El día de la madre, por la tarde, vos y mamá Evangelina
se iban a la casa de los abuelos en Gualeguay. La verdad, no tenía ganas de que se
fueran, es tan bueno tenerlas cerca; pero a la vez, sé que mamá precisa, porque
lo disfruta mucho, volver al pago, y ver a su gente: papás, hermanos, sobrinos
(tus primas: Martina, Julieta, Catalina, Juana). La tarde pintaba gris, y de
tanto pintar se recibió de lluvia. Salimos de casa con unas pocas gotas en la
cabeza, y ya en la estación de Retiro, el cielo fue un paredón sombrío. Mamá
sacó el pasaje y nos sentamos a esperar la media hora que faltaba para la
partida. En la Estación Terminal
no te alcanzaron los ojos: querías ver todo, la contemplación de ese mundo
nuevo te llevaba lejos, momentos en que aproveché para recuperarte con un beso.
Te tuve sentada sobre mis piernas y te dije cosas al oído: que cuidaras a mamá,
que te portaras bien, que te acordaras de mí. Subimos al micro, viajaban en la
parte alta y casi al fondo de la nave. Dejé la valija de mamá, las besé, y bajé.
Caminé por la dársena que guardaba el micro buscando la ventanilla. Vi la mano
de mamá, y casi enseguida vi tu cara. Mamá te levantaba, yo te movía una de mis
manos en el aire, como a vos te gusta, y miraste: Julia me miraba desde allá
arriba. El paredón del cielo estalló en pedazos. La lluvia me mojaba mientras
ustedes saludaban. Mamá apoyó tu mano en la ventana. Había mucho viento. No me
quedó más remedio que secarme el agua de la cara. Pero no era lluvia, eran lágrimas.
Tenía un nudo en la garganta, era una sensación nunca antes vivida. Te ibas,
Julia, te ibas junto a Evangelina, y entonces se iban mis amores. No importaba
el carácter de un viaje que no iba a durar más de dos días, no, importaba la reacción
instintiva frente al alejamiento. Las quería conmigo. Llovía con ganas, y con granizo
dentro de mi alma. Se movió el micro, apuntó a la calle, y le dio derecho hasta
Gualeguay. Entré a la estación pensando que una vez había visto una escena
parecida a la que terminaba de vivir. Pero había sido en una película. Sabés,
creo que ya te lo dije en otro texto, es muy sano experimentar sensaciones por
primera vez. Así me dije después, cuando me quedaba claro que además, y por
suerte, nunca había sido un duro como Humphrey Bogart. Por eso, mientras
buscaba mi bondi, fui feliz con mis lágrimas. Claro que quizá Rick no lloró
porque sabía que en Casablanca la
niebla ocultaba un avión de madera.
martes, 23 de octubre de 2012
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