Pensamiento uno

Desde que descubrí el camino hacia la luz, no paro de rebotar contra la lámpara.















UPCN Feria del libro 2018

UPCN Feria del libro 2018
Presentación de "La marca de Gualeguay 1".

Pensamiento dos

A tener en cuenta: la felicidad es un arte efímero.

martes, 8 de agosto de 2023

Fantasmas en la hondonada

 

Collage de Mario Bellocchio

Nunca vi el fantasma del Reconquista. Pero ahí estaba, todos lo sabíamos. (A pesar del universo oscuro que ignorábamos). El boca a boca lo hizo auténtico. De la clase 61 a la 62. La historia se extendió a pesar del silencio. Servicio militar obligatorio. Yo, soldado. Había que estar atento en el puesto de guardia del mástil. 1981. Dictadura cívico militar. En el borde, en el límite, el mástil donde nacía el confín de la Escuela de Caballería. Su más allá.

Regreso a la colimba. COrre. LIMpia. BArre. Hago guardia. Subordinación y valor para defender a la patria. Llevo el fusil de la patria de ellos al hombro. El río Reconquista corre a unos quinientos metros del puesto. Transcurre allá abajo -en medio de la hondonada-, lejos y cerca. Se dice que el fantasma recorre las orillas. Siempre miro hacia el Reconquista. Ni una sola vez dejo de buscar el fantasma. Un silencio malsano será señal de los tiempos. Un aroma esencial en Campo de Mayo.

El fantasma debía ser blanco. De la claridad inmaculada de las almas, como en el cine. Así lo imaginé la vez que escuché a un soldado –que había hecho guardia la noche anterior- asegurar que lo había visto. Existía. Era la más pura verdad. Un misterio en la soledad de cada noche.

Hacia la hondonada fui llevado por el destino. Una mañana. La cara del destino era la del soldado Pierandrei. Pertenecía a la columna de transporte y estaba al volante de un Unimog. En este retorno no veo la cara o las tiras de ningún suboficial. Sospecho que había otro soldado en la excursión. Una misión de transporte dentro del cuartel. Íbamos en camino cuando Pierandrei puso proa a la hondonada y el Unimog se zambulló en la barranca. El Unimog es un camión que parece de juguete, diseñado para jugar a cualquier cosa, incluso a los soldaditos. Pero más allá de su apariencia, fue amanecido para moverse en terrenos accidentados. Va a los saltos. Veo cómo la mancha del Reconquista se acerca a través del parabrisas. Es una locura, aún no me explico cómo sucede semejante afrenta a la disciplina. Nadie nos ve. Como fantasmas correteamos camino a la orilla haciendo círculos, riendo. Nosotros soldados: invisibles cuando el golpe y el dolor. El paisaje fantasma del Reconquista también lleva temblor de Unimog.

El puesto de guardia del mástil era el lugar donde más se acentuaba el hambre del colimba. En la soledad silente de la noche las tripas cantaban su queja. El hambre duele más en el frío. Cuando tocaba el mástil, a veces, con suerte, se daba que el soldado conseguía en la cocina -de manos de otro ciudadano obligado a soldado- un sanguchito con queso. Una gambeta en el juego cruel de la guardia.

La vivencia -cada vez que regreso a una de esas noches de guardia- es la de estar dentro de un óleo pintado por mi viejo. Un río a la distancia. Oscuro como el cielo. Grandes nubes apenas dibujadas por un trazo de luz viajera. Una luz de luna menguante. Luz de estrellas muertas que llegan hasta las orillas de aquello que aún transcurre. El río en su cauce. El río y su cauce en la hondonada. Allá abajo. Un arbolito en la orilla más lejana. Del color de la despedida. A primeros días del otoño. Una presencia viva en ocres y fileteados en rojo sangre. Mi padre pintor usa una paleta de gamas bajas. Paleta donde se mezcla la materia viva con la muerta. Sucede también el universo en Campo de Mayo. Contemplo desde el puesto del mástil. Cuido la patria de ellos. Soy vigía, guardia, policía. Fui guardia. Sigo siendo guardia del silencio de ese campo que tantas veces pinta mi padre. Estoy a metros del mástil. Colimba que ignora los sucedidos en la tierra de la patria de ellos. En el cuadro pintado por mi padre habita una presencia. Flota en el aire, en el viento. Transcurre como río que sigue vivo en su cauce. Mientras tanto en el mástil, el hambre, el frío, el peso del fusil. El silencio y la ignorancia.

