vacía. El gesto sale a jugar en la mañana. Imposible negar su lugar en el paisaje. Ya es parte de la urbanía que contiene ciertas señales de la vida.

El muchacho termina de encender su cigarrillo. No piensa en el hombre viejo que pide un cigarrillo. No piensa en el gesto a mano alzada. Tampoco piensa en que él mismo mañana pueda ser un hombre viejo que pide un cigarrillo. En esta foto que escribo digo que el muchacho, en el momento del cara a cara, quizá sí hace cuentas. Que cuánto es lo que podría compartir. Que cuánto es lo que quiero compartir. Finalmente, ¿quiero compartir? Fue cuando encontró la respuesta. Movió su cabeza. De un lado a otro. Dijo que no al pedido del otro.

El hombre viejo. El fantasma. Dejó de fumar en el viento. Como fuman los fantasmas en el viento. Sin cigarrillo. Libre la mano. Cambió pucho por ademán de saludo con desgano. Al mismo tiempo llegaba –raspaba- su mirada sobre la vereda.

Apenas. Hizo falta apenas una puntita de aviso. Humo sobre la vereda. Humito como mapa del tesoro. No es humo sobre el agua, pero la música del momento tiene su solo. Un punteo de hombre solo que se agacha con lentitud. Otra vez es su mano derecha la que avanza. Una foto dentro de la foto. Humea el pucho, el sobrante de lo que fuera cigarrillo. Filtro con acaso de efímera sustancia. Humea en la mano derecha del hombre viejo. El hombre viste remera negra y pantalón negro. En ambos el trajín de los días. Se apoya contra una baranda de metal del frente de la estación, y fuma. Aspira profundo. Descansa. Se afloja la expresión en su cara. Chupa. Bebe de manera placentera. El hombre viejo en el viento. El humo en el viento.

 

La mujer lleva puesto un gorrito negro. Este recorte de vida. La foto. Sucede sobre la vereda de una avenida. La mujer levanta sus utensilios del dormitorio. Pliega y guarda dentro de un changuito. Trapos y cartones. Dormitorio a mitad de cuadra. Ocho y media de la mañana. La ciudad sucede a velocidad. Así hasta en la noche. Una mujer que lleva gorrito. A dos cuadras de Avenida La Plata y México. A dos cuadras de la esquina tapera que guarda el casco descolorido del México. Café de ayer. Alejandra, la moza, repite dentro de la memoria del bar el estribillo que usaba como amuleto para la vida: Qué se le va a hacer… Vieja foto de Alejandra dentro de la película del tiempo. A dos cuadras del refugio para fantasmas del México, una mujer que ya no es una piba y que lleva gorrito negro -insiste el click de esta escritura- levanta su dormitorio en la avenida. Hoy. En Buenos Aires.

 

Cansados. Sobreviviendo. Refugiados en el sueño. En el borde -el filo- de los tiempos que corren. De la ciudad cruel. Un hombre y una mujer. Ellos, los que descansan a principios de la mañana. El dormitorio bajo techo. El colchón para dos en la ochava. La encrucijada de barrio se presenta desierta. El paisaje a unas cuadras de La Plata y Cobo. Pasa un auto negro. Dentro del auto uno de los viajeros intenta dar testimonio del sueño de la pareja. Guarda en la memoria. Escribe la foto en el viento. En Buenos Aires. Hoy.

 

Desde la noche surgen como aparecidos tres muchachos jóvenes. Duermen en la mañana. Viven en la calle. Uno duerme bajo el techo de una parada de colectivos. Sobre el banco. Cuelga desde el banco de madera. Quizá la remera le sirva de falsa almohada. Otro muchacho duerme acurrucado contra la persiana de un comercio cerrado. Un tercer muchacho duerme a unos metros de los otros dos. Duerme dentro de lo que semeja una mordida en la línea de edificación de la avenida. Duerme como contorsionista, apenas tiene el lugar necesario para el simulacro. Los tres refugiados que llegan desde la noche quedan a la vista sobre Avenida La Plata. En cercanías del recuerdo del Viejo Gasómetro de la cuervería. En cercanías del predio recuperado por San Lorenzo, y que fuera usado como vacunatorio contra el covid. Sucede cada foto. Hoy. En Buenos Aires.

