El empleado de
uno de los tantos dioses bendijo con sangre. Como si desde el principio de los
tiempos de cada historia, el dios y el empleado hubieran olvidado, o peor,
ignorado, las lágrimas de la víctima: el suplicio. La sangre de un cuerpo a otro:
el quebranto, el fogonazo de uno a otro. La historia de la sangre derramada
completa la biblia donde el hombre se narra. Espada y estilete al corazón de la
criatura. Munición en la recámara, sacar seguro, modalidad tiro a tiro o en
ráfaga: unción perforante. La sangre y su historia de río que va desde los
rápidos hasta el discurrir manso: los minutos se acomodan por última vez. La
sangre fuera de cauce moja presta la oreja de la Parca. Cuando el hombre llega a
viejo piensa en el momento cercano en que la sangre no sea río. Entonces salta con
ritmo acentuado sobre la soga que une los extremos de la vida y la muerte.
Cuánto hubo de felicidad, cuánto de su ausencia. El hombre piensa y entonces a las
verdades las tapa la bruma. Es posible que la paz se pierda. Sobre la sangre
fuera de cauce también piensa el poeta viejo, que viene de andar la vida entre su
alma maravillada y la muerte que lamerá las rocas y la filosofía de su vaso. El
vaso sobre el escritorio. Hoja en blanco, lapicera de tinta roja. El poeta viejo
de exacerbado trago trata de mantener en pie su arboladura, la nao sobre la
sangre, el río: su cauce. Hace memoria y encuentra feliz el rastro de su
primera sangre. Lamenta, además, que sea uno de los grandes ocultamientos de
los dioses y de sus empleados: es necesario saber por qué, cuándo fue derramada
la primera sangre.
domingo, 31 de agosto de 2014
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