Pensamiento uno

Desde que descubrí el camino hacia la luz, no paro de rebotar contra la lámpara.















UPCN Feria del libro 2018

UPCN Feria del libro 2018
Presentación de "La marca de Gualeguay 1".

Pensamiento dos

A tener en cuenta: la felicidad es un arte efímero.

jueves, 12 de diciembre de 2019

Chau, Viejo

Rolando Lois por Alejandro Lois.

Mi viejo, Rolando Lois, desde hace un puñado de días, vive su muerte en el Boedo del más allá. Una vez me dijo: Me hice hombre en Boedo. Escribo esta memoria desde su barrio, el mío.
Mi viejo me contó de su vida como pibe que jugó billarda sobre Independencia, entre Castro Barros y Colombres, allá por los ´40, cuando el colectivo 26 o 56 utilizaba las vías del tranvía 76. Corrían los días de la Segunda Guerra Mundial y no había caucho para ruedas bondineras. También contó de cuando fue más grande, y festejó sus 18 con amigos (el Tigre Millán, los hermanos Vivas, Juan Salvini, Ernesto Bruguera, Osvaldo Garboza) en el boliche conocido como El Derrumbe, y que después hizo noche de muchacho en el Arco Iris, donde era común que estallaran los vidrios de las ventanas gracias a vuelos descontrolados de gruesos vasos de cerveza.
Siempre trabajé los recuerdos de mi viejo con la escritura. Varias notas aparecieron en Desde Boedo. Contaba a mi viejo, y con él al Boedo, al Buenos Aires de ayer. Escuchar, grabar los sucedidos en distintos momentos de su vida, luego darles forma de una nota para el periódico, o moldearlos con otras apariencias, por ejemplo: una crónica del desalojo de la familia, cuando Rolando tenía unos 10 años, y fue testigo de la resistencia al sistema de papá Julio Martín; o la de un simulacro de novela, una larga confesión de vida que une algunos de nuestros recuerdos en la memoria de un personaje único, trabajada entre 2011 y 2013, y que lleva por título: Sombra y garúa. Quehacer del oficio que constituyó una de las sintonías o de los puentes tendidos entre nosotros. Pensé a veces, a lo largo de los años, mientras mi viejo se hacía más viejo, que entre mis manos guardaba una carta decisiva, una parada fuerte de esquina, para cuando llegara el momento de su partida. Está hecho el trabajo de cronista. Estas líneas son prueba. Sin embargo, mientras escribo y pienso en él, no encuentro entre mis almas más que tristeza y dolor.
La noticia (óleo)
Descubro hoy la extrañeza que significa andar por este mundo sin padre, sin el padre que tuve, y ello dicho por encima de nuestras diferencias, porque las hubo. Descarté a consciencia maneras que no me gustaban para mi vida, mientras trato de soltar otras, las que viajan enraizadas desde toda construcción. Mucho tomé de él como feliz modelo. Tuve a la vista, desde el inicio de mis ojos de pibe, al hombre que definiéndose trabajador en la vida y en el arte, sabía que se debía, ante todo, a una postura ética, a una defensa de su identidad. Mi viejo como eterno habitante de su barrio, la ciudad. Un trabajador, pintor de brocha gorda para parar la olla, y pintor de finos pinceles que abrevaban sobre una paleta al óleo en gamas bajas. Mantuvo su decisión: el artista plástico existía después del pintor de obra, para no descuidar a la familia. Nada faltó en casa del obrero. Nunca arrió sus verdades artísticas. Nunca pagó favores a su pintura. Rechazó premios regalados. Jamás bastardeó su quehacer como artista. Fue artista pintor en su trabajo individual, y fue artista pintor asumiendo puestos directivos en la Asociación Estímulo de Bellas Artes y en la Sociedad Argentina de Artistas Plásticos (SAAP). Aprendí señales que desde su pintura pasaron a la escritura de mi vida.
Durante los primeros días de internación, pudimos arreglar algunas diferencias, y entonces se dio la oportunidad de decirle lo agradecido que estaba por tenerlo como padre, que guardaba feliz memoria de mi padre. No dijo nada. Sé que le gustó escucharlo. Recordé además aquellos viajes iniciáticos, para el pibe que fui, desde el Martín Coronado de infancia a la Capital, a visitar amigos, lugares históricos, y recorrer exposiciones de arte en las galerías. Fui feliz en esas expediciones. Y le conté el primer recorrido de Julia, mi hija, su nieta de siete años y pico, junto a papá por una Buenos Aires que no dejó de sorprenderla. Caminar junto a Julia por la gran ciudad fue volver a caminar junto a él. Regalos para la memoria, como cuando mi viejo me llevaba a la cancha. Eran estadios cercanos a casa, y partidos entre equipos chicos. Supe así de la maravilla que era ir a ver fútbol, y conocí el sabor eterno que tendría el pancho del entretiempo. Así de numerosas las sintonías del arte que ofrendó mi viejo.
Foto: Mauricio Echegaray
Fui testigo de su último sufrimiento. Una semana que se hizo eterna herida. Fui testigo también de la fortaleza, el valor, de mi hermano Alejandro, de la tristeza de Adela, mi vieja. Cuando a esta historia le faltaba el final cantado, en la noche del desierto, viendo el sinsentido de la pelea contra la neumonía vencedora, recordé a mi amiga: la poeta de la ciudad/río de Gualeguay: Tuky Carboni. Leyendo su poesía había sentido la presencia de su Dios. El Dios de Tuky se abraza a la palabra de la naturaleza, al tiempo, los sueños, la calma, la comprensión. La poeta me incluye en sus oraciones a ese Dios: pide para que mejore mi vida en estos tiempos confusos. En la madrugada pensé varias veces el pedido que a la mañana siguiente iba a hacer a Tuky: Pedile a tu Dios que se ocupe de la partida de mi viejo, el ateo, como ateo es su hijo. Escribí en otra página: Vi a padre / el ateo / ser crucificado / durante una semana: / una pierna sobre otra / brazos a los lados / calzoncillo blanco / la cabeza volcada a la izquierda / sobre almohadoncito / que hizo madre / para confort en cada diálisis. // Vi a padre / el ateo / ser crucificado / sobre la última cama / la del dolor / la vez que se llegó / hasta la humana tierra.
Esa misma noche pensé en sus amigos muertos. Murmuré al oído de mi viejo los nombres que fueron apareciendo: Juan Carlos De Mare, Néstor Berllés, Eolo Pons, Rodolfo Medina, Héctor Tessarolo, Salvador Linares, Luis Dottori, Juan José Cartasso. Corté la enumeración y les pedí que se llevaran a mi viejo. Lo mismo hice con sus padres, mis abuelos, porque mi viejo había sido el bebé de Ángela y Julio.
Todo ayudó para su partida. Se dio de dos maneras diferentes durante el 13 de noviembre. Su respiración cambió entre las 3.30 hs. y casi las 7 de la mañana. Fue un tiempo en tranquilidad. Tomaba sus manos, acariciaba su pelo. Cambiábamos miradas, los dos sabíamos. Cerca de las 7 me di cuenta de que mi viejo respiraba, pero ya se había ido. A las 4.30 de la tarde, también en tranquilidad, su corazón dijo basta. Tiempo de silencio, beso en la frente y llanto.
Mi vieja me contó que el último día, antes de salir para un nuevo turno de diálisis, mi viejo le dio pista del sueño de la noche anterior: estaba en un asado grande, todo un festejo. Dijo mi viejo que estaban los amigos y los familiares muertos. Dijo que él era el único vivo.
Junto a su colección de pinceles de artistas (donada a SAAP)
En Sombra y Garúa escribí: Una sola tira de asado marchaba con lentitud sobre la parrillita móvil que tengo en la terracita. Y como siempre me ocurrió a lo largo de los años, se hizo presente el exceso. Para qué tanto fuego, podría haber preguntado el Tigre Millán, lo mismo Ramón, el paraguayo, Berllés o De Mare, el “pintore ingenuo”, pero ninguno dijo nada. Se dedicaban a mirarme y guardar silencio. El asadito tuvo lugar a fines de octubre… Asado a finales de octubre o principios de noviembre.
Pienso en los amigos, otra de sus artes bellas. Pienso en los avisos del espíritu, en los avisos de la carne, y también pienso en las señales -pura sintonía poética- que irradia el más allá de los humanos, las criaturas que disfrutan la maravilla de la vida sabiendo que todo llega.