 

Ella en viaje. Blanca en canas. Bondi a velocidad por la avenida. Viaja sentada en uno de los asientos ubicados a la espalda del bondinero. La viajera lleva su mano izquierda a la altura de su cabeza. Intriga. Qué es lo que intenta hacer esta mujer. Qué es lo que hace. Parece sostener su oreja. La cubre como si doliera. La cubre como si pudiera caer al piso. Ojos bien abiertos. La mujer no mira por la ventanilla. No importa la mirada del pasajero. Viaja ensimismada. Reacomoda su mano izquierda. No deja ver su oreja. Su pelo tan blanco llega hasta el hombro. Se suman las cuadras. Aumenta el misterio. Qué es lo que hace la anciana. Hasta que al fin un movimiento la delata. Lleva en su mano. Con disimulo. Se sabe viajera de otro tiempo. Casi hasta de otro planeta. La mujer acerca una radio pequeña a su oreja. Nada de celular con cables. Una radio de ayer. Una radio para debajo de la almohada. Esa maravillosa magia. La radio durante todo el día. La mujer se va de viaje. En la mañana. En la ciudad de hoy.

La radio es mi única compañera. Día y noche. Programas elegidos a conciencia. Cuando supe al fin que la mujer que iba en el colectivo llevaba una radio chiquita apoyada en su oreja, la imaginé dentro de la imposibilidad de abandonar la escucha. Algo llegaba –sucedía- a través de la radio. Entonces jugué a imaginar que la mujer escuchaba lo mismo que yo había escuchado el día anterior a principios de la tarde. Ocurrió esta foto en Rosario. Un muchacho de unos 20 años, de nombre Ezequiel, había muerto. Cirujeaba con su carro cuando se le ocurrió cortar unos cables de la red eléctrica subterránea. Esa necesidad de llegar a unos mangos más. Esa tentación de Ezequiel. Y las consecuencias en un video parido viral. Ezequiel quemado. Nublado. Perdido luego de la explosión. Las palabras del convite (hashtag) en X: “uno menos”. Sí, dale que sí. Un chorro menos. Dale un “me gusta”. En la radio escucho la voz de Melina, que fuera maestra de Ezequiel. Escribió en las redes sociales luego de leer comentarios de muchos festejantes de la muerte. Melina escribió y sacudió el tablero: No quiero que lo recuerden así. (…) Era tan dulce y siempre sonreía. Yo no quiero que lo recuerden así. Estamos en deuda. Qué crueldad. Él tiraba de su carro, andaba cirujeando. El hambre no espera. Era tan dulce, tiraba de su carro. Y el que esté libre de pecado, que tire la primera piedra. Cuánto dolor. Entonces el eco llegó hasta algunas radios de Buenos Aires. Escucho las palabras de Melina, su mirada, su foto de Ezequiel, su escritura de los recuerdos. Guardé emoción y verdad en la memoria.

Ella, la mujer, blanca en canas, escucha radio en el colectivo. En una radio de ayer. Mientras ella viaja imagino que llega, se repite, la mirada clara de Melina. Cuenta el paisaje triste por donde Ezequiel empujaba el carro. Así el mientras tanto de miles de viajeros. Apenas un puñado de fotos en la urbana crueldad mientras el llanto, la palabra, la idea, la resistencia.

martes, 12 de marzo de 2024

Proyecto Boedo



En el buen viento de la vida solidaria. En estos tiempos tristes. En la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. En el barrio y alrededores. Que no hay fronteras reales entre barrios. Sólo el amor a la pertenencia. Memorias. Viajeros. Casas, lugares, calles, esquinas. El amor a la identidad que se extiende y bosqueja los emotivos límites de los barrios en la pequeña gran historia de cada día. De mi barrio recordado hasta el barrio del otro. Porque la patria sigue siendo el otro. Y las circunstancias, de todos.

