Pensamiento uno

Desde que descubrí el camino hacia la luz, no paro de rebotar contra la lámpara.















UPCN Feria del libro 2018

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Presentación de "La marca de Gualeguay 1".

Pensamiento dos

A tener en cuenta: la felicidad es un arte efímero.

lunes, 5 de febrero de 2024

La maldad de "El tío Silas"



 Era pibito de barrio. Sucedió en tiempos en que fui pibito de barrio en Martín Coronado. Sentado en la escalera -que llevaba a la terraza de la casa- abrí la revista de historietas. Dentro de ella. Desde su buche –oscuro, silencioso, muerto- brotó, se subió a la tarde que avisaba lluvia cercana, la maldad del tío Silas. La escalera al techo era mi lugar -mi refugio- de lectura cuando el terror se hizo dibujo y palabra.

Elegía la escalera. Pegada a la medianera. Ahí permanece después de casi toda nuestra historia familiar. Su universo desagua en el patio del fondo. Rodeada de memorias. Pequeñas. Memorias de morondanga. Apenas murmullo de garúa. Alguna subida ansiosa en busca de un misterioso regalo que encontré en una nochebuena. Subir la escalera para ver cómo se elevaba un globo de luz hacia la noche. Durante mi infancia la entrada a la escalera presentaba una puertita baja de madera pintada de celeste. Desde hace ya una eternidad lleva puerta alta de chapa con llave.

En sus escalones la hojarasca de los días. Y un silencio de escalera. Y el terror causado por el tío Silas.

Subía en las tardes. Buscaba mi escalón. Cuatro antes de llegar a la terraza. Leía. Desde el principio de la historia llevo un libro en mi mano. Desde que aprendí a leer. Desde que desperté en una casa con libros. Sin embargo, y aun sabiendo que la escalera de cemento era el lugar elegido para ser en la lectura, no recuerdo libro alguno en la escalera. Es más, no recuerdo libros ni otras revistas. Cada vez que subo la escalera miro el escalón donde tantas veces agoté mis tardes de lectura. Pero de todo ese tiempo, hay en mi memoria una sola tarde. Con amenaza de lluvia. Cuando apareció el tío Silas.

Su aparición parece debida a una conspiración de magos. De repente estoy. Soy en la escalera. Y tengo en mis manos la revista de historietas. Era flaca en páginas. A color. No hay pista alguna de su origen. No recuerdo que mi padre me regalara historietas. Simplemente la revista estaba ahí. En mis manos. A punto de encender su maquinaria de miedo y maldad.

Negro. Azul. Celeste. Rojo. Blanco. Colores que regresan. La voz del narrador. En finas líneas negras, sobre rectángulos claros, el hacedor de las palabras acompaña el relato que pronuncia, ante todo, el dibujo. Porque el horror está en el dibujo. Luego de la presencia de los diálogos entre la maldad y los condenados, está en el dibujo el secreto primero del encendido de un mundo por demás oscuro. Un mundo donde todo es puesto en duda. Un mundo donde el contexto sólo dice la locura. Un mundo que está siendo desmembrado, aserrado con placer y fanatismo.

El horror entró paso a paso entre mis pensamientos. Anidó. Como al descuido.

Tiene sabor el horror, hoy lo sé. Sabor de tajo amargo en la boca cuando está llena de agua salada. Sé que el tío Silas, su maldad, el miedo, el portador del terror, nació con un primer temblor en las manos, las mías, las manos que sostenían la revista, las manos que, sin poder evitarlo, desean, buscan, de primera intención, la caricia de la vida. Aquel temblor fue incertidumbre fundacional. Una obertura que avisaba de la sima del horror. Y esa misma incertidumbre, veloz, mostró otro de los sabores del horror, la certidumbre de una amenaza que lamentablemente llega a destino. Un terror concreto que llega hasta el día. Sabor a trago de fuego y sangre después del tajo amargo.

Aquel miedo encontrado en la lectura fue, sin dudas, uno de los primeros en mi vida. Saqué la vista del dibujo. Puro susto. Terror el trazo. Terror en las palabras. Sí sabía el pibito que fui que un día sigue al otro. Entonces apareció la mirada volviendo a la página. A ver cómo sigue. Un primer gesto de resistencia. Pero el susto se hizo miedo, y el miedo: terror a partir del horror entrevisto.

Cerré la revista. Quedó sobre mis piernas. Pero enseguida, para asegurar la distancia, la apoyé sobre el cemento del escalón inferior. Una manera de protegerme. Una primera reacción. Me digo hoy que en ese ayer pensé o me pregunté sobre cómo es que el horror había sucedido. El pibito que fui volvió a abrir la revista. No una, varias veces. Recorría las páginas hasta una en especial. En ella la esplendorosa maldad del tío Silas.

