Pensamiento uno

Desde que descubrí el camino hacia la luz, no paro de rebotar contra la lámpara.















UPCN Feria del libro 2018

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Presentación de "La marca de Gualeguay 1".

Pensamiento dos

A tener en cuenta: la felicidad es un arte efímero.

jueves, 12 de agosto de 2021

Departamentos de Buenos Aires

Hugo Ditaranto, poeta

Un departamento que ya no es, y que, sin embargo, sigue siendo.

Esta memoria que inicia asegura, ante todo, un orden emocional. Ciertos fueron los sucesivos departamentos -uno propio, los demás alquilados- que protegieron parte de los días, entre 1993 y 2013, de la humana aventura del poeta Hugo Ditaranto.

Vuelve el refugio de fundación. Ubicado en Florencio Balcarce y Rivadavia. 5to. piso. Urgencias económicas evaporaron la propiedad. Luego fue un itinerario de alquileres. El departamento de Terrero que ya no es, y que, sin embargo… El departamento de Doblas y Rosario… El departamento de Rojas, frente a Primera Junta… El departamento de Formosa, casi Avenida La Plata, que ya no es, y que, sin embargo, sigue siendo. Fui testigo.

Conocí al poeta durante mi trabajo de librero. En Caballito. Galería París, al fondo. Año 93. Nos conectó una magia. Escuché su apellido. Su padre había sido amigo de mi padre. Ambos artistas plásticos. Nació nuestra amistad en un cruce de caminos. Ditaranto del año 30. Me llevaba 32 pirulos. Hablar de libros fue el puente para el encuentro. Fue la oportunidad de conocer a un escritor de carne y hueso. Y un escritor a quien enseñar mis intentos de escritura. Me impresionó su manera de andar por el mundo. Poeta, bohemio, divertido y triste, de puteada en mano el maestro, irreverente y sensible, apasionada su alma, desesperadamente humano y, como todos, falible por naturaleza.

Muchas veces lo visité en el departamento de Balcarce. El ventanal de la biblioteca daba al Parque Rivadavia. Allí había vivido el escritor Conrado Nalé Roxlo. Ditaranto era un incansable contador de historias. Sucedió una noche de viernes, en la biblioteca. Escuché hablar del loco: En realidad uno es dos. Mientras uno hace las cosas normales, cotidianas, a las que nos somete la vida, el loco vuela en otra órbita, no para. El loco piensa, se mete en el pasado, filosofa en todo momento. Es él quien la mayoría de las veces descubre las mierdas que acechan en esta tierra. Después de un tiempo, el loco se calma, la tormenta se calma, las aguas buscan el equilibrio, y entonces no queda más que sentarse a escribir. Él pensaba en un enanito. Un enanito, igualito a él, era quien le dictaba, le tiraba ideas, desde uno de los estantes de la biblioteca. Además tenía una historia especial con el lugar: A veces me digo, ¿no será Conrado?, porque sabés... pobrecito, murió en el baño... a veces entro y lo veo ahí tirado, durmiendo... y entro despacito para no pisarlo. Inmensa tristeza habrá significado haber tenido que abandonar aquel refugio, que ya no es, y que, sin embargo, sigue siendo en esta fantasmagoría de poeta escritor, el mago de aquel departamento.

Una fuga pasional de escritura marcó su inicio. Los pibes de la cuadra jugaban a la pelota bajo la lluvia. La felicidad estaba en la calle. Y la calle en el barrio de Liniers. El canto de sirenas invitaba a jugar. Pero mamá dijo: “Usted se queda adentro”. Medida injusta, así tomó la escena el pibe que mañana sería poeta. Recostado sobre el piso de pinotea, al pie de un dibujo, anotó esta línea que regresa: Día gris hoy te aborrezco…

Me gusta volver a caminar por mis departamentos alquilados. Avanzo memoria en mano, como si renovara la mirada sobre las historias. De esta misma manera vuelvo a transitar ambientes de los departamentos alquilados por el amigo poeta. De todos estos lugares salen al encuentro, en cada visita y rescate, pequeñas imágenes, fotos, palabras y presencias. Tantos días compartidos, tanta charla.

Pero en el momento del regreso a aquellas secuencias de departamento de poeta, destaca una en especial. Un sucedido en el refugio de calle Formosa, cerca del café México. Otoño. Una tarde de 2005. Entré al departamento del 4to. piso. En un sillón esperaba Dolores. Una viajera del tiempo.