En el viento bueno de lo humano. De mano en mano. Entre desconocidos viajeros de la historia de todos. De la mano del vecino que atiende el localcito de la granja. Casi en una de las esquinas de San Juan y Treinta y tres orientales. De la mano del amigo Darío. Siempre dispuesto a ayudar al que necesita. Vecino, comerciante, sobreviviente y compañero. De su mano recibo una hoja de papel plegado. En la hoja un texto que ahora copio en una página del periódico Desde Boedo. Una publicación que hace 22 años se ocupa de contar la ciudad. Desde el barrio hacia los barrios. De contar los barrios donde los viajeros hicieron y hacen la vida durante “nuestro” mientras tanto.

En el buen viento de la vida solidaria viaja una hoja, una manera de decir las ideas, de entender el paso de las causas y consecuencias. Vuela la hoja, el texto, la ayuda, la mano, de Proyecto Boedo.

Un desplegable de papel simple. En la sintonía del blanco y negro. Compacto. Pequeño. Para guardarlo en el porta documentos. En cualquier bolsillo. La cartita de un amigo invisible cuando transcurrían los primeros tiempos de infancia. Una boca. Una bocota que es grito ilustra la portada. Interior negro. En letras blancas se lee: Recursero.

Acabo de abrir el Recursero de Proyecto Boedo: ¡Hola a todos! Somos una agrupación de vecinos trabajando con el objetivo de ayudar a personas en situación de vulnerabilidad social y en la resolución de distintas problemáticas barriales. Realizamos entrega de viandas, ropa, kits de higiene, tramitación de documentación y subsidios, y contención. IG: @proyecto.boedo / WA: +54 9 11 2597-4776

En la tercera página de la publicación: Teléfonos útiles:

#108 Atención de personas en situación de calle – información y orientación sobre adicciones – contención y asesoramiento a personas embarazadas – denuncias sobre desalojos – información sobre CIS (centros de inclusión social).

#144 Dispositivos de alojamiento, recuperación y atención a las víctimas de violencia doméstica y/o sexual.

#141 Para personas con signos de intoxicación producto de un consumo problemático.

Cuarta página para Ellas: Centro de Integración Frida: 15 de Noviembre 2317, CABA Tel. 11 4304-2524 o 11 4305-6014 Todos los días: Consultas médicas y salud sexual y reproductiva / Espacios terapéuticos (individuales y grupales) y apoyo ante consumo problemático de sustancias / Articulación con otras instituciones / Facilita la inscripción a los Centros de Primera Infancia (CPI) y promueve los controles de salud regulares / Espacio para dormir.

Quinta página para Ellos: Centro de Integración Monteagudo: Monteagudo 435, CABA Tel. 11 4912-3568 Todos los días: Consultas médicas / Espacios terapéuticos y apoyo ante consumo problemático de sustancias / Articulación con otras instituciones / Enfermería, medicación y curaciones / Almuerzo y cena / Duchas / Espacio para dormir / Asesoramiento y gestión de trámites.

Sexta página: Cómo colaborar con Proyecto Boedo

cafecito.app/proyectoboedo o comunícate con nosotros a través de: IG: @proyecto.boedo / WA: +54 9 11 2597-4776 y te contamos sobre todas las formas de ayudar.

Séptima y octava página: Violencia Institucional:

Ministerio Público de la Defensa: Lunes a viernes de 9 a 16 hs. / Teléfono: 11 7091-3388 / 0800 –DEFENDER (33 – 336 – 337) / violenciainstitucional@mpdefensa.gob.ar

Secretaría de Derechos Humanos: 0800-122-5878 / WhatsApp +54 911 4091-7352

Defensoría del Pueblo de CABA: Avenida Belgrano 673 / Lunes a viernes de 10 a 17 hs. / Teléfonos: 4338-4900 y 0800-999-3722 / consultas@defensoria.org.ar

Secretaría letrada contra la violencia institucional: México 890/92 / Teléfono: 7091-3388 / violenciainstitucional.defensoría@jusbaires.gov.ar

Ministerio Público Tutelar: Teléfonos: 0800 12 27376 / WhatsApp: +54 911 7037-7037

Asociaciones Civiles:

www.culturadetrabajo.org.ar

www.accionpsc.com

www.abrigarderechos.org.ar

www.fnv.org.ar

Las pequeñas páginas con su información se suceden sobre una cara del papel. En el reverso aparece una fotografía, un primerísimo plano, de Leónidas Barletta (1902-1975), un personaje notable del barrio de Boedo. De una Buenos Aires para los trabajadores. Escritor, dramaturgo, periodista. Hacedor del Teatro del Pueblo. El hombre de la campana, ese fue Leónidas. Fundador y director del periódico Propósitos. El grupo de Proyecto Boedo rescata su figura en su impreso con la siguiente cita de Cuentos del zapatero Artidoro: Es curioso el mundo, bella mía. Lo ponen a uno dentro de una jaulita sucia o dentro de una jaula dorada, es lo mismo, y le dicen: usted es libre.

