Pensamiento uno

Desde que descubrí el camino hacia la luz, no paro de rebotar contra la lámpara.
















Edgardo Lois x Alejandro Lois

Pensamiento dos

A tener en cuenta: la felicidad es un arte efímero.

miércoles, 8 de octubre de 2025

No hay muertos en las calles



Había una vez, en la patria, había una y otra vez, un payaso mal alumbrado.

Es mentira que haya trabajadores y jubilados que no llegan a fin de mes. Es mentira. Que en tantos dólares aumentó el dinero que reciben los jubilados. Que tantísimos dólares aumentaron los sueldos. Es mentira porque si no fuera la verdad habría que caminar por calles y avenidas llenas de cadáveres. El payaso desconoce que no llegar a fin de mes no significa la muerte.

Sí, significa sufrimiento.

Es mentira. Repite. Es mentira. La ausencia del cadáver dice de la verdad absoluta que plantea el payaso. Esa su prueba. Se conforma con poco el susodicho payaso. No. No hay muertos en los barrios. Apenas unos cuantos “fisura” viviendo en el bajo autopista, bajo las ochavas con techo, tras las parecitas buscando refugio. Fisura es aquel que vive en la calle. Verdad acuñada por otro pensador libertario. Habrá fisura. Muertos no hay. Un payaso de poco contemplar su aldea. Imposible que su palabra sea certera.

No sabe el payaso que el pobre tarda en morir. Se le da por resistir la parada. Un pobre ayuda a otro. Se abraza a la patria que sigue siendo el otro.

La sociedad es la que permite la existencia del payaso. Cría payasos y pronto sabrás. En el viento malsano que se lleva puesta la posibilidad de seguir el hilo de los argumentos, el mensaje del payaso mal alumbrado y sus secuaces se escucha claro. Un racimo de desesperaciones varias tapa la boca, embarulla el pensamiento. Una manera de vivir dentro de un banco de niebla infinito. Es el fin de los argumentos. Silenciadas las almas, las patrias internas, los intereses de la vida. Son minoría aquellos que saben qué es lo que está pasando en el paisaje. Cuál es el nombre de cada jugada. Cuál la motivación última de la movida. Preguntar para qué, preguntar a quién beneficia hasta conocer el porqué.

En esta sociedad donde medra el payaso ha quedado establecido que los miércoles es día de reprimir jubilados y, junto a los viejos, a todo aquel que se acerque a apoyarlos. Meta palo y a la bolsa. Gas lacrimógeno. Gas pimienta. Bota. Palo. Escudo. Sonrisa. Burla. Este es mi trabajo. Uno más. Un trabajo como cualquier otro. Doy palizas los miércoles. O el día que mejor le venga a la Doña. Y sin embargo, los jubilados siguen asistiendo a la plaza para exigir una mejor jubilación. Que les devuelvan los remedios que recibían sin costo. Que los remedios que haya que comprar tengan descuento. Que devuelva el payaso los remedios oncológicos que el Estado cubría hasta que llegó su gobierno. Que diga el payaso, uno por uno, los nombres de aquellos que ya se llevó el cáncer por falta de la medicación.

En la plaza del Congreso se colocan las vallas. Después del veto del payaso a la emergencia votada en el Congreso en el tema de la discapacidad, las fieras de las fuerzas de seguridad esperan ansiosas la oportunidad de meter y meter palo sobre los ciudadanos. No importó tanta silla de ruedas, tanta familia pidiendo por favor. No era miércoles, pero igual hubo palos.

Algunos no están avisados. No entienden. No les importa. Solo andan la ciudad pensando en un próximo hallazgo. Los ciudadanos buscando el tercer trabajo para aguantar en la vida. Mientras tanto sucede, por ejemplo, la vida del cartonero sobre la urbana novela. Son ellos los que bucean en los contenedores con el bichero a la mano. Vale el cartón, la comida que todavía se deja transitar, un juguete roto, pequeños muebles. El cartonero ensaya entonces la pesca colgado desde la cintura. Medio cuerpo afuera. Medio cuerpo adentro del contenedor. A veces el recolector de los sobrantes del mundo, de las rebarbas de la vida y su mientras tanto, se dejan caer dentro del ataúd. A regresar objetos a la vida. Así los ejercicios de los cartoneros para intentar aguantar unos días más camino hacia fin de mes. Vuela el colibrí entre dos mundos.

