Pensamiento uno

Desde que descubrí el camino hacia la luz, no paro de rebotar contra la lámpara.















UPCN Feria del libro 2018

UPCN Feria del libro 2018
Presentación de "La marca de Gualeguay 1".

Pensamiento dos

A tener en cuenta: la felicidad es un arte efímero.

domingo, 6 de octubre de 2019

Gabriela Giménez Lamberto "Big Bang".


Una pared del café Margot está reservada a las artes plásticas. Gabriela Giménez Lamberto (1962), integrante de la Agrupación Baires Popular, es la encargada de la exhibición –y la rotación de las muestras en los cafés notables: Cao y Federal- de las obras. Ella es habitué del Margot, y visitante de El Hipopótamo, cercano a su trabajo. Allí se dio la charla, luego de concluida su tarea.
Una parte de los días de Gabriela Giménez Lamberto: Soy empleada estatal, especialista en libros antiguos, trabajo en el Museo Histórico Nacional, restauro libros y obra plana en papel. Trabajo además, en comisión, un día a la semana, en el Museo del Hospital Borda, ocupándome de documentación, libros, fotografías, y restauración de historias clínicas. Este destino me interesó porque estoy por recibirme en Psicología Social, y hago una investigación sobre Pichon Rivière, que trabajó en el Borda.
El dibujo, la pintura, paredón y después, ya nunca te verás como te vieras: Soy artista plástica. Estoy por hacer una muestra en la galería Arenales. No estoy de acuerdo con el comercio del arte, no me gusta encerrar las obras en ninguna parte, prefiero la calle, los bares, pero bueno, luego de mi participación en las Gallery Nights empecé a entrar en ese mundo interviniendo en muestras colectivas; hoy destaca la que voy a realizar junto a Sonia Esmoris. No me interesa vender, quiero sí que la pintura circule.
La proximidad de una muestra: Ayuda a descartar pinturas viejas, a borrar aquello que no gusta, y a volver a trabajar aprovechando texturas en la tela de ayer para el nuevo quehacer.
Primeras trazos de construcción: Mi vieja era escultora y pintó durante muchos años. Tenía su taller en el altillo de la casa en Castelar. Yo quedaba entre almohadones jugando con pinceles y pinturas, creo que siempre dibujé y pinté. Fui a la escuela Fernando Fader, técnica, quería dedicarme a la gráfica; empecé con dibujo técnico, algo que después me pesó bastante cuando quise pasar al artístico. Estudié Diseño Gráfico en la Escuela Panamericana de Arte, no había computadora, todo era dibujo; ahí me di cuenta de que podía dibujar, pero no quería hacer la Belgrano, no quería ser como mi vieja, quería ser dibujante técnica. Fue crucial el primer año en la Belgrano, quería, no quería, después me gustó. De muy chiquita, mi vieja me llevaba a ver muestras, museos; durante el Di Tella yo anduve corriendo de acá para allá, mi vieja conocía a mucha gente. Guardo una imagen de mi vieja, yo recorría la muestra como lo hace un chico, cuando la miraba para irnos, ella todavía estaba en la primera pintura; le decía: “Vamos”, y ella contestaba: “No, volvé a mirar, vas a ver algo diferente”. Mi vieja tenía la teoría de que los materiales debían ser de buena calidad, y ya desde chica, y hasta hoy, sé diferenciar los buenos lápices acuarelables. Aprendí a saber desde el trazo.
Las pinceladas siguientes para la construcción: Terminada la Belgrano, donde conocí a Alicia Scavino, fui un año y medio a su taller de grabado. Me marcó mucho. Después, en los principios de la pintura, empezaba algo y lo tenía que terminar, hasta que en su taller (una etapa muy buena, me ayudó muchísimo), Carlos Cañás, que había sido mi profesor en la Belgrano, me hizo entender que terminar un cuadro lleva un tiempo: “No, -me decía- miralo mañana”. Estaba, me sentía un poco indisciplinada, porque empezaba la obra por un lado, por otro; me decidí a ir de Cañás, que es un artista estricto. Recuerdo que eran tiempos en que encontraba en el café Margot a Juan Manuel