jueves, 5 de diciembre de 2019

Liliana Moreno: Pan y Arte


El telón se abre sobre Boedo 876. En el silencio de la sala chica del teatro Pan y Arte Liliana Moreno, su creadora, hace contacto con el afuera, se cuenta para su barrio. Queda a la vista una historia de vida, una manera de sostener la mirada.
El origen: Soy nacida en Mendoza, en un departamento del norte, cercano a San Juan. Tierra de calores fuertes y viñas. Crecí en una viña, soy del campo. Aunque estudiaba en la ciudad, me considero una persona de campo, por las costumbres, por mi forma de ser, porque ese fue mi paisaje, y el paisaje de afuera también es el paisaje interno.
Un encuentro fundacional: Descubrí el teatro en la escuela secundaria. Fue muy fuerte. Me veía personificando a un ser con el que no había tenido contacto, un ser o la referencia de un personaje de tal o cual manera. La profesora me dijo que tenía que hacer teatro. Me interesaba por la psicología, pero decidí estudiar Artes Escénicas.
La poética del destino en el mientras tanto de un paisaje que se renueva: Me casé, tuve hijos; mientras hacía teatro trabajaba, en fin, las cosas de la vida. En un determinado momento viaja a Mendoza Carlos Gandolfo. Yo integraba el elenco de la universidad. Me elige para ser una de las “Tres hermanas” de Chejov. Quedé flechada con su trabajo. Por falta de presupuesto el proyecto no se hizo. Quedé loca. Quería estar en Buenos Aires para saber de qué se trataba esa forma de actuación. Una vez acá, llegué en el 84, estudio con Agustín Alezzo, con Augusto Fernándes, tengo una formación importante. Ellos se forman con Hedy Crilla y le dan forma a la nueva actuación con técnicas de Strasberg, Stanislavski, que tan bien nos define como actores. Compramos con mi marido una casa cercana a los terrenos que fueran de San Lorenzo. Empezamos con un proyecto que era: Una empanada para el teatro. La casa funcionó como teatro, además con mi hijo vendíamos empanadas por la calle. En la casa se daba teatro, clases, dábamos de comer al público; me limpiaba la harina de las manos y daba clases.
Una vuelta de tuerca sobre el origen de Liliana Moreno: Un día le dije a mi compañero: Yo quiero un lugar sobre Boedo. El hecho de haber llegado a este lugar es algo mágico. Nunca tuvimos un capital financiero. Hipoteca a cinco años. Yo digo que a veces los lugares están signados, uno los elige, pero los lugares también te eligen. Siempre digo que Boedo se apiada de mí como mendocina que soy; me dice: No, quedate acá que el cielo está más cerca; porque yo no veía el cielo en Buenos Aires con tanto edificio, y en Boedo se ve, porque hay “algo” en la permanencia de las casas bajas. Es un barrio con una identidad auténtica, fuerte; estoy impregnada de esa identidad, y realmente es mi casa, las callecitas son mías, el barrio es mío, el cielo de Boedo, el tango. Empezás a enamorarte, a quedarte en el lugar.
En Mendoza y Buenos Aires la misma pertenencia: Como mujer mendocina de campo, soy muy trabajadora, sé que importa la labor, soy una obrera que cambia un tacho en la casa y amasa el pan. He generado este espacio desde ese lugar. Soy hija del teatro independiente. La única manera que había en Mendoza. Estudié en la Universidad de Cuyo. Tuve la suerte de tener un director que fue a buscar estudiantes a las villas. Vengo de los 70. Tuve todos los gobiernos: Lanusse, Cámpora, Perón, Isabelita, Videla. Todo eso mientras estudiaba. Pero tuve la gracia, la suerte, de transitar un estudio con técnicas de Paulo Freire, fui de la escuela con formaciones estrictas hasta pertenecer al alumnado que se ubicaba en rondas, y donde el alumno podía decir lo que pensaba; Fui parte de puestas de teatro en las villas. Se generó en mí una consciencia de trabajo artístico que, cuando llego a Buenos Aires, sintió un impacto al ver el teatro de producción. Después me encontré con la gente que hacía teatro independiente. Hago teatro desde ese lugar y acá estoy.
Una pequeña gran historia de Pan y Arte: En 2020 cumplimos 20 años. Fue duro el comienzo en Boedo. Sobreviví. El teatro funcionó primero abajo, donde ahora es el restaurante. Me divorcié en 2003 y quedé sin ingresos. Este espacio me quedó, era mi vivienda. Desarmé el escenario, y empecé a dar de comer a la gente que venía a una clase de tango que daban unos amigos. Durante la gestión de Ibarra, yo estaba con la habilitación de club de barrio, y me llega la posibilidad de habilitar la sala que ya no tenía. Pregunté si la podía hacer en mi casa. Se podía. Mi hijo me ayuda a tirar paredes y empieza la sala. Restaurante abajo. Después mi hijo unió las dos terrazas, hizo unas gradas, y fue primero teatro al aire libre. Luego hicimos el tinglado, y hoy es una sala muy codiciada porque tiene un espacio escénico interesante.
Pan y Arte, dos sintonías, el mismo sueño, una misma manera de andar sobre el escenario: Es una especie de isla. Voy generando cosas. Salgo poco. El restaurante es como el productor artístico del teatro, porque es complicado que por sí mismo genere dinero. Una empanada para el teatro.
Hoy en Pan y Arte: En este momento trabajo en una obra de Griselda Gambaro: “Es necesario entender un poco. Los desdichados no se reconocen”, muy de estos tiempos, porque uno a veces se encuentra con gente y se dice: pero si está padeciendo, por qué no nos reconocemos, si somos iguales. Es el viaje iniciático de un muchacho que va a la vida y le pasan muchas cosas duras, difíciles, se encuentra con la locura, la miseria, la muerte, el egoísmo, y vuelve al árbol que lo vio caer. Soy la madre, las escenas con ella funcionan como  prólogo y epílogo.
Una mirada esperanzadora en los tiempos del destructivismo: Creo en los sueños. Es lo único que nos sostiene con cierta vitalidad; estar presente, estar vivo, es soñar. Me siento viva y que pertenezco mientras estoy actuando. Esa soy. Es lo que más me representa y mantiene con oxígeno en estos tiempos. Por supuesto que sería bueno que el teatro nos diera para vivir, y no tuviera que hacer empanadas. Pan y Arte recibe todos los subsidios posibles, pero es duro pagar las boletas de luz, gas, agua, alguien que limpie; apenas sostenemos el lugar. Y lo sostenemos porque pienso, con un poco más de esperanza después del 10 de diciembre, que podemos tener otro aire, porque es muy difícil. Al menos voy a sentir que la gente que nos gobierna no es mi enemigo, sino un aliado en el dolor y en lo que nos pasa. A esta gente que nos está gobernando no le hemos importado absolutamente nada. Tengo problemas financieros con el restaurante, que es mío, igual el teatro, no pago alquiler, tengo todos los empleados en orden, y es casi imposible. Ahora tengo recicladas las energías por las elecciones. Creo que siempre hay una hendija por donde encontrar la luz. Hay que seguir los sueños, no hay que declinar, porque nos hacen estas cosas para que precisamente dejemos de soñar, para recluirnos y enloquecernos; la gente estaba triste, mucha hostilidad. Son tiempos para trabajar en el barrio, para que la gente del barrio conozca lo que se hace en él; hay que estar mucho más en la calle, por eso existe el teatro sobre Boedo, tenemos luces en Boedo.
En Pan y Arte de Liliana Moreno las entradas al teatro son de precio accesible (público 300 / jubilados 250 pesos). La obra de Gambaro va los viernes a las 21 hs. El teatro de Boedo necesita del apoyo del vecino.
En la memoria de este cronista de barrio se guarda la emoción de escuchar la palabra, y contemplar la expresión de Liliana Moreno, la hacedora, una romántica.

