Pensamiento uno

Desde que descubrí el camino hacia la luz, no paro de rebotar contra la lámpara.















UPCN Feria del libro 2018

UPCN Feria del libro 2018
Presentación de "La marca de Gualeguay 1".

Pensamiento dos

A tener en cuenta: la felicidad es un arte efímero.

miércoles, 24 de julio de 2019

Estos ojos


Estos ojos han visto la película Invasión (1969) de Hugo Santiago. La idea argumental es de Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares. La invasión de la ciudad de Aquilea en 1957, filmada sin disimulo en Buenos Aires de finales de los ‘60.
En un bar, uno de los militantes de la defensa, siempre hay gente para una patriada, toma una guitarra y canta Milonga de Manuel Flores de Jorge Luis Borges: Manuel Flores va a morir, / eso es moneda corriente; / morir es una costumbre / que sabe tener la gente. // Y sin embargo me duele / decirle adiós a la vida, / esa cosa tan de siempre, / tan dulce y tan conocida. // Miro en el alba mis manos, / miro en las manos las venas; / con extrañeza las miro / como si fueran ajenas. // Vendrán los cuatro balazos / y con los cuatro el olvido; / lo dijo el sabio Merlín: / morir es haber nacido. // ¡Cuánto cosa en su camino / estos ojos habrán visto! // Quién sabe lo que verán / después que me juzgue Cristo. // Manuel Flores va a morir, / eso es moneda corriente: / morir es una costumbre / que sabe tener la gente.
Por qué morir -dice el muchacho de la película- por gente que no quiere defenderse. El jefe de la resistencia sentencia que la ciudad es más que la gente. Ganan los malos, la invasión se lleva a cabo, y los defensores siguen resistiendo.
Película misteriosa, con toques fantásticos, con maneras de otro planeta, y de este, donde hay hombres que no dudan en condenar al hermano. El hombre frente a la invasión de la muerte, pensé cuando en la milonga de café el cantor confiesa: ¡Cuánto cosa en su camino / estos ojos habrán visto! Fue entonces cuando recordé que mis ojos también han visto al replicante líder de Blade Runner (Ridley Scott, 1982) en el momento en que dice aquello que sus ojos vieron: cosas de no creer, naves de ataque en llamas más allá de Orión, y rayos brillar en la oscuridad, cerca de la Puerta de Tannhäuser. Dijo el replicante que todo lo visto, todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia. Dijo para terminar: Es hora de morir.
Mil maneras de morir en esta ciudad invadida por el rey de amarillo. Pienso en todo lo que he visto con estos ojos, porque morir es una costumbre / que sabe tener la gente que no supo ver de dónde venía, de qué tiempo venía, la invasión de nuestra actual Aquilea.
Cantó el guitarrero: morir es haber nacido. Vivir es haber usado los ojos para reescribir este tiempo.