Sánchez (Grupo Espartaco), cuando le conté, casi me tira algo: “¿Discuplinarte de qué?, vos pintá y pintá”. Antes de Cañás fui al taller de Salvador Benjuya, un pintor extraordinario, que era de la Belgrano. Entre los dos talleres quise hacer un año de escultura junto a Antonio Pujía. No fui a la Pueyrredón, y sí al Instituto Superior de Arte del Teatro Colón, quería hacer escenografía, pero ya no se podía, por lo que hice dos años de Caracterización, y tres de Dirección de Ópera, y mientras tanto estudié en la Cárcova. Rendí los seis días de exámenes y entré para hacer pintura y escenografía. Todo lo estudiado, las vivencias, tiene relación con mi pintura.
Después, saber si es arte o no, será trabajo para otro: Hago arte abstracto. Hoy no me interesa mucho el resultado y destino de mis pinturas, gozo más en el proceso. También tengo formación musical, y lo que pinto, con el pincel o la espátula, lo que veo, está relacionado con los ritmos, los sonidos, a veces relaciono los colores con los sonidos. Me gustan mucho los laberintos, que para mí están relacionados con movimientos y sonidos continuos; disfruto mucho de la música minimalista, que es una repetición de sonidos más o menos veloces, creo que todo eso está en mi cabeza y tiene que ver con lo que pinto. Reconozco que me gusta el efecto, soy efectista, y soy colorista, la Academia te enseña a usar bien el color, la técnica. Gozo el proceso, y pierdo la noción del tiempo, el dolor de espalda avisa para no entrar en la locura.
Alrededor de la exposición: Me gusta ver a la gente mirando mi trabajo. Es tan interesante saber sus reacciones, y esto no tiene nada que ver con un juicio de valor sobre la obra.
Ubicación geográfica y emocional: Tengo el taller a una cuadra de mi casa, sobre Colombres, un departamento que fue la última vivienda de mi vieja, y que antes fue el estudio del Tata Cedrón en su paso por Boedo.
La receta personal, parte de la identidad, las elecciones: Nunca pude pintar series temáticas. Me interesa la figura del laberinto, círculos, explosiones, mis obsesiones. Cuando pinto voy girando el cuadro, lo trabajo así, una búsqueda de equilibrio, una propuesta para que lo cuelgues de la manera que más te gusta. Pinto con acrílico, colores puros; los dejo secar, sigo. Pinto en la cabeza, la construcción es mental, veo las imágenes, algunas se transforman, pero el núcleo ya está fijo en la memoria. Mientras me hacían acupuntura boceté, el otro día, un cuadro. Pinto sobre bastidores de tela, me gusta el formato grande, pero son incómodos para maniobrarlos. No uso marcos.
Gabriela, cómo ves tu oficio de artista plástica en los tiempos del destructivismo del gobierno del rey de amarillo: La pintura es una herramienta que puede clarificar pensamientos, desde los mismos colores. Estoy trabajando en un cuadro sobre el tema elegido para mi tesis de carrera: personas que viven en situación de calle.
El Big Bang estalla cada vez, escaleras arriba, departamento viejo en Boedo. Las estrellas en azul, ocre, rojo, amarillo, y la presencia de la luz: lo blanco, y el negro de la noche, de todas nuestras oscuridades y esperanzas salen disparadas desde el taller de calle Colombres. Es cierta la afirmación de la pintora, ella habla de movimiento, de música, de círculos y laberintos, cada color en el estallido de su momento para ser en renovada representación del Big Bang, el gran ruido del inicio de la historia alentada para ir tras las historias. En la pintura está la posible representación del nacimiento, y los atisbos de las primeras construcciones del mundo, y también, cada tanto, aparece, reconocible, una figura animal primaria acodada, siempre, en el estaño de la abstracción.
La muestra Polifonías Visuales se presentará en Galería Arenales (Arenales 1925) entre el 5 y el 14 de octubre, lunes a viernes de 16 a 20hs.


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