Baldosas. Veredas. Esquinas. Bajo techos de ochava. De baldosas debajo del colchón o el cartón. El cemento de bajo autopista como refugio. Buscando la sombra. Para evitar la lluvia. No hay poema. Sin luz de luna. Sin estrellas. Así en el día. Así en la noche. Comunidad de viajeros jóvenes. Muchos cartoneros. Tantos puertos. Dormir sobre baldosas. Dormir en la calle. Vivir en la calle. La ciudad afila su maquinaria violenta. El carro, el bote, se detiene fuera del río del tiempo que todo se lleva. Por donde todo deriva. Al lado del viajero que descansa, los utensilios mínimos para la sobrevida. Los trapos necesarios. Las botellas con agua. Las bolsas. También los gestos. También el silencio. Lo necesario mientras sucede la jugarreta final de un sistema desbocado. Inmoral. En el barrio. En los barrios. En el todo. En la extensión de este mundo enfermo. Muchos son los viajeros que viven en las calles y avenidas de la ciudad.

Sucede entonces que en medio del desastre aparece un grupo de vecinos del barrio. Aparecen viajeros otros. No como los que vienen a llevarse el perro que acompaña a quien duerme en la calle. Sí, claro que sucede. En el sistema político de la ciudad respiran salvajadas varias. Entonces aparecen los buenos vecinos en el buen viento de la vida solidaria. Dan la mano. Necesidades varias. Gestos varios. Es ésta una de las posibles resistencias dentro del pogo del payaso asesino. Dentro del ideario neoliberal. Del horror del capital concentrado.

Es la mañana. Una más. Nuevo día. Así en el cielo como en la ciudad. En el país. En el barrio de Boedo. Camino y pensamiento. Porque la falsa libertad ya no avanza. Nació. Está. Venía naciendo desde la derecha. Avanzó. Giró. Venía girando bien a la derecha. La mayoría de la sociedad apoyó al payaso mesiánico. Ganador. ¿Lobo está? Claro que sí. El payaso dijo: la justicia social, esa aberración. Dijo el dios de mal trazo. Violento. Vengativo. Creído. Iluminado por el peor de los cielos. Maldad y oscuridad en su verba plena de amenazas y filos. Licuadora y motosierra.

Entonces, ¿el tablero donde los viajeros jugaban sus fichas? Una revoleada por aire y tierra. Una violenta patada sobre todo el tablero. Que todo viajero recuerde. Que todo viajero trate de guardar memoria. Por favor, que nadie olvide. Prohibido olvidar una vez más. Unidos los viajeros. Los vecinos. Proyecto Boedo con el otro. Con la patria. Estar. Dar la mano. Una manera de la resistencia. Un plegable de papel. Una simple fotocopia. Una página en el periódico. Un texto en el buen viento de la sociedad solidaria. La palabra. La idea. Pasa de mano en mano.


lunes, 5 de febrero de 2024

La maldad de "El tío Silas"



 Era pibito de barrio. Sucedió en tiempos en que fui pibito de barrio en Martín Coronado. Sentado en la escalera -que llevaba a la terraza de la casa- abrí la revista de historietas. Dentro de ella. Desde su buche –oscuro, silencioso, muerto- brotó, se subió a la tarde que avisaba lluvia cercana, la maldad del tío Silas. La escalera al techo era mi lugar -mi refugio- de lectura cuando el terror se hizo dibujo y palabra.