domingo, 6 de octubre de 2019

Gabriela Giménez Lamberto "Big Bang".


Una pared del café Margot está reservada a las artes plásticas. Gabriela Giménez Lamberto (1962), integrante de la Agrupación Baires Popular, es la encargada de la exhibición –y la rotación de las muestras en los cafés notables: Cao y Federal- de las obras. Ella es habitué del Margot, y visitante de El Hipopótamo, cercano a su trabajo. Allí se dio la charla, luego de concluida su tarea.
Una parte de los días de Gabriela Giménez Lamberto: Soy empleada estatal, especialista en libros antiguos, trabajo en el Museo Histórico Nacional, restauro libros y obra plana en papel. Trabajo además, en comisión, un día a la semana, en el Museo del Hospital Borda, ocupándome de documentación, libros, fotografías, y restauración de historias clínicas. Este destino me interesó porque estoy por recibirme en Psicología Social, y hago una investigación sobre Pichon Rivière, que trabajó en el Borda.
El dibujo, la pintura, paredón y después, ya nunca te verás como te vieras: Soy artista plástica. Estoy por hacer una muestra en la galería Arenales. No estoy de acuerdo con el comercio del arte, no me gusta encerrar las obras en ninguna parte, prefiero la calle, los bares, pero bueno, luego de mi participación en las Gallery Nights empecé a entrar en ese mundo interviniendo en muestras colectivas; hoy destaca la que voy a realizar junto a Sonia Esmoris. No me interesa vender, quiero sí que la pintura circule.
La proximidad de una muestra: Ayuda a descartar pinturas viejas, a borrar aquello que no gusta, y a volver a trabajar aprovechando texturas en la tela de ayer para el nuevo quehacer.
Primeras trazos de construcción: Mi vieja era escultora y pintó durante muchos años. Tenía su taller en el altillo de la casa en Castelar. Yo quedaba entre almohadones jugando con pinceles y pinturas, creo que siempre dibujé y pinté. Fui a la escuela Fernando Fader, técnica, quería dedicarme a la gráfica; empecé con dibujo técnico, algo que después me pesó bastante cuando quise pasar al artístico. Estudié Diseño Gráfico en la Escuela Panamericana de Arte, no había computadora, todo era dibujo; ahí me di cuenta de que podía dibujar, pero no quería hacer la Belgrano, no quería ser como mi vieja, quería ser dibujante técnica. Fue crucial el primer año en la Belgrano, quería, no quería, después me gustó. De muy chiquita, mi vieja me llevaba a ver muestras, museos; durante el Di Tella yo anduve corriendo de acá para allá, mi vieja conocía a mucha gente. Guardo una imagen de mi vieja, yo recorría la muestra como lo hace un chico, cuando la miraba para irnos, ella todavía estaba en la primera pintura; le decía: “Vamos”, y ella contestaba: “No, volvé a mirar, vas a ver algo diferente”. Mi vieja tenía la teoría de que los materiales debían ser de buena calidad, y ya desde chica, y hasta hoy, sé diferenciar los buenos lápices acuarelables. Aprendí a saber desde el trazo.
Las pinceladas siguientes para la construcción: Terminada la Belgrano, donde conocí a Alicia Scavino, fui un año y medio a su taller de grabado. Me marcó mucho. Después, en los principios de la pintura, empezaba algo y lo tenía que terminar, hasta que en su taller (una etapa muy buena, me ayudó muchísimo), Carlos Cañás, que había sido mi profesor en la Belgrano, me hizo entender que terminar un cuadro lleva un tiempo: “No, -me decía- miralo mañana”. Estaba, me sentía un poco indisciplinada, porque empezaba la obra por un lado, por otro; me decidí a ir de Cañás, que es un artista estricto. Recuerdo que eran tiempos en que encontraba en el café Margot a Juan Manuel Sánchez (Grupo Espartaco), cuando le conté, casi me tira algo: “¿Discuplinarte de qué?, vos pintá y pintá”. Antes de Cañás fui al taller de Salvador Benjuya, un pintor extraordinario, que era de la Belgrano. Entre los dos talleres quise hacer un año de escultura junto a Antonio Pujía. No fui a la Pueyrredón, y sí al Instituto Superior de Arte del Teatro Colón, quería hacer escenografía, pero ya no se podía, por lo que hice dos años de Caracterización, y tres de Dirección de Ópera, y mientras tanto estudié en la Cárcova. Rendí los seis días de exámenes y entré para hacer pintura y escenografía. Todo lo estudiado, las vivencias, tiene relación con mi pintura.
Después, saber si es arte o no, será trabajo para otro: Hago arte abstracto. Hoy no me interesa mucho el resultado y destino de mis pinturas, gozo más en el proceso. También tengo formación musical, y lo que pinto, con el pincel o la espátula, lo que veo, está relacionado con los ritmos, los sonidos, a veces relaciono los colores con los sonidos. Me gustan mucho los laberintos, que para mí están relacionados con movimientos y sonidos continuos; disfruto mucho de la música minimalista, que es una repetición de sonidos más o menos veloces, creo que todo eso está en mi cabeza y tiene que ver con lo que pinto. Reconozco que me gusta el efecto, soy efectista, y soy colorista, la Academia te enseña a usar bien el color, la técnica. Gozo el proceso, y pierdo la noción del tiempo, el dolor de espalda avisa para no entrar en la locura.
Alrededor de la exposición: Me gusta ver a la gente mirando mi trabajo. Es tan interesante saber sus reacciones, y esto no tiene nada que ver con un juicio de valor sobre la obra.
Ubicación geográfica y emocional: Tengo el taller a una cuadra de mi casa, sobre Colombres, un departamento que fue la última vivienda de mi vieja, y que antes fue el estudio del Tata Cedrón en su paso por Boedo.
La receta personal, parte de la identidad, las elecciones: Nunca pude pintar series temáticas. Me interesa la figura del laberinto, círculos, explosiones, mis obsesiones. Cuando pinto voy girando el cuadro, lo trabajo así, una búsqueda de equilibrio, una propuesta para que lo cuelgues de la manera que más te gusta. Pinto con acrílico, colores puros; los dejo secar, sigo. Pinto en la cabeza, la construcción es mental, veo las imágenes, algunas se transforman, pero el núcleo ya está fijo en la memoria. Mientras me hacían acupuntura boceté, el otro día, un cuadro. Pinto sobre bastidores de tela, me gusta el formato grande, pero son incómodos para maniobrarlos. No uso marcos.
Gabriela, cómo ves tu oficio de artista plástica en los tiempos del destructivismo del gobierno del rey de amarillo: La pintura es una herramienta que puede clarificar pensamientos, desde los mismos colores. Estoy trabajando en un cuadro sobre el tema elegido para mi tesis de carrera: personas que viven en situación de calle.
El Big Bang estalla cada vez, escaleras arriba, departamento viejo en Boedo. Las estrellas en azul, ocre, rojo, amarillo, y la presencia de la luz: lo blanco, y el negro de la noche, de todas nuestras oscuridades y esperanzas salen disparadas desde el taller de calle Colombres. Es cierta la afirmación de la pintora, ella habla de movimiento, de música, de círculos y laberintos, cada color en el estallido de su momento para ser en renovada representación del Big Bang, el gran ruido del inicio de la historia alentada para ir tras las historias. En la pintura está la posible representación del nacimiento, y los atisbos de las primeras construcciones del mundo, y también, cada tanto, aparece, reconocible, una figura animal primaria acodada, siempre, en el estaño de la abstracción.
La muestra Polifonías Visuales se presentará en Galería Arenales (Arenales 1925) entre el 5 y el 14 de octubre, lunes a viernes de 16 a 20hs.


