La muerte de Marcos Silber, amigo poeta, maestro, se hizo puerto en la ciudad puerto bajo pandemia. Hace días que viajo entre pensamientos. Como todo viajero que retorna, trato de asegurar imágenes, momentos, lugares. Regreso a los libros del poeta. En mis manos cada dedicatoria. En el mientras tanto de la memoria aferro la mano del hombre generoso que inició travesía. Hace días que ando como lluvia lenta, pensativa, una gota acá, otra más allá. Hay tristeza y alegría en la lluvia. El arte de la fantasmagoría permite que aquello que ya no es, siga siendo. Me digo que Marcos Silber fue hombre que escribió poesía, y es lugar luminoso al que vuelvo.
Regreso a una tardecita. Faltan cinco
guitas para la primera parte de la noche. Camino por Palermo. Oscurecidas las
calles. Una esquina. Doblo a la derecha. Camino hasta el caserón. Soy en
aquella vez. Entro a La Peña del Colorado. El regreso prescinde de detalles de preámbulo
y mirada. Estoy frente al centro de este universo Colorado. Me encuentro
sentado a una mesa. Bebo una copa de vino. El público es numeroso. Sin embargo,
en el regreso no identifico caras, nombres. Estoy solo. Veo a dos hombres sobre
el escenario. Cada uno sentado a una mesa de bar. A la izquierda de la pintura:
el poeta Marcos Silber. A la derecha: el poeta Leopoldo “Teuco” Castilla. En la
mesa de Marcos, una copa de vino; en la del Teuco, infaltable, su scotch.
Vuelvo a aquella noche de otoño sobre calle Güemes, o tal vez noche de invierno,
por oscura; acaso vuelvo a una peña de hace unos quince años. Soy en aquella
vez cuando los hombres amigos, poetas, felices hombres amigos poetas, hablaban
oficio, escrituras, y sonreían la vida. Porque tan felices éramos en esa noche
de poesía, tragos y amigos. Regreso. Rescato. Invito. Acaso fuera por el 2006,
tiempos de después de Thrillers
(Historias en “16”) de Marcos, y El
amanecido del Teuco. El ejemplar del libro del Teuco lo guardo dedicado por
ambos poetas. Es que tanto acaricia la felicidad. En el regreso que anoto no es
necesario identificar el poema, la afirmación, tampoco definiciones, títulos, los
maravillosos malabares de la palabrería. Tan solo miro, veo, contemplo,
comprendo la magia. Escucho la risa de ambos hombres, el tono de sus voces, las
pausas en el decir, sin apuros; acompañado el decir por el trago feliz y
pequeños silencios.
Desde que supe de la partida de Marcos, pensé en las lágrimas de dos de sus amigos poetas: el Teuco Castilla y Rubén Derlis. Fue el poeta Cedrón quien jugó, sobre paño virtual, una foto de principios de los 70. Un grupo de jóvenes hacedores en una ciudad en blanco y negro, en un balcón; de izquierda a derecha: Marcos Silber, Beatriz Mazliah, María del Cármen Suárez, José Antonio Cedrón y Rubén Derlis. Así tuve noticia de Marcos sin pipa, sin barba. A su lado la poeta Beatriz Mazliah, que conocí en el Margot de Boedo por el 2001. Juntos en la foto. Juntos partieron este 22 de mayo.
Marcos Silber fue poeta de regresar al
hombre, a la historia eterna que invita a los días. Sus poemas pueden ser
grandes fantasmagorías. Maravillosas, certeras imaginaciones. Su palabra en el paisaje.
Me contó en una entrevista: (…) Infinidad
de veces lo dije, también escribo por venganza. Escribo a dos manos, la mía más
la de mi viejo analfabeto.
Marcos y una primera fantasmagoría que
señala hacia el origen, su poema 1911
(Bajo continuo, 2008): Lo veo. / Desde la borda del
poema lo veo. / Catorce años tiene el que va a ser mi padre. / Viene en el
ARLANZA. No me ve. / No tiene rostro la tierra que lo espera. / Avanza la nave
que muerde aguas de extraños idiomas. / No lee ni escribe el que va a ser mi
padre. / Helado trae el dibujo de la letra. / Oigo el naufragio de sus vapores
adentro / y su silencio me da de garrotazos por la cabeza. / Grandotas
tinieblas le bailan alrededor. / Duele el frío sobre la cubierta. / El
muchachito no me ve pero me dicta: / “congoja”, apunte la palabra “congoja”,
hijo, / y apunte “susto”, y no deje de apuntar “soledad”. / Una palabra de lana
vuela hacia su cuello, / otra de abrigo desciende sobre los hombros. / No lee
ni escribe el que va a ser mi padre. / Respira un verde aire de consuelo /
cuando me sueña escribiendo / en su sueño de más felicidad. / Y detiene el que
será su forzado carro de labor / para dictarme: / apunte, hijo: / la palabra
“trabajo” y “techo” y “cama” apunte / y también “sopa de pollo” / con sus
flotantes monedas de oro. / Lo veo. No me ve. / Le oigo, “tome mi mano, hijo; /
guíela, / escribamos…”.