Elegía la escalera. Pegada a la medianera. Ahí permanece después de casi toda nuestra historia familiar. Su universo desagua en el patio del fondo. Rodeada de memorias. Pequeñas. Memorias de morondanga. Apenas murmullo de garúa. Alguna subida ansiosa en busca de un misterioso regalo que encontré en una nochebuena. Subir la escalera para ver cómo se elevaba un globo de luz hacia la noche. Durante mi infancia la entrada a la escalera presentaba una puertita baja de madera pintada de celeste. Desde hace ya una eternidad lleva puerta alta de chapa con llave.

En sus escalones la hojarasca de los días. Y un silencio de escalera. Y el terror causado por el tío Silas.

Subía en las tardes. Buscaba mi escalón. Cuatro antes de llegar a la terraza. Leía. Desde el principio de la historia llevo un libro en mi mano. Desde que aprendí a leer. Desde que desperté en una casa con libros. Sin embargo, y aun sabiendo que la escalera de cemento era el lugar elegido para ser en la lectura, no recuerdo libro alguno en la escalera. Es más, no recuerdo libros ni otras revistas. Cada vez que subo la escalera miro el escalón donde tantas veces agoté mis tardes de lectura. Pero de todo ese tiempo, hay en mi memoria una sola tarde. Con amenaza de lluvia. Cuando apareció el tío Silas.

Su aparición parece debida a una conspiración de magos. De repente estoy. Soy en la escalera. Y tengo en mis manos la revista de historietas. Era flaca en páginas. A color. No hay pista alguna de su origen. No recuerdo que mi padre me regalara historietas. Simplemente la revista estaba ahí. En mis manos. A punto de encender su maquinaria de miedo y maldad.

Negro. Azul. Celeste. Rojo. Blanco. Colores que regresan. La voz del narrador. En finas líneas negras, sobre rectángulos claros, el hacedor de las palabras acompaña el relato que pronuncia, ante todo, el dibujo. Porque el horror está en el dibujo. Luego de la presencia de los diálogos entre la maldad y los condenados, está en el dibujo el secreto primero del encendido de un mundo por demás oscuro. Un mundo donde todo es puesto en duda. Un mundo donde el contexto sólo dice la locura. Un mundo que está siendo desmembrado, aserrado con placer y fanatismo.

El horror entró paso a paso entre mis pensamientos. Anidó. Como al descuido.

Tiene sabor el horror, hoy lo sé. Sabor de tajo amargo en la boca cuando está llena de agua salada. Sé que el tío Silas, su maldad, el miedo, el portador del terror, nació con un primer temblor en las manos, las mías, las manos que sostenían la revista, las manos que, sin poder evitarlo, desean, buscan, de primera intención, la caricia de la vida. Aquel temblor fue incertidumbre fundacional. Una obertura que avisaba de la sima del horror. Y esa misma incertidumbre, veloz, mostró otro de los sabores del horror, la certidumbre de una amenaza que lamentablemente llega a destino. Un terror concreto que llega hasta el día. Sabor a trago de fuego y sangre después del tajo amargo.

Aquel miedo encontrado en la lectura fue, sin dudas, uno de los primeros en mi vida. Saqué la vista del dibujo. Puro susto. Terror el trazo. Terror en las palabras. Sí sabía el pibito que fui que un día sigue al otro. Entonces apareció la mirada volviendo a la página. A ver cómo sigue. Un primer gesto de resistencia. Pero el susto se hizo miedo, y el miedo: terror a partir del horror entrevisto.

Cerré la revista. Quedó sobre mis piernas. Pero enseguida, para asegurar la distancia, la apoyé sobre el cemento del escalón inferior. Una manera de protegerme. Una primera reacción. Me digo hoy que en ese ayer pensé o me pregunté sobre cómo es que el horror había sucedido. El pibito que fui volvió a abrir la revista. No una, varias veces. Recorría las páginas hasta una en especial. En ella la esplendorosa maldad del tío Silas.

