En Gualeguay, los sábados a la mañana guardan una
pequeña ceremonia. Después de las nueve y cuarto, papá sale rumbo al almacén de
Enrique y Mariano, que está al lado de nuestra casa. Va a buscar la bolsita que
contiene seis tortas negras de la panadería Guerscovich. La distinción de la
que goza una torta negra en esta ciudad, es distinta a la suerte triste que le
toca en Buenos Aires, donde no es más que una factura del montón, una de esas
que quedan últimas en el plato. Apenas tengo el néctar en mis manos, pienso en la
expresión de tu cara. De regreso, espero en la puerta del pasillito hasta que
te veo.
Me descubrís y ensayás un “ohhh”, a veces te llevás una de tus manos a
la cabeza como para remarcar la monería. Te ofrezco el tesoro. Dejás lo que estás
haciendo y te acercás. Los ojos bien abiertos, una sonrisa, siempre una
sonrisa. Venís a buscar la bolsita. Te alejás al tranquito corto. Sabés que hay
que llevársela a mamá Evangelina que prepara el desayuno en la cocina. Sabés
que mamá te recibe con alegría. Sabés que es fiesta. También sabés que las
tortas negras de Gualeguay son muy muy ricas.
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