Cuando te ayudo a sostener la mamadera, vos
jugás con tus deditos entre los míos: roces leves reconociendo formas, y mi
presencia en la oscuridad. Cada vez que sucede, papá se va a su infancia.
Recuerda Martín Coronado, la franja de tierra al costado de la vía y los yuyos
de altura mediana que saludan el tren. Papá recuerda este paisaje porque entre
esos yuyos, en verano, en la noche más pura, volaban infinidad de bichitos de
luz. Yo avanzaba mis manos de pibe entre las luces diminutas: así los roces
leves. Yo, menos oscuro, reconocido por tu vuelo.
miércoles, 29 de enero de 2014
Una historia para Julia (LVII)
En estos veintiún meses de Julia, tus palabras
son: mamá, papá, gato o tato, babau, moto, nena, Cata: tu prima, mirá, agua,
dame, pato pato: cuando te vamos a hacer: al agua pato en la bañadera que te
regaló la Rusa. Y
hay una palabrita que necesita una mayor explicación, y que a papá se le pegó: “titó”.
Cuando algo se cae de tus manos, cuando algo se rompe contra el piso, cuando la
mona Jacinta se cae del cochecito en el que pasea: todo eso se gana un “titó”.
Cuando a papá no le gusta una frase, titó, cuando se acaba la botella de tinto,
titó, cuando estaba interesado en escuchar o terminar de leer algo, y vos venís
con un lápiz, una pelotita o un libro para mirar, titó papá, y ni hablar las
veces que titó mamá Evangelina. La vida entera, verás querida hija, es un jardín
de titós. Hay que hacerles frente, y es la mejor manera de andar: sabiendo que
existe “titó”.
Una historia para Julia (LVI)
En tardes de calor, cuando el sol va marchando
hacia el bolsillo de la noche, vos y mamá Evangelina se preparan en el patio.
Vos con la regadera que te trajo la abuela Adela mientras mamá dispone su juego
de mangueras para cubrir todas las distancias del jardín. Nace el riego. Te
encanta. Te vas empapando de a poco, pero guardás para el final tu cabeza. En
el extremo de la manguera más larga se aferra la figura del sapito de plástico
azul: el fabricante de lluvia. Ves la flor de agua hacerse lugar en el aire, y
enseguida te gobierna la mirada pícara. Primero caminás, después corrés en
círculos, entrás en órbita sapital, y empezás con la risa el desafío de los acercamientos
y retrocesos. Pura diversión mientras tus círculos se van cerrando para que te
encuentres casi cara a cara con la garganta fina del volcán. La risa deriva en
grititos muy agudos. Así el festejo del agua amiga entre las plantas de mamá,
sobre el pasto, entre los árboles de naranja, el laurel, los rosales, entre los
momentos donde nace la felicidad y se moja tu cabeza.
Una historia para Julia (LV)
Nunca fuiste bebé de andar durmiendo con
facilidad, y ojalá sea esto señal de que mañana vas a ser una mujer bien
despierta de conciencia a la que no será fácil engañar. Porque hay que buscarle
una utilidad a todas las horas de sueño perdidas por mamá Evangelina y papá
tratando de entender cada situación nocturna, cada reclamo tuyo. Atendimos con
no poco esfuerzo tus llamados, y acá estamos: los tres muy sonrientes. Anoto en
esta hoja de nuestra bitácora de Julia, que vos, Momoshi, porque seguís
llevando este nombre, a finales de diciembre de 2013, por primera vez desde tu
nacimiento: dormiste siete horas seguidas. Esa noche, te extrañamos. No
recuerdo si dormimos.
Una historia para Julia (LIV)
Transcurre la media mañana. Saliste a caminar
con mamá Evangelina. Quiero sumarme a ustedes y voy hacia la vereda. No vi
hacia qué dirección enfilaron. Parado en la puerta miro hacia la derecha al
tiempo que pienso en que por ahí están en el almacén de Mariano y Enrique.
Antes de caminar hasta la puerta del almacén, miro hacia la izquierda. Mi
mirada llegó justito para encontrarme con ustedes dos: doblaban en la esquina.
Me viste. Después el grito: Papá. Fui a encontrarlas con un nudo en la
garganta. Hacía tan poco que me llamabas papá.
Una historia para Julia (LIII)
Sabés, papá tiene una amiga nueva: Leticia, es
hija de un gran escritor argentino nacido en Gualeguay, donde ahora vivimos:
Juan José Manauta. Escribí una nota sobre él en un diario y ella me escribió
para agradecerme; así nos hicimos amigos, todavía no la conozco personalmente. Leticia
escribe como el padre. Ella está leyendo nuestras historias, y me comentó la número
XLVI. Ahí yo te cuento el significado que tiene para mí caminar con vos tomados
de la mano. Y junto a las palabras, papá colocó dos fotos de nosotros en la
vereda de casa. Cuando Leticia vio esta historia para Julia, me mandó, nos mandó,
una foto de ella con su papá.
Una historia para Julia (LII)
Hace unos tres meses tuviste algunos días de
escondite y refugio. Tus desapariciones hasta ese momento consistían en taparte
la cara con las dos manos o con un trapo: pañuelo, repasador, remera o pantalón.
No está, Julia, repetíamos a coro, hasta que nuevamente regalabas la sonrisa y decías
algo cercano al “Atá”. El escondite en cuestión, entonces una vuelta de tuerca
en las artes del borrarse, estaba ubicado entre el sillón y la puerta corrediza
que da al patio. Te acostabas en el piso -te encanta el fresquito de la baldosa
y no importa la estación- y el espacio rectangular te cubría a la perfección.
No está, Julia, decíamos, y vos nada, te demorabas y te demorabas, hasta que
decidías pararte y asomar la cabeza por sobre el costado del sillón. Sabés salir
de escena, y esto es algo bueno. Verás que la vida también tendrá lugar para el
refugio, un lugar, un encuentro privado con diversos usos. A veces a
esconderse. A veces a hacer frente. ¿Cuándo una cosa o la otra?, no tengo dudas
de que vas a saber decidir, lo sabe todo aquel que se conoce a sí mismo.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)