Pensamiento uno

Desde que descubrí el camino hacia la luz, no paro de rebotar contra la lámpara.















UPCN Feria del libro 2018

UPCN Feria del libro 2018
Presentación de "La marca de Gualeguay 1".

Pensamiento dos

A tener en cuenta: la felicidad es un arte efímero.

martes, 21 de mayo de 2024

Tierra mojada

Dibujo de Alejandro Lois


Dos de la madrugada sobre la mesa roja del comedor. Empieza el partido. Abierto el estadio. Corridos los mantelitos individuales. Los vasos. Las migas de la cena flaca. El médium abre cancha. La hoja en blanco. El lápiz negro en bandolera.

El dibujante tiene una necesidad primera. Parar la bulla que traen los días desde el fatídico diciembre. En el paisaje del país todo queda a mano de la cadena que gira y tiembla y el grito que amenaza. La mayoría de los viajeros: condenados. Los hay conscientes. Y están los que no. Hay caras con certidumbre. Y están esas caras de los que creen no estar en la lista de los condenados. A ellos no les va a tocar. O la cara que ponen los que dicen que hay que dar tiempo a los asesinos. Que recién empieza el cambio. Que ojalá les vaya bien. La bulla de la víctima que nada sabe de su rol. Los que perdieron la oportunidad de andar entre las miradas de la historia. Los que no hicieron camino. Los que no construyeron idea, memoria e identidad. La bulla desde la incertidumbre. Y la resistencia de todos aquellos que saben de la bulla cruel de la motosierra. Y en el mientras tanto los precios. Licuada la moneda. Amenaza. Violencia. Odio. Bulla cruel sobre el paisaje. A diario. Una mano de provocación y humo. Un golpe certero en el corazón de la vida. Bienvenidos al circo de la crueldad.

El médium, que no sabía que lo era, pero que sí sabía que era dibujante, venía de días de bulla devastadora. Se sabía, en esta noche, condenado al insomnio. Entonces decidió resistir al tiempo que la resistencia se fundaba también como recreo, como un viaje. Decidió intentar su arte. Auténtico. Motivado simplemente por ideas. Arte creativo. Una jugada que, al menos, por un tiempito, se lo llevara lejos de la bulla cruel del destructivista.

La casa paterna del dibujante es de cara angosta al frente. El terreno corre fino al principio, y desde la mitad hacia el fondo alcanza su mayor anchura. La casa siempre tuvo dos patios conectados por su nombre. En límite imaginario, como si se tratara de dos barrios, el patio de adelante se transforma en el patio del fondo. Y hacia el patio del fondo es que, de repente, el dibujante dirige la mirada. Sus ojos sobre la puerta mosquitero que da al patio del fondo de la casa de Martín Coronado. Algo atrajo su atención cuando se disponía a dibujar sobre la mesa roja del comedor.

El patio del fondo lleva hasta el taller de pintura de su padre, que desde hace un puñado de años vive en la muerte. El patio también lleva hasta un galponcito rústico que guarda objetos y utensilios que dicen de la vida pasada. El patio del fondo es donde con mayor decisión se acentúa el paso del tiempo. El dibujante sabe que la casa toda es tiempo pasado, pero el maelstrom está en el fondo. Los viejos canteros y macetas quedan bajo la mirada atenta de su madre. Ella ordena los trabajos que las plantas necesitan, y el dibujante procede mientras ella descubre brotes y flores nuevas, mientras se sigue sorprendiendo por el quehacer casi mágico de la naturaleza. Repartidos en el patio y en los canteros junto a las plantas, hay dispuestos, con el mejor celo de curador, una serie de objetos que también dicen el paso del tiempo. Hay una cocina, un lavarropas, restos de un par de computadoras, una parrilla puro óxido, y una cantidad de escombro metálico que alguna vez formó parte de la vida en el mundo. Una exposición. Una de las posibles crónicas donde ensayar sobre los recovecos de los días.

El dibujante está a punto de entrarle a su intento de arte. Sucede en la primera parte de la madrugada. En el mientras tanto del silencio de la noche. Duerme su madre. Duerme en la noche estrellada de un día a fines del verano.

De repente supo del fantasma. Se expandió, se abrió su flor en el fondo de la casa, casi en el corazón del patio. Presintió. Adivinó. El fantasma se detuvo frente a la puerta. Se detuvo parte de su sustancia frente al tejido mosquitero. Pero a través del silencio y la noche, el aroma que trajo, que era la mismísima aparición, entró en la casa. El dibujante nada veía tras el límite de la puerta. Todo era quietud y aroma en la clara presencia.