Aquí está. Regresa en esta memoria. El tío Silas en la escalera. En una tarde de lectura. Antes de la lluvia. Aparece tan flaco. Tan alto. Aparece con cara de esqueleto. La cara tiene un tinte verdoso, el color de la enfermedad. Tiene ojos, el esqueleto tiene ojos. Tiene boca. Habla de violencias y horrores. También amenaza. En sus manos ronronea la muerte. En sus manos la muerte. Unos cuantos cabellos revueltos caen sobre la frente. Lleva sombrero de aparecido. Rojo, el sombrero es rojo. Sus brazos se extienden en el aire. Las manos como garras. Descarnadas. Asesinas. Amenazan salir del cuadro de la historieta. De la página. Manos ocupadas con un desafiante delirio, un grito que desgarra. Viste un saco largo de color azul. Solapa negra. Muy ajustado al esqueleto. Creo ver que en su pecho lleva la camisa desprendida. En su pecho transparente alcanzo a ver su corazón de hombre muerto. Sus pantalones son azules. Flacas y largas las piernas. Está vivo el tío Silas. Vivo él. Vivo su cadáver. Habla de odio y violencia desde el más allá. Amenaza el horror. El regreso del horror. El tío Silas avanza por la habitación. Detrás de él se ve, contra una pared, un viejo reloj. Grande su esfera. Un reloj con capacidad para medir el tiempo de todo un universo. Y tan grande su esfera como el mueble de madera que lo abraza. Lo contiene. Madera desde el piso hasta casi un cielo raso de puro abismo. Es un hombre alto el tío Silas. Porque el tío ha salido desde dentro del reloj. ¿Por cuánto tiempo el mueble había conservado el horror en su interior? Quién puede saberlo. Dos puertas abiertas de par en par en el cuerpo del mueble del reloj. ¿Era acaso el ataúd donde aguardaba el tío Silas la siguiente oportunidad para desencadenar el horror entre los hombres? El fin del sueño de vivir buenos tiempos avanza desde el buche de caoba. Trancos triunfantes. Y su risa enferma. Mientras tanto tiemblan mis manos. Otra vez. Ayer y hoy. La revista de historietas está abierta sobre mis piernas. En la escalera a la terraza de la casa de Martín Coronado. Mientras el horror sucede. Mientras la amenaza se hace realidad. Mientras tanto. Llega desde aquel día de infancia la sensación de un tiempo obsceno, de inconfundible color amarillo, goteante, susurrante, voraz, corrupto, asesino. Blanda. Roja en sangre la esfera del reloj que marca un tiempo de odio. Un tiempo sin poética que anuncia la amenaza de la destrucción.

Tuve miedo cuando me temblaron las manos. A ese miedo regreso por distintas sendas, distintas señales que convocan desde el sueño. Pero también desde el día y la noche sobre el barrio, la ciudad, el país. El miedo como disparador para el viaje al miedo de ayer.

Vuelvo a la escalera. Me siento en mi escalón. No leo. Me digo que un tío Silas siempre está enredado en el tiempo. Es parte del paisaje. Los satélites Fobos (miedo) y Deimos (terror) siempre giran alrededor de Marte. Como si fuera calesita. En todas las plazas del universo. Ellos esperan una oportunidad.

Porque tuve miedo vuelvo a la escalera. A terminar con la pesadilla. Desde que cerré la revista por primera vez. Para conjurar el miedo. Para contemplar el paisaje. Para resistir. Resistirme. Y volver a mirar, a buscar en la historia. Otra vez la amenaza. Vuelta a empezar. Anduve triste todo el resto del día. Sabiendo del estante donde había quedado la revista. Pensando en el miedo. Sabido es que el susodicho no es zonzo. Y puede crecer como enredadera y llevar a sus enamorados hasta el muro donde el terror copula con el horror.

A terminar una vez más con la pesadilla. Mientras me pregunto si aquella historieta que leí en la infancia era una adaptación de la novela El tío Silas (1864) de Sheridan Le Fanu (1814-1873). Aún no lo sé. Novela que nunca leí, pero que ahora leo mientras vuelvo al miedo aquel cuando el horror se hizo en la escalera. Un regreso para saber, una vez más, que existe la posibilidad de una aparición amarga. Y que siempre la esperanza abre la puerta que lleva al tiempo de lo sencillamente humano: la tan necesaria felicidad. Una resistencia.