martes, 3 de septiembre de 2019

Patear al otro


La patada llegó certera sobre el pecho de la patria, el otro. En uniforme de policía impecable: un personaje de esas películas donde el bien, a pesar de algunos excesos, alecciona -castigo modalidad express- a los que solo muestran remera ajada, sucia, oscura, el identikit base, la apariencia madre asignada al parido como delincuente pobre en una puesta que transcurre posible, cada día, en la gran ciudad; supuesto delincuente y pobre: doble el estigma de quien, en este tipo de novela, lleva las de perder: derechos y, de acuerdo a la garúa en el viento, hasta la vida.
El video que mostraba la salvajada del policía (Esteban Armando Ramírez) sobre el otro se exhibía en las redes sociales, en la televisión. Sentimientos diversos: tristeza por la víctima, y el deseo simplista de que no fuera Buenos Aires. Pero no era en otra galaxia, sino en la nuestra, la que supimos conseguir: una forma de girar en el big bang que, desde los comienzos de nuestra historia, nos supo regalar el poder económico. Semillitas de una manera de ser -hoy acentuada desde el timón neoliberal del rey de amarillo y sus esbirros- que apunta certera (sí, otra vez) sobre la cuestión de la seguridad ciudadana. Las personas pueden morir de frío en la calle, tienen derecho a hacerlo; a pedir el respeto de sus derechos humanos, y respeto como trabajadores, no. Por eso, y para hacer lista chica, en la memoria aparece una Semana Trágica, los fusilamientos en la Patagonia, los fusilamientos de José León Suárez, los 30.000 desaparecidos, la represión a los mapuches, siempre así la suerte de los pobres que reaccionan contra la reluciente armadura del policía, el gendarme, el militar, cebados ciudadanos en función: sostengamos, a como dé lugar, las salvajadas que disponen los que cultivan el sembradío abusivo de la propiedad privada.
¿Quién recibe la patada del policía que se bajó de su corcel motorizado?: Jorge Gómez. Su hermano Ariel publicó estas líneas: ¿Quién me devuelve a mi hermano? ¿Quién? ¿La Policía? ¿El Gobierno de la Ciudad? Nadie. Miren el video y es la prueba más contundente de lo que pasó. Un asesinato sin ninguna justificación. Mi hermano era una muy buena persona. Tenía 41 años y trabajaba sin parar. Desde muy temprano hasta la tarde, arreglaba relojes de taxi y a la noche hacía delivery y ayudantía de cocina, porque con un solo empleo no le alcanzaba.
Estoy destruido, no entiendo cómo se pudo llegar a esto. Desde siempre fuimos muy unidos, nos criamos y vivimos juntos. Nosotros somos de Santiago del Estero y hace más de 30 años que vinimos a Buenos Aires con mi viejo. Realmente no sé cómo seguir adelante. Mi hermano no había vuelto a dormir, pero no me preocupé porque salía seguido. Hasta que vi el video por Facebook y se me cayó el mundo. El hecho ocurrió ayer a la mañana a unas cuadras de casa, en el barrio de San Cristóbal. Cuando llegué al hospital ya era tarde: me mandaron directamente a la morgue.
La Policía está buscando instalar que Jorge los amenazó con un cuchillo cuando la imagen lo muestra todo: en ningún momento intimidó a nadie. Repienso cada segundo el video y no comprendo cómo el policía Esteban Armando Ramírez pudo golpearlo así. Eran un montón de efectivos y mi hermano estaba borracho, podían reducirlo sin lastimarlo. ¿Cómo le van a pegar esa patada? No fue un accidente ni una tragedia. El golpe fue criminal: al caer al asfalto sufrió una fractura de cráneo que le produjo la muerte.
Del Gobierno de la Ciudad no se comunicó ni se acercó nadie, como si no hubieran tenido nada que ver. Eso tampoco lo puedo creer. Estamos solos, moviéndonos entre la morgue judicial, la Fiscalía y el Juzgado, para que no se trate de otro caso donde quede impune la bestialidad de las Fuerzas de Seguridad.
¿Qué dijo el poder a través de sus representantes? El Secretario de Seguridad porteño: Marcelo D'Alessandro: Ramírez actuó bajo el protocolo establecido. Dio la voz de alto y le ordenó al sospechoso que levantara las manos. Como no depuso su actitud, trató de desarmarlo y le pegó la patada como medida para mantener la distancia.
Patricia Bullrich, Ministra de Seguridad de la Nación dijo en radio La Red: Cuando un policía termina con una amenaza, está haciendo lo correcto. Dijo que el oficial: Trató que esa persona no siga, con una metodología que no era la mejor (en un acto de bondad Ramírez no disparó una bala al pecho). Dijo Bullrich: Utilizó su cuerpo. Dijo: Lo ideal hubiese sido que tuviera un arma Taser. Dijo: La policía tiene que tener armas adecuadas. En este caso tuvo que utilizar su cuerpo y tuvo un deslace que no buscó. Dijo: El hombre generaba una amenaza con un cuchillo, una de las armas más peligrosas. Dijo: Fue una situación compleja, pero se entiende en el marco de una situación de agresividad y conmoción de una persona que podía usar su cuchillo contra un ciudadano o cualquier familia que estaba en el lugar. Ella dijo en la garúa Chocobar.
En las redes sociales hay también un video, tomado por un pasajero de un colectivo, que muestra a Jorge Gómez parado frente al transporte público. Impide su paso unos segundos. En su mano lleva, al parecer, el cuchillo peligroso. En el sitio web de La Nación el video aparece titulado Las amenazas a los pasajeros. Dieciséis segundos de amenazas a cargo de una persona que, a las claras, no estaba muy consciente. Un detalle: la nota contiene el video de la amenaza, pero no el de la patada, hay una foto. En el video ausente se ve con claridad que Jorge Gómez camina, lento, hacia el policía. Lleva las manos en la espalda. El policía levanta sus manos, pero Jorge no lo imita. ¿Jorge Gómez podía tener el cuchillo en sus manos?, sí. Pero se ve que camina con dificultad, no parece tener consciencia espacio/temporal. Antes del disparo de la patada por parte del policía Esteban Armando Ramírez, se ve a otros dos policías detrás de Jorge; y al tiempo que Jorge Gómez recibe la patada está llegando un patrullero con dos efectivos más. Confundido, mareado, si quiere el lector, borracho o drogado, con un cuchillo en la mano, pero rodeado por varios policías, ¿por qué aplicar semejante patada al pecho? ¿No había otras maneras de detenerlo entre tanto uniforme? Jorge Gómez se derrumbó, cortada su respiración, hasta dar con su cabeza en la calle que, como afirma el rey de amarillo en su gritería, es de cemento y no de relato.
¿Por qué tanta saña? Porque en estos tiempos el turbio mandato del poder llega de manera acentuada. El otro como vago, como enemigo. La otredad como estigma, condena. El neoliberalismo necesita de enemigos, por eso los produce mientras funda, desde egoísmos varios, acólitos que, fogoneados por mensajes canallas, pierden, sueltan amarras de sus orígenes en el pueblo, para así alistarse en las filas de un modelo que los utiliza, los alquila por monedas, por espejitos, chucherías para que crean que sólo gente como ellos merece el ascenso hacia el cielo de la riqueza y sus diversas membresías. El poder necesita policías salvajes para marcar para dónde sopla el viento. Es así que se consiguen empleados en barata de desclasados. Los vigiladores del supermercado Coto de San Telmo, como el policía de la Ciudad: Esteban Armando Ramírez hizo con Jorge Gómez, patearon hasta causarle la muerte a un ciudadano: Vicente Ferrer, setenta años, con demencia senil, hambre y desesperación: por haber hurtado un pedazo de queso, un aceite y un chocolate.
Nadie escribe la sentencia de muerte, pero la letra garúa desde el poder, flota en los buenos aires del rey de amarillo.

