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Guillermo (el Gallego) en el bar de Cao. Foto: Mario Bellocchio. |
Creo que sin
“querer queriendo” me ausenté del Cao. Sabía que el Gallego estaba jodido, pero
no quería saber hasta dónde podía llegar el puñal. No fui su amigo, apenas
compañero de café, de charlas esporádicas, pero esos diálogos nos fueron dando
la pista de que andábamos por las mismas veredas artísticas, éticas, humanas.
Él dibujaba, y fue un lector atento de mis historias. En el Cao, de tarde,
escribí varios libros. El Gallego abandonaba el timón del barco ubicado detrás
de la barra (el Cao es barco de tres mástiles, por si no lo notaron), para
encender las luces. Veía que escribía en la sombra y me decía: ¿Y encima con tinta roja? Las pequeñas
charlas me tentaron y en abril del año pasado lo entrevisté para Desde Boedo. Titulé la nota: Navegar mar afuera, y quedé muy conforme
con sus conceptos, su pensamiento, su memoria de vida: Bueno, detrás de la barra, en algún papelito, siempre dibujo algo, un
esbozo mínimo, una mujer que me interesó, un viejo leyendo el diario, en
Estímulo aprendí a plantar una imagen en poco tiempo. El trabajo me gusta, este
es un lugar que está vivo, la gente lo hace así, viene gente de valor. No creo
que pueda vivir solo dibujando, en algún lado soy bastante vago, soy de dar
mucha vuelta, porque tengo fe en mi facilidad y rapidez, y muchas veces me
pierdo en la contemplación. Era el Gallego quien sintonizaba la radio en el
Cao: tango, rock, y encontraba momentos especiales de Los Beatles, Led Zeppelin,
Deep Purple. El Gallego, después del día de trabajo, se sentaba en la última
mesa por Matheu para saborear un fernet y fumar un cigarrillo. Era una de sus
ceremonias.
Acabo de entrar
al Cao, acabo de enterarme que dos viernes atrás, a mitad de este agosto, el
Gallego se fue a dibujar al otro barrio. Era del 49. Luego de muchos días vine
con la idea de reencontrarme con la escritura en mi café, y así lo hago,
escribo sobre este personaje de Buenos Aires. Por la mañana le escribía a
Julia, mi hija, sobre la memoria. El día transcurre y sigo anotando memoria.
Buena señal.
Guillermo Pérez Bravo figura en las páginas, y en la
dedicatoria de mi novela Fantasmas en el
cemento: Guillermo en el Cao como fantasma amigo: el Gallego, otro buen
tipo, en mi memoria.