martes, 16 de junio de 2015
Guía de Buenos Aires (una ficción) en bar La Poesía, Chile 502, San Telmo
Doce fotos de Eduardo Noriega pertenecientes a nuestro libro: Guía de Buenos Aires (una ficción), están siendo expuestas en la sala Raúl González Tuñón de La Poesía. La muestra cierra a finales de julio.
domingo, 14 de junio de 2015
La máquina (La foto, Diario Tiempo Argentino: 14 de junio de 2015)
Un milonga poco rana le dijo mil veces a la
percantina que no le diera más letra para que él encendiera su máquina de sacar
chispas. La susodicha máquina cortaba humo de cigarrillo, palabras, frases de
amor: las que eran lugar común y las que no, sábanas, sonrisas, momentos. Ella,
según el galán, se especializaba en sentarse en una butaca un tanto más alta
que el resto, y desde ahí proclamaba sus verdades. Ella era artista
surrealista. Pintaba un eterno cuadro con toros y libélulas que tomaban vodka
en vaso chico y a fondo blanco. En el cielo volaban hombres felices que escupían
para arriba. Había lugar para el obelisco, un tranvía, Gardel, una fina transparencia
olvidada, y el suelo estaba cubierto de agujeros de taco aguja, arte que ella
también había descartado. El milonga le preguntó qué era todo ese embrollo.
Ella, empapada de surrealismo, cumplió con una palabrería con aroma a cadáver
exquisito, poema tan distinto al tango que los dos venían escribiendo. El
milonga le batía: Qué decís, chirusa, que no todo es recorta y pega bretoniano,
y entonces ahí nomás, se le salía la cadena y en un segundo se encendía su
máquina de sacar chispas. Es posible que artefacto semejante lo hubiera
heredado de su padre; el sueño de un diálogo sensato, también. De muchacho
aprendió que la vida no es un poema, y menos surrealista. El milonga salía por
las noches, tenía su refugio en un sótano de Palermo que la jugaba de milonga
globalizada: cartón pintado y pretensión. Ahí soñaba, junto a un puñado de
abacanados milongueros, que eran hombres de antes, que eran el reaseguro de la
amistad porque vivían entre los códigos del tango. La filosofía del milonga
era: no desearás la mujer del próximo. Creía ser el último macho con una máquina
de sacar chispas. Pero después de la revolcada que refería a los amigos, no se
iba a un bulín, volvía a casa. La percantina seguía tomando vodka con las
libélulas, y él bebía, en copita, una medida de tiempo espeso cortado con un
pelo de bigote de Dalí.
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