Aquí está. Regresa en esta memoria. El tío Silas en la escalera. En una tarde de lectura. Antes de la lluvia. Aparece tan flaco. Tan alto. Aparece con cara de esqueleto. La cara tiene un tinte verdoso, el color de la enfermedad. Tiene ojos, el esqueleto tiene ojos. Tiene boca. Habla de violencias y horrores. También amenaza. En sus manos ronronea la muerte. En sus manos la muerte. Unos cuantos cabellos revueltos caen sobre la frente. Lleva sombrero de aparecido. Rojo, el sombrero es rojo. Sus brazos se extienden en el aire. Las manos como garras. Descarnadas. Asesinas. Amenazan salir del cuadro de la historieta. De la página. Manos ocupadas con un desafiante delirio, un grito que desgarra. Viste un saco largo de color azul. Solapa negra. Muy ajustado al esqueleto. Creo ver que en su pecho lleva la camisa desprendida. En su pecho transparente alcanzo a ver su corazón de hombre muerto. Sus pantalones son azules. Flacas y largas las piernas. Está vivo el tío Silas. Vivo él. Vivo su cadáver. Habla de odio y violencia desde el más allá. Amenaza el horror. El regreso del horror. El tío Silas avanza por la habitación. Detrás de él se ve, contra una pared, un viejo reloj. Grande su esfera. Un reloj con capacidad para medir el tiempo de todo un universo. Y tan grande su esfera como el mueble de madera que lo abraza. Lo contiene. Madera desde el piso hasta casi un cielo raso de puro abismo. Es un hombre alto el tío Silas. Porque el tío ha salido desde dentro del reloj. ¿Por cuánto tiempo el mueble había conservado el horror en su interior? Quién puede saberlo. Dos puertas abiertas de par en par en el cuerpo del mueble del reloj. ¿Era acaso el ataúd donde aguardaba el tío Silas la siguiente oportunidad para desencadenar el horror entre los hombres? El fin del sueño de vivir buenos tiempos avanza desde el buche de caoba. Trancos triunfantes. Y su risa enferma. Mientras tanto tiemblan mis manos. Otra vez. Ayer y hoy. La revista de historietas está abierta sobre mis piernas. En la escalera a la terraza de la casa de Martín Coronado. Mientras el horror sucede. Mientras la amenaza se hace realidad. Mientras tanto. Llega desde aquel día de infancia la sensación de un tiempo obsceno, de inconfundible color amarillo, goteante, susurrante, voraz, corrupto, asesino. Blanda. Roja en sangre la esfera del reloj que marca un tiempo de odio. Un tiempo sin poética que anuncia la amenaza de la destrucción.

Tuve miedo cuando me temblaron las manos. A ese miedo regreso por distintas sendas, distintas señales que convocan desde el sueño. Pero también desde el día y la noche sobre el barrio, la ciudad, el país. El miedo como disparador para el viaje al miedo de ayer.

Vuelvo a la escalera. Me siento en mi escalón. No leo. Me digo que un tío Silas siempre está enredado en el tiempo. Es parte del paisaje. Los satélites Fobos (miedo) y Deimos (terror) siempre giran alrededor de Marte. Como si fuera calesita. En todas las plazas del universo. Ellos esperan una oportunidad.

Porque tuve miedo vuelvo a la escalera. A terminar con la pesadilla. Desde que cerré la revista por primera vez. Para conjurar el miedo. Para contemplar el paisaje. Para resistir. Resistirme. Y volver a mirar, a buscar en la historia. Otra vez la amenaza. Vuelta a empezar. Anduve triste todo el resto del día. Sabiendo del estante donde había quedado la revista. Pensando en el miedo. Sabido es que el susodicho no es zonzo. Y puede crecer como enredadera y llevar a sus enamorados hasta el muro donde el terror copula con el horror.

A terminar una vez más con la pesadilla. Mientras me pregunto si aquella historieta que leí en la infancia era una adaptación de la novela El tío Silas (1864) de Sheridan Le Fanu (1814-1873). Aún no lo sé. Novela que nunca leí, pero que ahora leo mientras vuelvo al miedo aquel cuando el horror se hizo en la escalera. Un regreso para saber, una vez más, que existe la posibilidad de una aparición amarga. Y que siempre la esperanza abre la puerta que lleva al tiempo de lo sencillamente humano: la tan necesaria felicidad. Una resistencia.

miércoles, 13 de diciembre de 2023

Paisaje desde el puente



Elijo el tipo de letra. El tamaño de la fuente. Ojalá que el paisaje aparezca bastante justificado. Aire entre líneas. Párrafos al viento. Insertar números de página. Apenas un puñado de saltos para contar este paisaje donde se ahoga el día. Inicio esta tinta a finales de noviembre del año triste. El 23, uno más. Trato de subir, aferrado a mis almas, al puente. Desde todos los que soy, escribo mientras pienso en “nosotros”.

