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Óleo de Eolo Pons |
Me encuentro en tus ojos, los del misterio, y
me digo que quiero contarte de cuando las personas caminan por los días y de cuando
hay que irse para escondernos muy cerca de la ausencia. Quiero contarte, Julia,
pero no sé si pueda. Nacemos a la vida, llegamos, abrimos los ojos, como vos,
recién, hace un rato, llegar desde el abrazo de mamá Evangelina, o llegar desde
la mar misterio, desde ese puerto ubicado a más de dos meses de tu sonrisa de
hace un rato. Llegar es como volver de una siesta, de un sueñito. Hay siestas
diferentes, unas cercanas, y otras un tanto alejadas. Siempre se vuelve a la
siesta primera, de la que poco adivinan los hombres. Sabés, creo que yo venía conociendo
mucho de esa siesta. Papá tiene amigos queridos en la siesta de la ausencia. Ellos
duermen en otro barrio. Un tanto lejos están Néstor, Gabriel, Salvador, Liliana.
Ellos se fueron después de vivir sus días, no están después de haber contado
historias, después de haberlas disfrutado. Se fueron, pero igual los veo, los
encuentro en la memoria, que es un lugar donde se guardan los recuerdos, un
barrio donde se mezcla el tiempo, y es este tiempo y memoria el que puede
atesorar la cara de mamá y papá, el cielo, la lluvia, la música, las caricias,
los amigos, todo junto y sin orden para que vos, yo, cualquiera, pueda jugar
con los momentos; y mejor si son alegres, y mucho mejor si hay más alegres que
tristes. Creo, Julia, que papá venía como desparejo, con mucha historia y
pensamientos alrededor de la siesta, esquina de Buenos Aires llamada muerte, es
más, sé tantas historias alrededor de ella que casi podría pasar por sabihondo
de café, y me doy cuenta que, a pesar de haber disfrutado de los días, de haber
sido feliz porque viví lindas historias, es tu llegada, hija, la que por fin me
empareja, la que me hace pensar en que ahora sí sé de la vida y de la muerte. Y
quiero decirte que estoy convencido de que para caminar lindo por los días hay
que saber de llegadas y de partidas: sólo así podemos ejercer la memoria.