Ayer fue mi primer día del padre. Tenía cierta
expectativa con el día, cómo será, qué me pasará cuando me digan: Che, feliz
día, porque hace cuarenta y tantos días con yapa que vino Julia, y entonces,
sí, señor, feliz día, sos papá: Soy tu papá. Los amigos, la familia, las
personas conocidas, todos estuvieron de feliz día para mí, y todo gracias a
vos. La pregunta estuvo cantada cada vez: ¿Y, papá, qué se siente?, y tanto
preguntar en ellos, y tanto encontrar en mí qué decir, cómo contar, es que
terminé preguntándome: Che, barbeta, papi de Julia, qué onda, qué sintonía, qué
revuelto Gramajo anda de feliz día en tu interior. Fue así, hija, que caí en la
cuenta de que en realidad vengo de día del padre sostenido. Si por este día felicidad
se entiende y se desea, vengo de fiesta desde el 28 de abril, porque la
constelación del padre, una de las pocas que no crece en el cielo estrellado sino
en el barrio de los hombres, se camina a través de la búsqueda de las esquinas
más felices, y eso siempre me gustó, buscar los cruces en la vida. Encontrar
esquinas, también elegirlas, algunas efímeras y otras eternas. Entre estas
últimas, hoy, ahora, me quedo en la esquina de tu mirada, en la de tu cuerpo dentro
de mi abrazo. Descubro buzones rojos que guardan palabras en tránsito, escribo cartas
de ayer y de hoy, dejo señales en todas las esquinas en las que busco dar con tu
alma: en cada caricia, en cada beso chiquito, en mi dedo atrapado por tu
manito, y desde hace un puñado de días, hago esquina en tu sonrisa, en la luz
de tu cara de pibita haciendo señales en nuestro universo de San Cristóbal, siempre
tan cerca de Boedo. Vengo de feliz día desde que naciste, y así quiero seguir,
así queremos seguir con mamá Evangelina, seguir en nosotros con las mismas
ganas de encuentro. Claro que hay veces que nos cachetea un llanto que todavía
no entendimos y pinta tormenta, pero luego todo se aplaca cuando mamá hace
magia, cuida que te cuida con su imaginación que no para hasta que otra vez
llega la calma, sea chupete respirando a buen ritmo, sea piquito de amasar
sonrisas en reposo. Ahí es cuando logro desatar el moño de payaso asustado que
se empecina en ajustarme la garganta. Feliz día del padre, sí, desde que te vi.
miércoles, 20 de junio de 2012
jueves, 7 de junio de 2012
Una historia para Julia (VIII)
Era de mañana cuando escuchaste por primera
vez la lluvia. Nada importa que hasta ahí, es más, nada importa que todavía no
sepas de la lluvia. Estabas de ojos muy abiertos en el cochecito que te prestó
Augusto. Escuchabas la novedad. Mamá Evangelina preparaba el mate, papá te
espiaba mientras empezaban a caer las primeras gotas: una y una, de dos en dos,
ellas unidas en su quehacer, en su húmeda ética del regreso, porque gotas son
las que se van y las que vuelven en el diario trajinar, gotas como si de
personitas se tratara. Las ventanas de la cocina se asoman, cada día, sobre un
lago de chapas, árboles y tanques de agua. Techos bajos de un centro de manzana
en el barrio de San Cristóbal. Música primera la de la lluvia y el metal, amigos
que todavía se abrazan en algunos lugares de Buenos Aires. Siempre me gustó
ser, estar, en la lluvia. Será por eso que te imagino en ella. Primeras gotas
de una lluvia de siesta acariciando tus mejillas, acompañando la infinidad de
besos recibidos e imaginados, porque son tantas las veces en que quisiera
comerte a besitos chiquitos, lentos como la mejor de las lluvias: comerte en besos
de garúa. La lluvia será compañera una vez que la lleves en la mirada. Ella te
sueña, te quiere: Julia, mi amiga, se la escuchará murmurar por los barrios. Ojalá
que siempre te guste más la lluvia que el cielo, porque en cada gota, marca,
beso, sobre una chapa, un patio, la calle, tu refugio de ciudad, vas a poder saber
de las personas, la tierra y los días. Julia, hija, que la lluvia acaricie tus
patrias internas.
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