Llega la noche. El día declina lento
hasta que pega el salto. Aquello que era ya no es. Y entonces en el atardecer
la primera línea de la noche. Cae del árbol del otoño una noche que debe ser
replicada. Las noches se repiten. Comienza la escritura de la noche sobre un
abismo de nube en gris. La hoja en gris. Todo un valle, una encrucijada en
gris. Palabras de aire frío. La noche se escribe en la parte alta del refugio
donde vivo gracias a mi amigo. Una página en gris es mi memoria. La maravilla
de tener un techo y abrigo. Y el pensamiento que no se queda quieto. Muchos
sucedidos aparecen en el mientras tanto
de la oscuridad.
Escribo en la noche desde la memoria. El
valor de lo visto y oído. También escucho la radio que me acompaña hasta altas
horas de la madrugada. Distintas las voces en mi noche.
Mientras me digo que tengo frío, y desfila
lo visto en la calle. Mientras sé que poco he comido, me digo que tantos andan
peor. En estos días. Digo que vi. Yo soy testigo. El destino cruel de quien
duerme en la calle. A veces con colchón, recortes de cartón, trapos para
abrigarse. A veces se duerme en la calle con mucho menos. Paisaje triste de
ochava. En el barrio.
Ella es la primera que se descuelga del
cielo de la noche. Ella trae un poco de luz del final de la tarde. Está parada
en la puerta de la panadería. Espera que alguien la vea. Se apoya en un pie,
luego en el otro. Como si la vereda quemara. Tiene unos cincuenta años. Se la
come la ansiedad. Tiembla. En un momento se sienta al lado de la puerta. Otra
vez de pie. De la panadería sale un brazo con una bolsita con algo de pan. Ella
camina una cuadra. Cruza la avenida. Dobla en la encrucijada. Sobre la vereda
de la escuela religiosa, contra la pared, un simulacro de cama. Se tapa hasta
la cabeza. Lleva campera de abrigo. Alguna vez de un color claro. Y unos
guantes negros. De esos que dejan libre la punta de los dedos. Imagino los
dedos sobre el pan.
Escucho cómo vuelve en la noche lo dicho
en la radio por un joven sacerdote de la opción por los pobres. Dijo. Hace un
tiempo se intentaba dar un plato abundante de comida en el almuerzo y la cena.
Contó, cómo debido a la situación económica derivada del estado de calamidad
desatado por el gobierno libertario, las porciones se fueron achicando. Y tuvo
el horror la fuerza necesaria para llevar la comida hasta una sola entrega, una
vez al día. Comer una vez. Juntar hambre a lo largo del día y esperar la noche.
Y que el recuerdo de esa noche persista en la memoria del que tiene hambre. Así
hasta que llega la noche nueva.
La noche se escribe. Así es como se
escribe esta noche en la noche mala de la libertad que mata. Un jubilado que
vive en Perico, ciudad distante a 35 km de la capital de Jujuy, llama a un
programa de radio. Cuenta que todos los días va hasta la capital a pedir
monedas para poder sobrevivir. Otra vez la comida que falta. Dice que cobra la
jubilación mínima. Dice que no le parece correcta la forma en que el presidente
trata a los ciudadanos. Dice que es un irrespetuoso, un mal educado. El
conductor del programa comenta que el presidente trata de esa manera porque a
la gente le gusta. Nada más que decir. Nuevo llamado. El conductor de radio al
parecer no tenía ganas de comprender en la noche.