Digo hoy que caminaba el comedor aquel, los alrededores de la mesa, el buen fantasma del poeta Roberto Santoro, desaparecido por la última dictadura cívico-militar desde 1977. Los asesinos lo secuestraron de la escuela técnica de Jujuy e Independencia. Era preceptor. Poeta y editor. Hombre militante. Publicaba poetas en carpetas simples de librería, broche y un puñado de hojas sueltas en su interior. Sus sellos: Ediciones Gente de Buenos Aires y Editorial Papeles de Buenos Aires.

En la declaración jurada de su carpeta No negociable, el poeta escribió: Si mi poesía no ayuda a cambiar la sociedad / no sirve para nada. El poeta incluyó El gran bonete: a mi país se le han perdido muchos habitantes / y dice que algún cuerpo de ejército los tiene / yo señor? / sí señor / no señor / pues entonces quién los tiene? / la policía / yo señor? / sí señor / no señor / pues entonces quién los tiene? / la cámara del terror / yo señor? / sí señor / no señor / pues entonces quién los tiene? / los organismos parapoliciales / yo señor? / sí señor / no señor / pues entonces quién los tiene? / pues entonces quién los tiene? / pues entonces quién los tiene?

Dolores fue, es, seguirá siendo, la compañera del poeta que no paró de preguntar.

Estamos de regreso. De “rescate”. Recuerda el amigo poeta Rubén Derlis que mucho le gustaba a Santoro esta palabra.

Dolores está sentada. Había llegado a puerto hacía unos minutos. Ditaranto nos presenta. En el aire flota el recuerdo de un puñado de poemas. El buen fantasma de Santoro hace ronda en el departamento. Andar de desaparecido, rompiendo su humano oleaje contra el muelle de la historia en esta tierra. Memoria, Verdad y Justicia. Nunca Más.

Dolores extrae de una bolsita plástica una carpeta naranja. Enseña la tapa a Ditaranto: Una razón suficiente, número 38, la última, la que Santoro no llegó a armar y distribuir. Dolores habla de la casa de la madre de Santoro, donde vivieron al principio. Luego se mudaron a la vuelta. La biblioteca y muchos papeles del poeta quedaron en la casa materna. La carpeta 38 que estoy viendo, a la que vuelvo, proviene del techo de un placard. Hasta ese cielo llegaron las manos de Dolores después de tantos años. Las mismas manos que guardaron algunos ejemplares en la bolsita plástica que permanece, de pie, al lado del sillón donde Dolores se hace lágrima. En el departamento Ditaranto sale disparado hacia la memoria.

En el departamento de calle Formosa
El poeta vuelve, regresa, rescata desde una eternidad de casi 30 años, el último encuentro, en el café Ramos de Montevideo y Corrientes, con el poeta que recibía los poemas. Decime turro, cuándo me vas a editar los poemas. Dijo Santoro: Dejámelos.

Contiene la carpeta una declaración jurada: La poesía / duerme en el corazón de todos los hombres / no la despierten / un inesperado día amanecerá cantando..., y diez poemas. Uno es Destino: Con tu viejo esqueleto ya madera / llegó un titiritero hasta mi aldea. / Nos dijeron las mentiras que los sueños traen. / Nos inventó unos pájaros de fuego. / Contó una historia alegre que era triste. Habló de la manzana y del plumero. / El destino del hombre llegó como la lluvia. / Mondraguín, el muñeco más solo / se me pegó al recuerdo, y fue casi mi alma. / Un aire azul definió los misterios. Y poblé mi soledad de fantasía. / Y entonces Mondraguín me dijo sus secretos: / - Con su viejo esqueleto ya madera / llegó un titiritero hasta mi aldea, / y yo me fui con él.

El poeta Ditaranto dice una vez más en el departamento de calle Formosa: No lo vi más... Escucha Dolores, escuchan los poetas. Ambos regresan desde la tinta. Ditaranto pierde la voz. Es un momento. Inaugura la ceremonia del silencio. En renovado mientras tanto se eterna una reparación histórica. Soy testigo en el departamento de calle Formosa que ya no es, y que, sin embargo, sigue siendo.

Pasan los años y sigo de regreso a los departamentos alquilados por el amigo poeta. Sigo declarando como agradecido testigo en aquella tarde. Desde esta nueva fantasmagoría vuelve el Tano Ditaranto y algunos de sus libros: Agropenario (Premio Fondo Nacional de las Artes), 1964; A pesar de todo (Premio Hoy en la Cultura), 1965; Cal y sombra, 1966; Álbum de familia, 1970; La mandrágora alucinada, 2000.

Hugo Ditaranto se fue, con un puñado de poemas en la carpeta de la vida, junto a Mondraguín, en 2013.

La felicidad habita en el ejercicio del poema que dice la fantasmagoría. Desde íntima urbanía el regreso de aquello que ya no es, y que, sin embargo, sigue siendo.