La palabra fantasma tiene otras implicancias en la Escuela de Caballería. Y como en todo buen cuento, está sujeta a la llegada de la noche.

Buen día. Gritos e insultos del sargento como saludo a los doscientos treinta colimbas que guarda la cuadra dormitorio. Así se inaugura cada mañana, cada día dedicado a la maldad en el mundo de lo humano. Humillaciones a la carta. Golpes. Miedo y dolor. Tensión entre los muchachos que ocupan el palo más bajo dentro del gallinero de la patria de ellos. A partir del primer movimiento represivo, comenzaba a rodar el día bajo amenaza. No faltaba oportunidad para que el cabo, cabo primero o sargento, gritara al soldado. Lengua con filo de suboficial: ¿nombre, soldado? Para que todos escucharan, para que nadie olvidara que cada cual, en cualquier momento, por impensada causa, podía sumar su nombre a la lista. ¿Nombre, soldado? Por moverse en la formación. Por ser el último en caer luego de haber sido pronunciada la orden: cuerpo a tierra. Por alguna desprolijidad en el uniforme. Por mal afeitado. Por llevar el pelo largo. Por ser el último en llegar a donde hubiera que ir. Porque sí. ¿Nombre, soldado? Con el tiempo aprendí que no había que llegar primero ni último porque al milico le quedaba en la punta de su lengua bífida, el nombre asociado a la caripela. Entonces, mientras sucedió el servicio, muy pocos milicos recordaban mis pistas esenciales.

Conocido el nombre, el suboficial procedía a transmitirlo al superior que ese día llevaba la lista. El castigo estaría dirigido por el suboficial de mayor rango que esa semana estaba a cargo del escuadrón de Comando y Servicios. La lista se alimentaba a discreción. No había justicia durante el día. Tampoco la habría en la noche.

A Dormir. Todos al pie de la cama. Orden de acostarse. Se apagaba la luz general. Sólo quedaba la del baño en un extremo de la construcción y, en el opuesto, la del pasillo que llevaba al dormitorio de los milicos que estaban de semana. Por esa puerta retornaba el cabo primero o el sargento acompañado por uno de los esbirros. Cerca de la medianoche encendía una luz y empezaba a nombrar a los colimbas que habían caído en la trampera de la lista. Uno a uno al pie de la cama. Vestidos de fajina como en el día que continuaba en la noche. Cada noche se daba la nómina de los señalados. Cada noche salía el pelotón fantasma, así se lo llamaba. A cargo del pelotón fantasma, los ejecutores del plan. Pelotón fantasma por tanta víctima de tanta injusticia. Cuando partía el pelotón, en la cuadra dormitorio se apagaba la luz. Casi todos esperaban el regreso. El susodicho pelotón fantasma consistía en propinar castigos físicos y humillaciones varias en el campo y las calles de la Escuela. Tortura. Los colimbas eran desaparecidos un tiempo variable. Dependía de la crueldad del personaje a cargo, del compinche, de las ganas de divertirse de los suboficiales. En el dormitorio se abría la puerta del costado, y entonces regresaban los castigados. Eran repatriados los escombros de los muchachos. Se encendía la luz para que quedaran a la vista. Para que los demás supieran que mañana, cerca de la medianoche, partía el pelotón fantasma. Nadie volvía con hambre. Todos alimentados a patadas, piñas y cachetazos. A lagartijas, saltos de rana y cuerpos a tierra. A carrera al frente o a correr en círculo. Siempre el mismo paisaje en el cielo. Apenas un poco de luz, como para seguir vivos, como sucede en muchos de los óleos que pintó mi padre.

Sucedió que años después de terminada la colimba supe de la oscuridad reinante en Campo de Mayo. Una oscuridad mucho más oscura que la vivida, la imaginada. Campo de Mayo escondía tortura y muerte. Un campo de concentración alimentado por bandas de asesinos. En la patria de ellos los vuelos de la muerte. Mientras el poder económico crecía entre sombras.

Siempre vuelvo al mástil frente al Reconquista en la hondonada. Puesto de guardia. Cuidando el horror que desconocía. Con los regresos a través de los años me di cuenta de que el paisaje bien podría haber sido pintado por mi padre. Con los regresos supe que no era uno solo el fantasma que transcurría como el río. Supe que eran muchos los fantasmas en el aire, en el viento. Fantasmas que exigen memoria. Exigen verdad y justicia. Castigo para aquellos que diezmaron una generación. A través de los años regreso al cuadro de mi viejo, y me digo que, al fin, pude ver los fantasmas en la hondonada, a orillas del río Reconquista.