El empleado de
uno de los tantos dioses bendijo con sangre. Como si desde el principio de los
tiempos de cada historia, el dios y el empleado hubieran olvidado, o peor,
ignorado, las lágrimas de la víctima: el suplicio. La sangre de un cuerpo a otro:
el quebranto, el fogonazo de uno a otro. La historia de la sangre derramada
completa la biblia donde el hombre se narra. Espada y estilete al corazón de la
criatura. Munición en la recámara, sacar seguro, modalidad tiro a tiro o en
ráfaga: unción perforante. La sangre y su historia de río que va desde los
rápidos hasta el discurrir manso: los minutos se acomodan por última vez. La
sangre fuera de cauce moja presta la oreja de la Parca. Cuando el hombre llega a
viejo piensa en el momento cercano en que la sangre no sea río. Entonces salta con
ritmo acentuado sobre la soga que une los extremos de la vida y la muerte.
Cuánto hubo de felicidad, cuánto de su ausencia. El hombre piensa y entonces a las
verdades las tapa la bruma. Es posible que la paz se pierda. Sobre la sangre
fuera de cauce también piensa el poeta viejo, que viene de andar la vida entre su
alma maravillada y la muerte que lamerá las rocas y la filosofía de su vaso. El
vaso sobre el escritorio. Hoja en blanco, lapicera de tinta roja. El poeta viejo
de exacerbado trago trata de mantener en pie su arboladura, la nao sobre la
sangre, el río: su cauce. Hace memoria y encuentra feliz el rastro de su
primera sangre. Lamenta, además, que sea uno de los grandes ocultamientos de
los dioses y de sus empleados: es necesario saber por qué, cuándo fue derramada
la primera sangre.
domingo, 31 de agosto de 2014
domingo, 10 de agosto de 2014
La sombra (La foto, Diario Tiempo Argentino: 10 de agosto de 2014)
La sombra es el
perro más fiel que conocí, le dije a Batuque, mi perro, que muerto duerme su
ausencia bajo la sombra del limonero. El mundo es una sombra, pensé después.
Alma pura, cuentan que es todo el cuerpo de la sombra. Recomiendan también que
hacia ella hay que mirar, que a ella hay que invitar un café para saber de
quién, o de qué se trata la persona que nos interesa desentrañar. Llegar a la
mujer a través de la sombra de su mano, de su pelo, de su pollerita de dibujar
nuevos barriletes sobre el cemento. Nada más hermoso que intentar ver la sombra
de una mujer que usa boina, una sombra de esas que salen a desestabilizar la
noche. Intentar ver el dibujo para conocer sus secretos y sus placeres. Ver en
la sombra como si leyera la mejor poesía, como si oteara las señales en la
borra del mejor café. Es que mirar en la sombra es un oficio que roza y se
nutre en lo fantástico. Hay infinidad de sombras en el mundo de adentro y en el
de afuera; tantas sombras como almas cuando se mira desde un quinto piso o
cuando se mira hacia las memorias de quienes fuimos. Un alma y una sombra,
luego un puñado de decisiones. Le digo a Batuque que Rolando, nuestro padre,
siempre pintó sombras en el cielo y en la tierra. Él no cree en Dios, cree en
la sombra. Por eso, pienso, pero no le digo, que Batuque duerme bajo la sombra
del limonero, y yo miro en las sombras de la mujer, y obvio, en las mías. Tomé
la mano de la muchacha de la boina, la noche quedaba en San Telmo, y con una
luz en la ochava, vi sobre los adoquines que nuestras sombras andaban de la
mano. Íbamos camino al primer abrazo.
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