No había ni una pizca de brisa. El aroma que se extendió por la cocina y el comedor gozaba de propia voluntad. En la mesa roja, sobre ella, se instaló el aroma nacido de la tierra mojada. Era la tierra mojada. Su buen fantasma. Su sustancia. Su poema dicho en la noche.

El dibujante se vio sorprendido. Incrédulo ante esta forma de la magia, ajustó el esfuerzo de su mirada hacia el fondo de la casa. No dudó. Y se puso de pie de manera lenta. Y lento caminó sobre la tierra mojada que respiraba en la cocina. Cuando llegó a la puerta mosquitero, levantó la mirada. Bien al frente. Avisaba que iba a salir al patio. Pedía permiso para abrir la puerta. Aterrizó en el cemento alisado. Ahí donde la tierra mojada era el patio del fondo. Reconoció el escalón en la oscuridad. Subió. En el aire, como si flotara un planeta, vio el zapallo gigante que cuelga desde la parra. Otra magia que siempre nombra su madre. Lo dicho, su felicidad está en el asombro que le provoca la naturaleza. Caminó por el patio. Habían pasado dos días después de la última lluvia. La tierra estaba seca. Y sin embargo el dibujante caminaba en medio de la tierra mojada.

Volvió sobre sus pasos. Todo su universo, su exposición, estaba en su lugar. La aparición del fantasma de la tierra mojada no había afectado el paso del tiempo ni su representación. Al menos eso creyó.

La puerta mosquitero lanzó su queja metálica cuando se cerró. No recordaba haberla escuchado al salir. Acercó su cara al mosquitero a modo de saludo. Giró y caminó hasta la mesa. Sobre el rojo. En el silencio. En la noche. El aroma a tierra mojada. Aspiró en profundidad. Una vez. Dos veces. Se aflojó su cuerpo. Desaparecieron los dolores físicos. Recuerda que alcanzó a tomar el lápiz en medio de la tierra mojada. Y al parecer dibujó.

Vio a su padre salir del taller. Traía en su mano izquierda el cartón donde dormía el boceto del último cuadro, el que quedó sin pintar. El viejo caballete ya estaba abierto en el centro del universo patio. Igual la mesita de patas altas donde se apoya la paleta. Desde debajo del limonero fantasma volvió Batuque, el primer perro. Hizo la fiesta de siempre, como cuando era ayer. Volvió Garúa y sus ojos de miel desde su lugar al costado del galponcito. Se puso en dos patas, casi de la altura del padre. Se corrieron en silencio las baldosas blancas apoyadas sobre la tierra, y volvió Trueno, el peludito, el tercero de los festejantes. Mientras el padre del dibujante pintaba, los tres perros merodeaban a su alrededor. Husmeaban misterios y colores y regresos de más allá entre las bondades del aroma a la tierra mojada.

Cuando despertó, el dibujante estaba feliz, aliviado. A veces se quedaba dormido con la cabeza apoyada en la mesa. Pero esta vez se sentía distinto. Al dibujo que no recordaba haber hecho, le faltaban algunos detalles. Trabajo para mañana.

Recordó el aroma a tierra mojada. Una ausencia en el paisaje. Dudó. Acaso realidad. Acaso sueño. Tal vez el persistente deseo de regresar a la felicidad de ayer, y a la posibilidad de la felicidad en el presente.

Pensó en la tierra mojada como metáfora del nacimiento de la esperanza de una nueva vida. Eso me dije. El dibujante llevaba en su interior, sin saberlo, y sin saber que era médium a través de su arte, el deseo de una metáfora que lo ayudara a ver y escuchar entre la bulla de estos tiempos tristes. A no olvidar jamás la función en el circo de la crueldad. Eso me dije. Habrá que renovar fuerzas. Tierra mojada como resistencia. Tierra mojada como felicidad. Tierra mojada como verdad. Tierra mojada como amor. Tierra mojada como país. Tierra mojada como solidaria presencia. Tierra mojada como renovada victoria.

Retorna la vida. Volver. Otra vuelta en la calesita de los días. Regreso, Resurrección desde el buen fantasma de la tierra mojada.

Eso me dije. Luego escribí el sucedido que narró el dibujante, mi hermano.