miércoles, 14 de agosto de 2019

Desde el barrio de Flores


Hace unos meses que escribo sobre los posibles significantes de una frase, una idea: “Volver a casa”. Y escribo sobre las maneras, también posibles, de ese regreso. Escribir sobre la “vuelta” sabiendo que todo regreso es imposible, y entonces, aun así, despuntar el maravilloso vicio de este oficio de escritura que da pelea -a la susodicha verdad de lo imposible- con la poética inocencia con que se escriben las páginas de la novela propia; la obra que crece, respira, avanza, y retrasa sucedidos paridos relatos, ventanas en tenue lila damisela sus cortinas en las que no se para de corregir, de ajustar asperezas, y hundir puñales con un poco más de justicia y dulzura. Imposible el regreso porque sé que soy hombre otro, y aun así, siendo otro, sangre adentro, me reconozco en el muchacho de ayer, en el que ya era. Imposible porque cambia uno, y además cambia el otro, la mujer, mi semejante, la compañera, la base de toda mi esperanza. Aun así, siendo o pareciendo imposible saber frente a tantos imposibles, entonces, luego, me siento en el Margot, y juego a la tinta roja, que es como el aire.
¿Qué puede significar una casa? Un tiempo/lugar de afecto. Un refugio amigo. Otro refugio de amor soñado en la pasión. Refugio de buenas memorias. Refugio para que siempre vuelvan nuestros muertos. Refugio de esperanzas en estos días tristes en que la mentira del canalla alienta caras de cemento.
El aroma en una casa/afecto/amiga/de amor…: una sintonía casa que transmuta en otros universos. Una casa, la mejor casa para mi yo padre: la memoria de mi hija; mi casa es escucharla a través de la mano: mientras vamos de la mano por el camino; mi casa es el abrazo, maravilloso saber del alquimista. Una casa de la memoria. Y hay otra casa: el sueño de la esperanza.
A una casa se vuelve buscando el rastro físico de ayer. Vuelvo cuando junto la mirada hacia los pisos altos de un edificio con el recuerdo. Vuelvo a caminar por departamentos, y vuelvo a cada cotidiano, a cada habitante de ayer.
En mi vuelta a casa también recuerdo, por ejemplo, el regreso a la casa abandonada con los pibes del barrio, en un Martín Coronado de infancia; recuerdo también la no vuelta a la casa de la abuela Eufemia; o los regresos a La Caramba, la casa amiga de Mónica y Gabriel, en Merlo, San Luis.
Entonces una casa puede ser un hijo, un amigo, un amor, un barrio: mi Boedo, mi ciudad natal: Buenos Aires, una historia, tantas historias; y entre ellas se ilumina una presencia especial en lo que dure la lectura de mi cuento sobre esta urbanía: el paisaje interno de una librería, haber trabajado de librero, allá en los ’90, cuando poco podía imaginar de este presente en que no hago más que regresar a las casas, como decía Eufemia, mi abuela.
Las librerías fueron un puñado, de todas guardo memoria, pero la que sobresale en historias felices es la de Flores, a media cuadra de la plaza, a mitad de los ’90. Memorias y amigos para toda una vida agradecida. Y la comprensión cabal del termómetro social que hace su muestreo librería adentro, donde los lectores y los que no lo son tanto, siempre intentaban la reflexión política o filosófica que muchas veces no pasaba la prueba simple de una charla de café bienintencionada. En la librería todos hablan, el que sabe dónde está parado, y el que piensa que está en un lugar en el que hay que parecer pensante.
En la librería de Flores conocí escritores en directo, llegué a la obra de grandes escritores porque el título del libro me llamó desde el momento mismo en que abrí el paquete del reparto editorial; hice amigos, cambié figuritas para distintos colecciones de buenos momentos; conocí a alguna de mis novias de esos años; le pedí a una mujer que no volviera, ¡por favor!, vestida de negro, y no hizo caso. En Flores fui humano festejando la felicidad que puede encerrar el trabajo en los alrededores del mundo libro. Si miro hacia atrás, o sea, el volcado de la arena del tiempo en el molde de esta mi vida, queda claro que tantos años hace ya de aquello. Sin embargo, conmigo sigue estando la magia de esa librería. En poco más de un puñado de días, su buen fantasma, la buena memoria, dijo presente.
Horacio Quiroga, el guitarrista, el Bluesman, mi amigo, al que conocí en la librería de Flores, fuimos compañeros de trabajo, me invitó al Centro Cultural Padre Mugica de San Telmo. Paula Estrella, la voz, y Horacio, mis amigos, hacían su música acompañando al papá de Paula: el egregio Miguel Ángel Estrella. El motivo del concierto: la paz en Venezuela. Muchas personalidades de la cultura. Mientras esperaba el inicio veo que señalan, a un hombre, una silla plástica agregada a la última butaca de la fila, que yo ocupaba. Reparo en que es el historiador Norberto Galasso. Ofrecí mi butaca, insistí, aceptó, y cuando ambos estábamos ubicados, extendí mi mano: Quiero estrecharle la mano para decir gracias por todo su trabajo, por todos sus libros, y por las buenas lecturas que me ha regalado. Los libros de Galasso los encontré en los estantes de la librería de Flores. Nunca había estado tan cerca del escritor.
Fui a la presentación del libro El trío perfecto y otros relatos del amigo Ángel Prignano. Lugar: el Margot. En un momento se acerca uno de los presentadores y me dice: Edgardo, tanto tiempo, soy Raúl de Robles. Contuve la emoción, era Raúl, cuánto tiempo desde el último café. Raúl es poeta y lo conocí vendiéndole libros en Flores. Después los caminos que acercan y alejan de barrios y buenas personas.
Me enteré al filo de la fecha. Mi amigo el poeta Leopoldo Teuco Castilla presentaba, en lo que sería noche de viernes lluvioso, sus últimos tres libros. ¿Tres libros de una vez, Teuco? Respondió luego del abrazo: Para no molestar mucho a los amigos. El lugar: la Casa de Salta. Fue llegando el público, ceremonia de amigos y muchos poetas. Conocía a algunos de vista. Con alegría veo a un amigo poeta: Rafael Vásquez me abrazaba con sincero cariño. Esperábamos el inicio, nos pusimos al día con los relatos, y en un momento Rafael hace referencia a la cantidad de poetas presentes; dice: Allá está Sylvester. Pregunto: Santiago Sylvester. Lo señaló. Fue después de la presentación, luego de que el poeta terminara con su empanada salteña y tomara un trago de tinto, que me presenté para agradecer su escritura, de la misma manera que había hecho con Galasso. Le conté que en una librería de Flores tomé un libro de tapa negra, me llamó la atención su título: Café Bretaña, y que así lo descubrí y comencé a leerlo. Agradecido el poeta como el historiador.
En Flores empecé a leer los aforismos de Eise Osman. Eran libros chicos, y a la vez plenos de gran sabiduría, de miradas en profundidad. Casi 6 años viví en Gualeguay, y hacia esta ciudad/río fui hace unos días a visitar a Julia, mi hija. Cuando mis primeros tiempos de entrerrianía, tuve la suerte de conocer a la poeta Tuky Carboni, y hubo la vez que me invitó a un asado en su casa. Había otros invitados. Y a mi lado estaba el mismísimo Eise Osman, que vive en esa ciudad hace más de 40 años. Le dije que lo había leído en una librería de Flores, donde vendí sus títulos publicados por Galerna. En una noche de mi último viaje pude visitar a Eise y a su compañera, la escritora y poeta: Elsa Serur. Cenamos, hablamos, aprendí, siempre se aprende escuchando a Eise, agradecí, nos dimos un abrazo. Una vez más aparecía, fundacional, mi tránsito por la librería de Flores, una casa a la que siempre vuelvo.

