Pensamiento uno

Desde que descubrí el camino hacia la luz, no paro de rebotar contra la lámpara.















UPCN Feria del libro 2018

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Presentación de "La marca de Gualeguay 1".

Pensamiento dos

A tener en cuenta: la felicidad es un arte efímero.

jueves, 8 de abril de 2021

Fantasmagorías de Buenos Aires

Xul Solar
Escribo sobre fantasmagorías de mi ciudad. Y entonces cada uno con la suya. Escribo sobre el arte de representar aquello que ya no es, y que, sin embargo, con mayor o menor turbación para nuestro puñado de almas, sigue existiendo, continúa de nacimiento, de creación, una criatura que asoma y toma forma desde el sueño memorioso, por lo general feliz, de la infancia y la juventud. Una fantasmagoría de mi Buenos Aires, un refugio que ya no pertenece a la realidad de estos días. Pero regresa, puede hacerlo, desde el más allá de nuestra eternidad limitada.

El tiempo avanza inexorable en su andar recreativo de guadaña. Cada hombre se funda en la construcción de su ciudad. Pero los guiños del sol y la luna van opacando ese hogar. Esa manera de estar que tiene la vida: al tiempo que avanza, y ella que cede, descuenta. La ciudad se irá refundando como otra. Una pura otredad a la vista que apenas, y con suerte, deja unos pocos mojones del ayer marcados en un mapa del tesoro que no importa a neopiratas. Ciudades perdidas para muchos ausentes de cuerpo presente. Pero la que ayer fuera centro de universo no completa el tango triste cuando el ciudadano activa el artilugio mágico de la memoria, su mecanismo de refugio, de regreso creativo.

Escribí unas líneas que reflejaban un recuerdo de mi infancia. En pandemia vi, sobre Avenida Garay, un hombre que, en lugar de protegerse del virus con barbijo, usaba una recreación perfecta de la máscara de la Momia de Titanes en el Ring de Martín Karadagian. La momia descubierta, tan cercana en cuadras a lo que fuera el Cine Nilo sobre el mil y pico del ayer de Boedo, lavaba autos dentro de una sombra generosa. Envié el textito al amigo poeta Rubén Derlis. Festejó la semblanza, y anotó: Siempre es un rescate. Rescate, palabra muy querida por Santoro.

Contesté que sí, que rescatar es salvar, traer desde la picadora universal. Sacarle la letra del buche. Un acto de resistencia poética, diría el amigo poeta José Muchnik, conocido como Josecito de la ferretería, una nave que fuera de su padre, aterrizada en el 1561 de Boedo.

Derlis agregó: Y no se equivoca.

Estoy seguro de que en ese momento Derlis se abrazó a la palabra resistencia, poética y de las otras que también lo son, porque la poesía anda siempre en el aire que toman todas las cosas y los seres de este mundo. Y Derlis anotó: Yo, en lo más profundo e íntimo siento que ya no tengo “mi” ciudad, sino que estoy viviendo en una  ciudad de otros. Pero bueno, a llorar a la iglesia. Te digo que este tema da para un seminario.

Rubén Derlis escribió en Guía para vagabarrios (2003): (…) Por las calles de Boedo lo invisible permanente rebasa de emociones el alma, hay que sostener muy fuerte el corazón, amarrarlo a la hombría, para que las palabras vueltas poemas en cada esquina no le desacomoden peligrosamente los latidos, porque este es esencialmente un barrio para sentir. (...) En este barrio, casi no quedan cosas materiales que palpar, talismanes porteños de invocación para acercar la magia: la puerta y el cancel de la casa donde habitó un pintor, el café convocante de los últimos y veros bohemios, la mesa predilecta del poeta junto a una hiniestra inexistente. (...) Quedan escasos lugares visibles de aquellos que cobijaron a los tantos nombrados (...).

El hombre lo sabe, y trata de empatar la historia con la emoción que lo habita. Él también es como una ciudad que vuelve cuando se encuentra con su propia mirada en el espejo del baño.