Una
segunda fantasmagoría. En la misma entrevista que le realizara en 2007, Marcos
rescata el camino de su madre: En la cocina grande de la casona, mi madre
me sirvió los platos más suculentos de la dieta literaria. Muchas veces sin
alcanzar mi comprensión, pero donándome un cúmulo de sensaciones
auditivas/sonoras de gran intensidad emotiva. Ritmo, color, vuelo. Composición
arquitectónica del cuerpo de las palabras. Me enseñó a conmoverme. Me mostró el
rostro de la vida y aun de la muerte. Me enriqueció. Luego sería la propensión
por el asombro, la vocación por el ensueño, el deslumbramiento por la belleza.
Regresa
el poeta a la madre en el poema Sepia
(Testigos de tormenta, 1997): Juega la muchachita; aún no es la madre de
mí; / como relámpagos de fiesta sus trenzas, y dos ciruelos / de incendio en
las mejillas; juega y se ve pequeña / que juega con los copos que juegan con
ella. / En la calle de las nieves. / En Kiev. / No se muda no avanza no aparece
en la siguiente foto / para evitar entrar en el tiempo y volverse después /
madre de mí, y al fin dolerme dolerme como agujas / de fuego en cada ojo cuando
cese de ser la madre de mí / y desampare, y quede yo así, dejado, pequeño,
solo, / abandonado y solo. / En la calle de las nieves. En Kiev.
Regreso al poema Tumbadora. Vuelvo. De rescate. Trabaja el poeta sobre la mesita del
comedor. Lo acompaña la noche en su departamentito de José Hernández. Acompañan
los libros de sus amigos, de sus admirados. Paredes tapizadas de libros. Transcurren
los últimos momentos de la última pipa del día. Papeles a la mano. Tinta. El
murmullo de mientras tanto de la
primera escritura, la del boceto, el momento de tirar, de fijar líneas madre
para las palabras que nacen después. Así es como regreso. Construyo esta
fantasmagoría del nacimiento de un poema. Ésta mi necesidad, luego de haber
entendido que escribir la damisela de
la muerte es una ceremonia que aleja a la susodicha, la entretiene en
menesteres extraños a nuestra escritura; en tinta viva por el día y la noche,
así avanza el poeta en la vida. Sospecho un feliz proceso de escritura allá por
2012 (Visita guiada): Me
sorprenderá solo, o no, / pero con certeza sin previo aviso. / Ya ronda,
trabaja en las inmediaciones, / ya se cargó a varios vecinos / no se deja ver
pero comenzaron sus avisos / sus golpes de pico cada vez más cercanos; / ya
sacudió el árbol de la amistad / y arrancó varios de los más queridos. / ¿Contra
qué alzarse? ¿Contra quién? / No cabe más que levantar palabras como rocas /
para una muralla de todos modos estéril. / Pero alzada, mágica, grandiosa, como
acantilada / para cerrarle el paso a la tumbadora; / o la obligue al menos a un
gran rodeo, / que la retrase un tiempo, un día, / un sueño, un minuto más, / un
poema siquiera.
Todo
llega. Partió Marcos Silber. Ha tachado el poema de su cuerpería. Marcos Silber, el humano lugar, se construye, vuelve a
los días de fundación, vuelve para invitar viajes de regreso. Anoto fantasmagorías,
vueltas de calesita por el “Barrio”: “aquello que ya no es / sigue siendo / mientras
el hombre dice / recuerda, trae / rescata vagabundos / historias de náufragos
del tiempo / aferrados a esquinas, bares, amores de barrio // escritores de
crónicas y poemas / tinta viajera / laborar de fantasmas entre pena y alboroto
// el recuerdo de la feliz ceremonia del vino // vuelve la mirada de una mujer
/ el abrazo entre amigos // la ciudad que ya no es / sigue siendo / mientras el
hombre / regresa memorias”.
Regreso.
Lo fui, soy afortunado, un puñado de hombres escritores
acompaña mi escritura: Hugo Ditaranto, Gabriel Montergous, Rubén Derlis, Marcos
Silber y Rafael Vásquez. Volver al encuentro estético, al compromiso ético. Siempre
de regreso. En el necesario rescate, mi agradecimiento.