miércoles, 24 de julio de 2019

Estos ojos


Estos ojos han visto la película Invasión (1969) de Hugo Santiago. La idea argumental es de Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares. La invasión de la ciudad de Aquilea en 1957, filmada sin disimulo en Buenos Aires de finales de los ‘60.
En un bar, uno de los militantes de la defensa, siempre hay gente para una patriada, toma una guitarra y canta Milonga de Manuel Flores de Jorge Luis Borges: Manuel Flores va a morir, / eso es moneda corriente; / morir es una costumbre / que sabe tener la gente. // Y sin embargo me duele / decirle adiós a la vida, / esa cosa tan de siempre, / tan dulce y tan conocida. // Miro en el alba mis manos, / miro en las manos las venas; / con extrañeza las miro / como si fueran ajenas. // Vendrán los cuatro balazos / y con los cuatro el olvido; / lo dijo el sabio Merlín: / morir es haber nacido. // ¡Cuánto cosa en su camino / estos ojos habrán visto! // Quién sabe lo que verán / después que me juzgue Cristo. // Manuel Flores va a morir, / eso es moneda corriente: / morir es una costumbre / que sabe tener la gente.
Por qué morir -dice el muchacho de la película- por gente que no quiere defenderse. El jefe de la resistencia sentencia que la ciudad es más que la gente. Ganan los malos, la invasión se lleva a cabo, y los defensores siguen resistiendo.
Película misteriosa, con toques fantásticos, con maneras de otro planeta, y de este, donde hay hombres que no dudan en condenar al hermano. El hombre frente a la invasión de la muerte, pensé cuando en la milonga de café el cantor confiesa: ¡Cuánto cosa en su camino / estos ojos habrán visto! Fue entonces cuando recordé que mis ojos también han visto al replicante líder de Blade Runner (Ridley Scott, 1982) en el momento en que dice aquello que sus ojos vieron: cosas de no creer, naves de ataque en llamas más allá de Orión, y rayos brillar en la oscuridad, cerca de la Puerta de Tannhäuser. Dijo el replicante que todo lo visto, todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia. Dijo para terminar: Es hora de morir.
Mil maneras de morir en esta ciudad invadida por el rey de amarillo. Pienso en todo lo que he visto con estos ojos, porque morir es una costumbre / que sabe tener la gente que no supo ver de dónde venía, de qué tiempo venía, la invasión de nuestra actual Aquilea.
Cantó el guitarrero: morir es haber nacido. Vivir es haber usado los ojos para reescribir este tiempo.