Pero ocurrió que los Ellos, los administradores de la ciudad, aumentaron las disposiciones represivas. El payaso festeja. La ciudad autónoma juega duro. La orden fue emitida. Ellos dicen. Ellos mandan. Prohibido está hurgar la basura buscando el sustento. Nada de bucear contenedores. Vía libre tendrá el policía que descubra, en pleno acto delictivo, a un muchacho tratando de dar con su sustento. Multa o cárcel. Al mismo tiempo que se informaba esta nueva, se efectuaban allanamientos sobre algunas instalaciones permitidas para el laborar de los cartoneros. Bases de acopio para lo hallado. Lugares por donde pasaban los camiones que se llevaban las bolsas llenas de aquello que había sobrado en el día. Lugares para dejar los carritos y carros hasta la siguiente mañana. Entonces sucede la llegada de muchos policías con topadoras y camiones. Y con ganas de destruir, de tirar abajo un mundo establecido.

Parece no haber tiempo para sobrevivientes. Deben ser rápidamente desaparecidos de los lugares. Al tiempo que se achican escuelas, hospitales, comedores, refugios. Sucede la desaparición, mientras se compran y venden las figuritas doble faz que se ofrecen en el Congreso. Es cierto. No todos. Pero alcanza la cantidad de figuritas para jugar a la tapadita. Y entonces se juega. Hace, hizo escuela el payaso. Nada como la tierra argentina con dueño para que crezca toda clase de dibujo mal animado. Todos los acechantes hablan y hacen discurso con las barbaridades insostenibles que escuchan de boca de su líder. Mientras el horror sucede aplauden los dueños de la criatura. El aplauso primero viene desde la embajada del norte. Esos que años atrás se preocupaban de esconder o al menos disimular sus intenciones, y que ahora las gritan a los cuatro vientos. Que ojito con los negocios con China. Ojito a las provincias. Que cada una recibirá la visita. Que ojo con la prisionera de San José 1111. Que cumpla la condena. Que no salga ni al balcón. Después sigue el aplauso de los dueños del poder económico. Empresarios de variopinto pelaje con los cubiertos en la mano. Aplausos para el sátrapa. El arte de disfrutar del insulto mientras dura la mascarada. Que estos muchachos paguen menos. Las retenciones serán para los que tienen que desaparecer. El payaso mal alumbrado procede. Golpea. Grita. Se burla. Insulta.

Desde el mundo cripto avisa que él es muy payaso. Porque es varios. Muchos. Un puñado. Que fue uno para las fotos con los organizadores de la criptomoneda contaminada. Uno para promover. Otro para publicitar. Un mundo extraño el cripto, donde se puede estar formando parte, y a la vez no existir. Tener nombres varios. Cuentas varias. El poder económico los ubica a ambos lados del mostrador. Soy muchos podría decir el payaso. Soy muchos intereses.

El payaso vende humo desde los pastizales que acompañan las rutas del poder económico. Meta fuego a los que sobran en un país que sojuzga. Meta fuego a los que no piensan como él. Odiados sean todos los periodistas que no están a su servicio.

Hoy caminaba este cronista por los pasillos de un hospital. Tan desesperadamente real es hoy un hospital. El pueblo buscando atención médica. Haciendo fila. Ocupando las salas de espera. Esperando a que pronuncien su apellido. La voz que sale de una ventana. Se trata de entrega de medicación psiquiátrica. Cada mes se repiten los nombres. Las cantidades. Las presencias. Frente a la ventana había caras de pueblo cansado, sufrido. Expresiones corridas de una cierta lógica. Ansiosos. Extraviados. Era verdad. Es verdad cada vez que camino, como uno más, los pasillos del hospital. Un paisaje cercano para el pueblo necesitado. Y tan lejano para el payaso. No dan premio por saber de qué se trata la vida. El payaso es una especie de criatura proveniente de otro planeta. Una máquina que solo se ocupa de sus propios engranajes. De las órdenes que le han cargado en la memoria.

Pienso en la foto de los cascarudos de buzo violeta. Juntos para provocar a quienes sostienen la memoria, a los que intentan vivir en democracia. Se leía en el cartel desplegado Nunca más. En la tipografía indicada para ofender. Nunca más se leía en la tapa del libro.

Es mentira. No hay muertos en las calles. Es mentira que el trabajador no llega a fin de mes. Es mentira.

Queda sí el sufrimiento. Queda el dolor del mientras tanto.