Xul Solar
Resistencia poética proclama José Muchnik. En su libro Josecito de la ferretería (2015) rescata su ciudad de infancia, su mirada del barrio desde el mostrador de los días. Escribir es resistencia poética, es rescatar la ciudad de ayer para que no desaparezca de la memoria, para que siga siendo base de los gestos elegidos desde cada identidad alumbrada. Orbitando la ferretería escribí hace un tiempo: “Parado frente al 1561 de Boedo pensé en mi amigo poeta José, Josecito de la ferretería. Pensé, frente a la persiana baja del negocio de hoy: Por acá anduvo, a mediados del siglo pasado, Josecito, el pibe que devino poeta, el poeta que hoy vive en Montmartre, el que se tuvo que rajar cuando fuimos derechos y humanos. Aquel pibe, en aquellos días, inició la escritura del mejor de sus poemas: el de la fundación de su memoria de Buenos Aires, una galaxia ferretería tan generosa para guardar afectos, y para después querer anotarlos en tanto libro. // Caminé hasta el 1561 de Boedo porque la escritura de una nota de José renovó la esperanza, y el credo asumido alrededor de quien trabaja de palabrero. // El buen fantasma de la ferretería como memorial. También hubo sol. (…) De regreso al refugio anoté alegría en esta tarde de aislamiento”.

Los lugares de pertenencia, de identidad, que hacen a las ciudades, que nos irá ocultando el transcurrir de nuestro tiempo, crecen, se dan desde la naturaleza humana, las maneras de ser y las historias de las personas que, en tanto mortales, van quedando en la memoria de momentos y ambientes. Desde estas ciudades volvemos con la caricia de la nostalgia, el toque melanco, la saudade.

Al poeta Derlis le contaba que me siento extraño visitante en una ciudad que no me gusta. La arquitectura se mueve, apresta su juego de escondidas. No adhiero a ciertas ansiedades que no hacen más que allanar el desesperado interés por lograr la abundancia de moneda. Llegado desde mi ciudad busco la vieja encrucijada de San Juan y Boedo, busco el boliche mistongo donde era una fiesta entrarle al especial de salame y queso junto a una ventana. En sus baldosas vivían remembranzas de varias Buenos Aires. Y después me gustaba más la ciudad que contenía al amigo poeta Rafael Vásquez en su café La Junta de 1810, sobre Avenida de Mayo, a cuadras de su casa. Me gusta cómo sigo viendo al poeta, tan parecido al Quijote, Hugo Salerno, que ya partió para su ciudad, ahí la mesa donde escribió su Baldío natal. ¿Dónde lo veo?, en la trastienda del café Margot, donde sigo saludando a tantos ausentes que, de vez en cuando, aparecen por mis escrituras del regreso. Tantos buenos fantasmas en Margot. Hola, Profe Ricardo De Biase, poeta. Hola, Silvia Palferro, poeta. Hola, Alfredo De La Fuente, poeta, escritor. La ciudad, la mía, la que ya no es y sigue siendo, quedó más a la vista dentro del silencio del aislamiento primero. Sin la velocidad de la bulla era más fácil encontrar sus señales en pandemia. Una ciudad más solidaria, no tan de emprendedores con calculadora.

Esta ciudad de Buenos Aires no es la mía, y sin embargo sigo siendo en ella, la dama que me lleva mientras somos dueños de la maravillosa calesita de la memoria. La vida es con cada vuelta. Siendo extraños en el presente, ante la percepción de ausencia, comienza a girar el mecanismo del mágico artilugio que reconstruye ciudades dentro de nuestra presencia poética, siempre barquitos de papel en el cauce del río que nos lleva.

Escribió José Muchnik en su Buenos Aires Guía poética (2002), más precisamente en Como una nostalgia abierta avisa al caminante: (…) No sé si le servirá esta ayudita, ya le dije, acá se vive del rebusque, cada uno se fabrica sus nostalgias, con sus pentagramas, sus vacíos y sus silencios. No hay recetas. (…).

En Desde estos años (2017), en el poema Badalona, Derlis y la receta para habitar su fantasmagoría de la ciudad: Cuando a dos manos y entrecerrados ojos / escarbo en mis entrañas, / me toco Buenos Aires / y su magia convoca la poesía. // Allí están tus esquinas de veladas nostalgias, / tus calles donde yacen bajo el absurdo asfalto / adoquines insomnes y fragmentos de vías, / y mi vagar por “los barrios amados”, / cenizas de otros sueños. (…).

No, no hay receta para la fantasmagoría que represente el fantasma que somos en la ciudad otra, y el que seremos cuando el último giro de la calesita. Pero en el mientras tanto importa el recuerdo, y las herramientas del artesano: un poema, una foto, una caricia, un beso, un escenario, una película, una charla; herramientas a la mano sobre una mesa de café, dentro de una pantalla, o mientras se otea el techo del refugio desde la cama.