Escribo pidiendo permiso. Casi que me obligo a decir, a decirme. Tanto miedo. Un destino de condena. No importa el destino personal. A esta altura de la novela propia, ya no. Mi cuenta regresiva, ya no. Importa la historia triste de los otros. Porque la patria -con todos los pifies y desencantos que se puedan enumerar- sigue siendo el otro. Un pelotazo en la boca del estómago me llega desde una mañana de infancia. Quedo sin aire. Una eternidad sin aire. Y entonces, cómo decir el mal del espanto. Porque ellos. Los ellos han regresado. Cuchillo y tenedor a la mano para iniciar el desquicio. A degüello, a degüello, la flecha indicativa de estos tiempos. Resulta más fácil el tajo que trepar al árbol soñando, sumando en la esperanza. Cuchillo y tenedor, y motosierra.

Y sin embargo la esperanza. Anoto, pero me cuesta. Pienso en la esperanza que guarda toda resistencia. Es un deber. Un derecho. Visito ideas. Escrituras. Memorias. Escucho. Decirme y decir a otro que pueda ver en el desastre que viene. El futuro ya llegó. Un viejo desastre parido en la dictadura, y renacido en los 90 para todo consumo. Un desastre acentuado. Porque de dos desastres venimos. La toma de deuda destructivista del signo de amarillo, y después el más puro chamuyo de la albertencia.

Una intención a la vista. Declamada a todos los vientos. Palabras claritas durante toda la campaña de los habitantes del cuartel que guarda tropa a la derecha del dial. Esta vez nadie puede exhibir como atenuante que el arte de la mentira del maligno rey de amarillo ensució la cancha. En la encrucijada, los esbirros del poder económico, declararon intenciones. A la vista los dientes. La amenaza. La violencia física. La primera violencia en la palabra. El odio. Nadie mintió en esta vuelta de calesita sin sortija.

Es la vida una realidad sujeta a las tormentas, los desbarajustes, que el capital origina para reacomodar moneda, poder, y escenario acorde a su intención. Lo dicho, en esta vuelta de ruleta rusa que toca al país, nadie mintió. La esperanza tiene que ver con tener cinco casilleros libres, y uno solo ocupado. Ahora, qué sucede cuando el seis luces lleva tambor completo. De primera reacción, el espanto. La pregunta. Por qué se permitió que se abriera la puerta de casa a semejante amenaza. Por qué sucede lo que sucede. A quién beneficia. ¿Es que una sociedad puede ser suicida? Mayormente, me digo, casi todos, tenemos memoria de cada una de sus malas intenciones. Es maligna palabrería que ya ha sido escuchada, leída. Ya se ha cobrado víctimas. Ha dejado el país en ruinas.

En la memoria sabemos que fuimos derechos y humanos. Que las Madres. Que la Plaza. Sabemos del horror en Malvinas. Sabemos que una vez la democracia. Que hubo juicio a las juntas militares. Que el escritor oficial dio forma comestible a los dos demonios. Que el punto final y la obediencia debida. Que el miserable de Anillaco. Que el 2001. Que los monstruos de siempre. El helicóptero. Sabemos que casi no quedaron fábricas. También sabemos que un presidente pidió perdón. Que bajó los cuadros de los dictadores. Sabemos que el rey de amarillo arrasó la patria. Que después de abrir la puerta volvieron los mensajeros de nueva deuda. Sabemos que después llegó el chamuyante a mantener en su lugar los restos del naufragio. Sabemos que el poder judicial tiene dueño. Que la bala no salió. Sabremos que una motosierra no ronronea, sino que escupe violencias. Las nervaduras del odio. Sabemos, me digo. Pero también me digo que, desde hace unos años, la memoria viene de evapore sostenido. La inflación salvaje evapora memoria. La desesperación evapora memoria. La velocidad evapora memoria. Los precios del mercadito chino evaporan memoria. Las albertencias durante cuatro años evaporaron memoria.