sábado, 6 de julio de 2019

Ricardo Curci Vanoli


Ricardo Curci Vanoli es artista plástico de Boedo. Trabaja desde temprano, a nueve pisos sobre las baldosas del barrio, en su taller/vivienda; dibuja y pinta por encima de la bulla que flota en el techo de la autopista. Espera presentar una muestra compartida en la Bolsa de Comercio, y otra en la Asociación de Fileteadores Porteños. Ambas: invitaciones recibidas. Visité a Ricardo en una tarde de junio. Me encontré con un hombre que elige vivir los días desde una sintonía de paleta con colores -empastado el óleo- en gamas bajas (me dice: Nunca fui de difundir mi trabajo). Esta distancia que mantiene con la posible floritura, se debe a que cuida, por sobre todas las instancias, la pulsión real de su hacer, es decir, sus almas trabajadoras que hoy se expresan en colores y formas vibrantes, directas, devenida en luz la mágica presencia del acrílico. Alguna vez Ricardo le aclaró a un galerista: Tengo 70 años, ¿a vos te parece que a esta edad estoy esperando que me conozcan?, me muero en la mía. Agregó: Son muy jodidos los galeristas. Su mercado hoy: Mi vida es esta, si puedo vender algo, lo vendo, tengo algunos clientes, me conocen dentro de un ambiente cerrado, nunca fui muy abierto.
Un dato biográfico sobre su territorio de trabajo y sueños: Nací en Boedo (1944) y viví toda la vida en Boedo. Nací en Castro 1557, entre Pavón y Garay, después me casé y fui a vivir en Castro Barros y Estados Unidos, después Mármol e Independencia, luego Castro Barros y Carlos Calvo, y ahora en Virrey Liniers y Cochabamba. Siempre en Boedo.
La charla se dio sobre su mesa de trabajo: papeles, lápices, todo ordenado, al igual que el ambiente que es taller y vivienda; pienso que Ricardo arranca con el impulso creador desde el reconocimiento decisivo de su paisaje fundacional: Mi vida está acá adentro, mirá, tengo dibujos de cuando era pibe. La profesora quedaba a la vuelta del viejo Trianón, sobre Pasaje San Ignacio. Yo tendría 14/15 años, la maestra se llamaba Eve Infanzon. Fui porque mis viejos vieron que me gustaba el dibujo, y empecé a perfeccionarme. El talento hay que desarrollarlo, no es que lo tenés y ya está; hay que laburarlo, no hay otra. Digo que se puede aprender a dibujar, mal o bien, se puede, serás o no un artista, pero hay una sola manera de dibujar, a mis alumnos se lo digo siempre, se aprende a dibujar dibujando. No es la decisión de un profesional, quiero ser contador, abogado, acá no es quiero ser poeta, pintor, en esto no se busca camino, nacés con el oficio y listo, así lo creo. Así fue mi vida. No hay más que trabajar.
Mientras habla remarca el “acá”, su refugio en el barrio. “Acá” significa la cocina mínima, los muebles necesarios, la cama, las paredes repletas con su obra (hay cuadros, dibujos y bocetos de distintas épocas): Trabajo 11/12 horas por día, vivo acá, hay veces que me despierto a la madrugada, no tengo sueño, y me pongo a pintar, es lo malo de tener el taller donde vivís, todo a la mano. Prendo la luz y me digo: “Uh, eso”, y me pongo a trabajar a las 3 de la mañana.
Allá lejos y hace tiempo, también fue la presencia de la amiga que tienta y gusta con pintarse: Mi viejo quería que yo fuese lo que él quería que yo fuese, y me mandó a la escuela industrial, en quinto año dejé; le dije: “Viejo, no me gusta”, y “Qué te gusta hacer”, preguntó: “Yo quiero pintar”. En el momento que iba a entrar a Bellas Artes necesitaba el ciclo básico y el industrial no me servía. Así que no pudo ser, y empecé a frecuentar talleres de artistas plásticos hasta que me largué solo. Destaco dos que me sirvieron de mucho: Martín Evar y Néstor Berllés. Mi formación es autodidacta… hasta cierto punto, miro mucha pintura, no tengo un pintor como guía, tengo a muchos, estudio trazos, movimientos, colores. Me formé así, y lo aconsejo para los que empiezan.
Arte y equilibrio en los días de un artista fuera del circuito comercial: qué hacer para vivir mientras se va dibujando y pintando la historia real: Recién ahora puedo decir que vivo de la pintura, desde que me jubilé, antes no, fui vendedor de Terrabusi, en un molino harinero, Celusal, eso me permitía tener el sustento y tiempo para pintar. Desde el 92, pinto.
Mientras se sucedían las palabras que bocetaban la historia y las ideas de Ricardo Curci Vanoli, mis pensamientos se encontraban con una palabra clave, con una palabra impulso sumamente necesaria para su quehacer artístico: “libertad”: Soy amante del dibujo más que de la pintura. El dibujo es la madre de todas las artes: escultura, arquitectura, el filete, la pintura. Trabajo el cubismo, el geométrico, lo abstracto, lo figurativo, y el fileteado. No tuve épocas diferenciadas por la técnica, convivo con ellas, es mi pintura. El tema sobre el que más me gusta trabajar es el desnudo de la figura humana, y ahí sí, figurativo, académico. Un colega, Eugenio Monferrán, me decía que debía dedicarme a algo específico. Le expliqué lo siguiente: me gusta el tango, el jazz, la ópera, la música clásica, en pintura me gusta lo abstracto, lo figurativo, el filete, el cubismo, por qué me tengo que encasillar en algo. Claro, él lo decía para que me conozcan como geométrico, figurativo o abstracto, pero lo que no me interesa es que me reconozcan, siempre pinté para mí, soy pintor, nada más, y todas estas maneras son mi pintura.
Ricardo tiene universo propio, y desde ese cielo llegan sus opiniones sobre temas como el artista real en los complejos intersticios del mercado: Hay maravillosos pintores que son conocidos por los pintores colegas, un ambiente cerrado, de talleres, y hay otros artistas que saben venderse. Felicito a Picasso, que además de ser un genio, se supo vender, pero a través de él, no como otros mediocres que se venden porque tienen cerca un buen crítico de arte o un buen padrino. Y a veces es una cuestión de suerte, algo que no se buscó, y ocurre.
En el mundo del encuentro humano con el quehacer artístico, el valiente, que toma en su mano pincel, lapicera, gubia, y tantas otras maravillosas herramientas –puentes por donde se desplazan ideas, sueños-, a lo largo de los días va construyendo su receta, su manera, la huella que conduce a las alturas de los puentes. El relato de Curci Vanoli se escribe a través de detalles, su receta sabe de las bondades del boliche: Mucho de los bocetos los trabajo en bares, en Boedo hay veces que voy a Margot, otras al Pugliese, o camino hasta Caballito, o en San Telmo: el Federal o La Poesía. A Monferrán lo conocí en Caballito, me vio dibujando y preguntó si yo era pintor, así empezamos y ahora vamos a exponer juntos. Todo empezó en el boliche.
En su receta aparece explícitamente señalado su lugar en el mundo: Es un privilegio vivir en Boedo, disfrutar del tango, es como cuando me preguntaste cómo empecé a pintar; se nace músico, poeta, se nace y no te preguntás, hay cosas que se fueron enganchando con otras: nací en Boedo, barrio de tango, y soy de San Lorenzo, están los amigos, y de repente te encontrás que es todo Boedo en vos, no sé cómo explicarlo, hay cosas que no tienen explicación.
Ricardo sabe que en su pintura puso toda su vida, que pocos saben lo que hace; sabe que trabajó el óleo y que hoy utiliza el acrílico, sabe que sus temas empiezan en Boedo, el tango y Buenos Aires; sabe que su pintura está formada por el puñado de almas que lo guían: su identidad.

jueves, 6 de junio de 2019

Palabras...