En esta misma noche que escribo andaba
rebotando entre las sombras un diálogo entre un notero de la calle y un hombre joven, supongo de unos 30 años a
partir de su voz. El hombre decía que ser policía era un trabajo como cualquier
otro. El periodista pregunta entonces si él aceptaría reprimir (como ocurre
todos los miércoles en la Plaza del Congreso, pegar con un palo, tirar gas
pimienta a los ojos) a un jubilado, a un viejo. El hombre contesta: Depende. Y
luego pregunta: ¿Cuánto pagan? Otro ciudadano de moralidad monetaria. Escucho
la voz de la barbarie en la noche. En los tiempos en que el pobre siempre es el
sospechado de ladrón. En que el empleado del Estado siempre es un vago de
origen militante. En la noche que se escribe se escucha la voz de uno de los
responsables del área de discapacidad. El mal nacido explica a una madre que
presenta su pedido a favor de la pensión para su hijo. El funcionario de la
libertad que mata afirma que si ella tiene un hijo discapacitado el problema es
suyo. Y de todas maneras, en el mientras
tanto de esta noche cruel, el ciego de nacimiento también deberá probar que
siempre ha sido ciego. Mientras tanto crece la deuda externa en la noche más
oscura. Mientras tanto es valorada la libertad de morirse de hambre. Chicos, ¿ustedes
tienen hambre?, dijo la ministra. Para cada necesidad habrá un mercado. Así
dijo el payaso asesino. Desde la noche llega la marcha de las velas que dice
que el hospital Garrahan sigue en lucha.
Entra por la puerta ventana del balcón
una claridad mínima. Una sumatoria de hilachas de luz proveniente de distintas
terrazas atraviesa la cortina. No tengo certeza. ¿Será cielo estrellado? ¿Habrá
esa Luna brillante que sabe de convocar terribles seres oscuros? ¿Habrá esas nubes
grandes, y más oscuras que la noche misma, que mi padre pintaba en esos cuadros
en que le daba por anunciar la cara de una amenaza? La noche se muestra. La
luminosidad alcanza para ver el recorte de los muebles del dormitorio. El
rectángulo del visor iluminado de la radio es de color azul. Como si fuera
farol que colgara en la esquina más olvidada del barrio. Así en un rincón de la
cama. Una sirena de patrullero de la policía inscribe su paso a toda velocidad
por Avenida Garay. La sirena se apaga de a poco. Otra vez el silencio. Después
toca el turno para que estalle una corrida de gatos sobre el techo de chapas.
Sólo es una corrida. El enfrentamiento queda para otra noche.
En esta noche de junio aparece el
recuerdo de los fusilados en José León Suárez. Sigo leyendo Operación Masacre.
Una vez, siendo colimba, me tocó caminar por la estación de tren de José León
Suárez. Iba detrás del sargento que pedía documentos a los trabajadores.
Caminaba detrás del sargento con mi FAP en bandolera. Era a finales de la
dictadura. Antes de Malvinas. Nunca pasé tanta vergüenza. Nunca la olvido. En
una noche que está al llegar, se recortarán sobre el techo los aviones que ametrallarán
al pueblo en Plaza de Mayo, que bombardearán al pueblo en Plaza de Mayo. El
acto terrorista será recordado en noche que replica el dolor que causan los
asesinos.
En la noche que escribo escucho Fijate
de qué lado de la mecha te encontrás / Con tanto humo, el bello fiero fuego no
se ve… (Patricio rey y
sus Redonditos de Ricota). Fijate cuál es tu calle. Cuál el camino que te trae
hasta esta noche. Cuál el camino de vida que te trajo hasta esta memoria.
En esta
noche se sabe que cierta libertad mata. Se sabe que el capitalismo desbocado
destroza corazones mientras tienta, invita, agita la violencia entre hermanos.
En la noche que escribo escucho No sé,
siemprе te ponen un kiosco / Pa' que lo quе tengas te parezca poco… (Wos).
Mi noche
es cerrada. Noche de penas. De horrores. También en la noche, es sabido -con la
desvergonzada campaña de casi todos los medios de comunicación-, que ella tiene
destino de cárcel. Ella la compañera. Ella la atrevida. La lúcida. La humana.
La de los discursos. La admirada. Ella la
fusilada que sigue viva. Ella en la noche cerrada.
Que no
queden ganas. A nadie. De cuestionar el reparto de la torta que siempre se
apropia el poder económico. Que ella sea ejemplo de castigo. Para que nadie más
ni siquiera lo piense. El partido judicial hizo los mandados necesarios.
Acomodados los ingredientes sobre la mesada.
Escribo
una noche oscura donde los esbirros obedecen a sus dueños. Pienso en la noche.
Me cuento. Es una noche larga. Sin embargo, afuera, clarea la vida.
En la
misma noche que se escribe, que escribo, escucho Cuando la noche es más oscura / Se viene el día en tu corazón… (Patricio
Rey y sus Redonditos de Ricota).
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