Pienso en una sociedad donde la mayoría de sus habitantes ha sido reiniciada, acentuada. El acento en la ansiedad por el consumo. Por tener, por sobre todo en este mundo, lo mío. Lo que me corresponde. Aquello que necesito ganarme con decisión. Hay caripela de derrota. Están ganando aquellos que practican el egoísmo y la codicia. Personas a las que ya no les importa nada ni nadie. Durante noches de terror se ha ido perdiendo el mejor costado humano, la buena intención, la solidaridad. Es verdad, no todos, pero hay que saber que hoy los acentuados en las distintas sintonías de la velocidad, suman y comienzan a establecer mayorías. No es el país. No es sólo la región. Es todo un mundo que cambia de bordada, y se aleja de lo que podría ser una vida solidaria. En la lejanía el frenesí por el bolsillo del distraído útil que no sabe que el poder económico y sus secuaces lo han transformado en militante de la derecha. Sabemos de los grandes medios de comunicación. De propaganda. Lo dicho, sabemos del poder judicial. Sabemos que siempre están los que especulan con el dólar y los precios de los alimentos. Sabíamos de votar al verdugo amarillo o a cualquier esbirro de la oscuridad. Dicho sea de paso, la oscuridad es una, y siempre amenaza desde el mismo lado. La oscuridad de Mordor queda al extremo de la derecha. Los orcos llevan gorra y falcon. Un verde que mata esperanzas. La maligna oscuridad pertenece, desde el comienzo de los tiempos, desde allá por Mayo de 1810, a Mordor y sus variados disfraces.

Escucho radio. También el silencio. No veo cine. Tampoco tv. Desde mi lejanía renuevo imágenes en la memoria. Leo. Soy uno más en situación complicada. Sobreviviendo entre tajos gruesos. Antes estaba más atento al quehacer político de la vida en el país. No es que haya abandonado ideas. No. Pero la desesperación, la incertidumbre, el miedo, la velocidad, fueron desconectando una atención más comprometida. Aun así pude resistir. Pude seguir siendo en mis ideas. Pero pienso en tantos que no tuvieron la posibilidad de seguir siendo. Por tantos que se subieron sin poder preguntarse por el violento que hacía su show por tv. Por tantos que salieron un domingo fatídico con todas las ganas de simplemente patear el tablero. Por tantos a los que se los lleva puesto el odio. Un poema triste sería sumar las causas que nos llevaron hasta el nuevo presidente. Ni hablar del gabinete de ministros. Muertos vivos no queridos que están de regreso. Si fui nazi, pido disculpas, dijo uno de ellos.

Hay tanta amenaza de ajuste económico. Tanto es lo que descalabrará la religión del mercado. Pienso en el precio de los alimentos. En los servicios. Lo por venir también es despido de trabajadores y achique del Estado. Hay que sufrir, dijo la libertad. Los caídos, llamó -me llamó el mandamás- a todos aquellos que se muevan cercanos al último palo del gallinero. La casta va a pagar. Mentira, pagarán con sus días los que siempre pagaron. Es la única mentira. El pago de todo aquello que choquen, será del pueblo. Otra vez sopa. Una sopa espesa y malsana, rebosante de consecuencias.

Escucho radio. Escuché por ahí a algunas voces jugando a la crítica a lo por venir. Pero no sin antes sonar políticamente correctas, limpias, impolutas, y afirmar que ¡ojo!, ojalá que le vaya bien. No. Error de errores. No quiero que le vaya bien al míster de la motosierra. Porque si a él le va bien y hace lo prometido, habrá millones condenados. Él es uno de los ellos nacidos para la codicia en una religión salvaje: el capitalismo de estos tiempos. En cambio, nosotros, el pueblo, nacimos para encontrarnos dentro de una vida justa y digna.

La mayoría votó el pogo del payaso asesino. El pogo frente a las urnas donde los escombros del país.

Incertidumbre. Tristeza. Asombro. Espanto.

Esperanza. Conciencia. Calle. Resistencia. Memoria.

Decir, decirme desde el puente de la escritura. A manera de resistencia. De seguir siendo en el otro, la patria.