Palabras compañeras: herramienta propia y del otro, el hermano de la patria. Palabras para decir -para mejor decir- mientras se intenta sacarle punta al lápiz de las ideas. Palabras apenas vislumbradas en un pensamiento fugaz, palabras que no llegarán a la oralidad, que tampoco llegarán al papel, que no se harán tinta de cursor estelar en el big bang de una pantalla. Palabras íntimas. Palabras –un puñado en estos tiempos- para anotar la lista de compra flaca en el mercadito chino. Palabras para intentar la poesía. Palabras para hacer “click de cronista” (mirada escrita al acrílico) sobre la vida triste en la calle. Palabras que se mezclan en la mañana como lo hace un toque de color en la pintura en blanco de una novela. Palabras para hablar de amor. Palabras para nombrar a mi hija Julia en cada uno de los días y los libros que piden permiso en esta escritura fuerte, la del regreso a mi Buenos Aires natal. Palabras para Julia cuando miro la foto que dice del bebé de ayer. Palabras para nacer esta nota en Desde Boedo. Palabras en Boedo, desde el departamento prestado por Josecito de la ferretería, amigo poeta. Palabras en el Margot, en el Cao: el murmullo fundacional de las palabras: las mías, las que pude dar, las que pude gastar, las que gasto. Palabras que digo al teléfono, y palabras que devuelve el misterio. Palabras para el misterio en el misterio mismo de cada día, de cada recuerdo. Palabras en la memoria: hambre, desaparecido, solidaridad, justicia. Palabras otras: canallas (muchos), mentiras (amarillas). Palabras en la noche. En el silencio. En la soledad. Palabras en una habitación con ventana alta que da sobre Avenida Córdoba; escucha una amiga que sabe de la raigambre humana desde donde llegan algunas palabras. Palabras entre los amigos, los que alientan, los que inventan una alegría momentánea para impulsar la idea de ganar, de a poco, cada día. Palabras en un día logrado. Palabras para decir silencios dentro de la pintura en gamas bajas donde transita el relato de la familia. Palabras, retazos de palabras, hilachas que encuentro en mis viajes por la calle. Palabras con puntos suspensivos. Palabras imágenes con puntos suspensivos. Palabras para completar con mi oficio de palabrero:

Un carro de cartonero da su presente en la ciudad. Primera hora de la tarde sobre Avenida Córdoba. Temprano empieza el tránsito de los especialistas. En el paisaje esperan las sobras de la urbana residencia.
El carro ya tiene carga: cartón, botellas, esqueletos de computadoras, sillas rengas, ropa de ayer. Un muchacho descansa apoyado en la proa de la nave. Descansa entre los brazos mástiles que apuntan al cielo.
En sus costados, el carro exhibe cantidad de juguetes: muñecos maltrechos, peluches rotos, sucios, sufrientes. Aire de cementerio a la vez que aire de rescate desde el barranco de la basura, el olvido.
Los muñecos vueltos a la vida. Simulacro a la vista.
Existencias pendientes de un tramo de hilo viejo o de un firulete en alambre fino. Desde la apariencia, los muñecos regresan a casa con un último aire de esperanza. Imaginería de la vuelta a la alegría de ayer.
Volver a casa desde la basura, la injusta condena.

Palabras cursivas que hurto del libro que el palabrero escribe sobre extrañas maneras de volver a casa. Recorto palabras de un libro para que sean palabras en una nota que dice de la palabra que alumbra la maravilla de la lectura. Desde mi regreso a la ciudad me acompaña el egregio Ramón Gómez de la Serna. Y a través de él, desde su universo libro, también avisan mis ganas de tentar palabras sobre la vuelta a casa:

Corría 1931 en el torreón de Velázquez 4, Madrid. Ramón vivió muchos años en ese torreón que estaba cubierto, tierra y cielo, por distintos objetos; entre ellos sus prácticas alquimistas: (…) Yo acostumbro a meter la casa en los objetos y no los objetos en la casa…
En una nota aparecida en ABC, José Lorenzo escribía: (…) El ascensor nos deja al pie de una escalerilla estrecha y breve. La puerta del torreón está abierta, y por ella sale a recibirnos la voz de Ramón. El torreón tiene todas sus luminarias en fiesta y todo el sistema planetario de su techo abre zonas de luz irisada, a cuya magia el museo-bazar en que vive Ramón cobra algo de gruta encantada para un cuento de niños.
Ramón se mudó a Villanueva 38. Decía desde su nuevo lugar: Como sigo estando cerca del Retiro dejo la muerte en casa a eso de las tres de la tarde, y me voy a pasear por sus paseos dos horas, y cuando vuelvo ya no hay muerte.
Y reflexionaba sobre su casa de ayer, el torreón: (…) Como es época de comprimirse, de dejar torres de marfil –la verdad es que nunca lo fueron-, he quitado mi torreón.
En el torreón quedaba albergado lo señero, lo que no debía condensarse sino en un depósito litúrgico y adecuado, con un ambiente de silencio y de soledad, esperando la pluvial inspiración.
Allí se verificaban los encuentros como fuera de la vida y de la muerte, las recapacitaciones por encima de las circunstancias, las evasiones en la estratosfera para hacer observaciones sobre rayos ultracósmicos, que sólo se pueden capturar en el fondo de los pisapapeles colocados, allá arriba, sobre las cuartillas en blanco.
Me preguntaba: “¿Se puede aceptar esta teoría? ¿Merece escribirse esta novela? ¿Es greguería esta greguería? ¿Debe trazarse este artículo?...”. Y subía al torreón para cerciorarme. (…).
Los poetas que tienen condiciones para concentrar su pensamiento necesitarían ser dotados de regaladas torres de marfil para que todos encontrásemos plasmada, gracias a su concentración, la fórmula de nuestras ilusiones, la consigna para entrar en mejores jardines del vivir, el último nombre de nuestra alma.
Ningún apartamiento para trabajar es bastante si se quiere hallar la vera diafanidad y la ulterior faceta de los pensamientos. ¿Qué hay que ir también a la calle? Pero ¡quién no tiene que bajar a la calle demasiado!
De andar por el mundo y después subir a la torre para pensar en lo visto, sale la confrontación ideal. (…).
El caso es que ya no hay torreón. Pintado de azul, se ha perdido su azul en el azul del ancho dintorno celestial. He descolgado algunas de sus estrellas –las mejores-, y le he dejado la Vía Láctea para consuelo del techo despojado. (…).
Todo había adquirido allí una armonía a través de los años, y entre unas cosas y otras se descifraba lo que de brujería hay en la vida. No volverá a concertarse aquel desiderátum de cachivaches.
¿Es que va a ser la vida actual pura pérdida ideal?
La pérdida nunca es total, me dijo una amiga. Un nuevo cotidiano espera a todo movimiento. Claro, importa cómo me muevo para volver a casa, para levantar una nueva casa entre las casas.
Anotó Ramón en su Automoribundia: (…) Al vernos destorroneados no debemos caer del lado de los arrasadores. Perdámoslo todo menos el instinto de conservación espiritual, que debe estar por encima del de conservación material.

Palabras que dicen: para un padre no hay mejor casa a la que regresar, que la memoria de un hijo. Vuelvo hecho palabras. Palabras para volver a la felicidad. Palabras para atravesar los tiempos oscuros: para volver desde la calle, palabras para volver, para sepultar los días malsanos del rey de amarillo. Palabras para “ser” en la memoria.