sábado, 6 de julio de 2019

Ricardo Curci Vanoli


Ricardo Curci Vanoli es artista plástico de Boedo. Trabaja desde temprano, a nueve pisos sobre las baldosas del barrio, en su taller/vivienda; dibuja y pinta por encima de la bulla que flota en el techo de la autopista. Espera presentar una muestra compartida en la Bolsa de Comercio, y otra en la Asociación de Fileteadores Porteños. Ambas: invitaciones recibidas. Visité a Ricardo en una tarde de junio. Me encontré con un hombre que elige vivir los días desde una sintonía de paleta con colores -empastado el óleo- en gamas bajas (me dice: Nunca fui de difundir mi trabajo). Esta distancia que mantiene con la posible floritura, se debe a que cuida, por sobre todas las instancias, la pulsión real de su hacer, es decir, sus almas trabajadoras que hoy se expresan en colores y formas vibrantes, directas, devenida en luz la mágica presencia del acrílico. Alguna vez Ricardo le aclaró a un galerista: Tengo 70 años, ¿a vos te parece que a esta edad estoy esperando que me conozcan?, me muero en la mía. Agregó: Son muy jodidos los galeristas. Su mercado hoy: Mi vida es esta, si puedo vender algo, lo vendo, tengo algunos clientes, me conocen dentro de un ambiente cerrado, nunca fui muy abierto.
Un dato biográfico sobre su territorio de trabajo y sueños: Nací en Boedo (1944) y viví toda la vida en Boedo. Nací en Castro 1557, entre Pavón y Garay, después me casé y fui a vivir en Castro Barros y Estados Unidos, después Mármol e Independencia, luego Castro Barros y Carlos Calvo, y ahora en Virrey Liniers y Cochabamba. Siempre en Boedo.
La charla se dio sobre su mesa de trabajo: papeles, lápices, todo ordenado, al igual que el ambiente que es taller y vivienda; pienso que Ricardo arranca con el impulso creador desde el reconocimiento decisivo de su paisaje fundacional: Mi vida está acá adentro, mirá, tengo dibujos de cuando era pibe. La profesora quedaba a la vuelta del viejo Trianón, sobre Pasaje San Ignacio. Yo tendría 14/15 años, la maestra se llamaba Eve Infanzon. Fui porque mis viejos vieron que me gustaba el dibujo, y empecé a perfeccionarme. El talento hay que desarrollarlo, no es que lo tenés y ya está; hay que laburarlo, no hay otra. Digo que se puede aprender a dibujar, mal o bien, se puede, serás o no un artista, pero hay una sola manera de dibujar, a mis alumnos se lo digo siempre, se aprende a dibujar dibujando. No es la decisión de un profesional, quiero ser contador, abogado, acá no es quiero ser poeta, pintor, en esto no se busca camino, nacés con el oficio y listo, así lo creo. Así fue mi vida. No hay más que trabajar.
Mientras habla remarca el “acá”, su refugio en el barrio. “Acá” significa la cocina mínima, los muebles necesarios, la cama, las paredes repletas con su obra (hay cuadros, dibujos y bocetos de distintas épocas): Trabajo 11/12 horas por día, vivo acá, hay veces que me despierto a la madrugada, no tengo sueño, y me pongo a pintar, es lo malo de tener el taller donde vivís, todo a la mano. Prendo la luz y me digo: “Uh, eso”, y me pongo a trabajar a las 3 de la mañana.
Allá lejos y hace tiempo, también fue la presencia de la amiga que tienta y gusta con pintarse: Mi viejo quería que yo fuese lo que él quería que yo fuese, y me mandó a la escuela industrial, en quinto año dejé; le dije: “Viejo, no me gusta”, y “Qué te gusta hacer”, preguntó: “Yo quiero pintar”. En el momento que iba a entrar a Bellas Artes necesitaba el ciclo básico y el industrial no me servía. Así que no pudo ser, y empecé a frecuentar talleres de artistas plásticos hasta que me largué solo. Destaco dos que me sirvieron de mucho: Martín Evar y Néstor Berllés. Mi formación es autodidacta… hasta cierto punto, miro mucha pintura, no tengo un pintor como guía, tengo a muchos, estudio trazos, movimientos, colores. Me formé así, y lo aconsejo para los que empiezan.
Arte y equilibrio en los días de un artista fuera del circuito comercial: qué hacer para vivir mientras se va dibujando y pintando la historia real: Recién ahora puedo decir que vivo de la pintura, desde que me jubilé, antes no, fui vendedor de Terrabusi, en un molino harinero, Celusal, eso me permitía tener el sustento y tiempo para pintar. Desde el 92, pinto.
Mientras se sucedían las palabras que bocetaban la historia y las ideas de Ricardo Curci Vanoli, mis pensamientos se encontraban con una palabra clave, con una palabra impulso sumamente necesaria para su quehacer artístico: “libertad”: Soy amante del dibujo más que de la pintura. El dibujo es la madre de todas las artes: escultura, arquitectura, el filete, la pintura. Trabajo el cubismo, el geométrico, lo abstracto, lo figurativo, y el fileteado. No tuve épocas diferenciadas por la técnica, convivo con ellas, es mi pintura. El tema sobre el que más me gusta trabajar es el desnudo de la figura humana, y ahí sí, figurativo, académico. Un colega, Eugenio Monferrán, me decía que debía dedicarme a algo específico. Le expliqué lo siguiente: me gusta el tango, el jazz, la ópera, la música clásica, en pintura me gusta lo abstracto, lo figurativo, el filete, el cubismo, por qué me tengo que encasillar en algo. Claro, él lo decía para que me conozcan como geométrico, figurativo o abstracto, pero lo que no me interesa es que me reconozcan, siempre pinté para mí, soy pintor, nada más, y todas estas maneras son mi pintura.
Ricardo tiene universo propio, y desde ese cielo llegan sus opiniones sobre temas como el artista real en los complejos intersticios del mercado: Hay maravillosos pintores que son conocidos por los pintores colegas, un ambiente cerrado, de talleres, y hay otros artistas que saben venderse. Felicito a Picasso, que además de ser un genio, se supo vender, pero a través de él, no como otros mediocres que se venden porque tienen cerca un buen crítico de arte o un buen padrino. Y a veces es una cuestión de suerte, algo que no se buscó, y ocurre.
En el mundo del encuentro humano con el quehacer artístico, el valiente, que toma en su mano pincel, lapicera, gubia, y tantas otras maravillosas herramientas –puentes por donde se desplazan ideas, sueños-, a lo largo de los días va construyendo su receta, su manera, la huella que conduce a las alturas de los puentes. El relato de Curci Vanoli se escribe a través de detalles, su receta sabe de las bondades del boliche: Mucho de los bocetos los trabajo en bares, en Boedo hay veces que voy a Margot, otras al Pugliese, o camino hasta Caballito, o en San Telmo: el Federal o La Poesía. A Monferrán lo conocí en Caballito, me vio dibujando y preguntó si yo era pintor, así empezamos y ahora vamos a exponer juntos. Todo empezó en el boliche.
En su receta aparece explícitamente señalado su lugar en el mundo: Es un privilegio vivir en Boedo, disfrutar del tango, es como cuando me preguntaste cómo empecé a pintar; se nace músico, poeta, se nace y no te preguntás, hay cosas que se fueron enganchando con otras: nací en Boedo, barrio de tango, y soy de San Lorenzo, están los amigos, y de repente te encontrás que es todo Boedo en vos, no sé cómo explicarlo, hay cosas que no tienen explicación.
Ricardo sabe que en su pintura puso toda su vida, que pocos saben lo que hace; sabe que trabajó el óleo y que hoy utiliza el acrílico, sabe que sus temas empiezan en Boedo, el tango y Buenos Aires; sabe que su pintura está formada por el puñado de almas que lo guían: su identidad.