Había una vez, en la patria, había una y
otra vez, un payaso mal alumbrado.
Es mentira que haya trabajadores y
jubilados que no llegan a fin de mes. Es mentira. Que en tantos dólares aumentó
el dinero que reciben los jubilados. Que tantísimos dólares aumentaron los
sueldos. Es mentira porque si no fuera la verdad habría que caminar por calles
y avenidas llenas de cadáveres. El payaso desconoce que no llegar a fin de mes
no significa la muerte.
Sí, significa sufrimiento.
Es mentira. Repite. Es mentira. La
ausencia del cadáver dice de la verdad absoluta que plantea el payaso. Esa su
prueba. Se conforma con poco el susodicho payaso. No. No hay muertos en los
barrios. Apenas unos cuantos “fisura” viviendo en el bajo autopista, bajo las
ochavas con techo, tras las parecitas buscando refugio. Fisura es aquel que
vive en la calle. Verdad acuñada por otro pensador libertario. Habrá fisura.
Muertos no hay. Un payaso de poco contemplar su aldea. Imposible que su palabra
sea certera.
No sabe el payaso que el pobre tarda en
morir. Se le da por resistir la parada. Un pobre ayuda a otro. Se abraza a la
patria que sigue siendo el otro.
La sociedad es la que permite la
existencia del payaso. Cría payasos y pronto sabrás. En el viento malsano que
se lleva puesta la posibilidad de seguir el hilo de los argumentos, el mensaje
del payaso mal alumbrado y sus secuaces se escucha claro. Un racimo de
desesperaciones varias tapa la boca, embarulla el pensamiento. Una manera de
vivir dentro de un banco de niebla infinito. Es el fin de los argumentos.
Silenciadas las almas, las patrias internas, los intereses de la vida. Son
minoría aquellos que saben qué es lo que está pasando en el paisaje. Cuál es el
nombre de cada jugada. Cuál la motivación última de la movida. Preguntar para
qué, preguntar a quién beneficia hasta conocer el porqué.
En esta sociedad donde medra el payaso
ha quedado establecido que los miércoles es día de reprimir jubilados y, junto
a los viejos, a todo aquel que se acerque a apoyarlos. Meta palo y a la bolsa.
Gas lacrimógeno. Gas pimienta. Bota. Palo. Escudo. Sonrisa. Burla. Este es mi
trabajo. Uno más. Un trabajo como cualquier otro. Doy palizas los miércoles. O
el día que mejor le venga a la Doña. Y sin embargo, los jubilados siguen
asistiendo a la plaza para exigir una mejor jubilación. Que les devuelvan los
remedios que recibían sin costo. Que los remedios que haya que comprar tengan
descuento. Que devuelva el payaso los remedios oncológicos que el Estado cubría
hasta que llegó su gobierno. Que diga el payaso, uno por uno, los nombres de
aquellos que ya se llevó el cáncer por falta de la medicación.
En la plaza del Congreso se colocan las
vallas. Después del veto del payaso a la emergencia votada en el Congreso en el
tema de la discapacidad, las fieras de las fuerzas de seguridad esperan
ansiosas la oportunidad de meter y meter palo sobre los ciudadanos. No importó
tanta silla de ruedas, tanta familia pidiendo por favor. No era miércoles, pero
igual hubo palos.
Algunos no están avisados. No entienden.
No les importa. Solo andan la ciudad pensando en un próximo hallazgo. Los
ciudadanos buscando el tercer trabajo para aguantar en la vida. Mientras tanto
sucede, por ejemplo, la vida del cartonero sobre la urbana novela. Son ellos los
que bucean en los contenedores con el bichero a la mano. Vale el cartón, la
comida que todavía se deja transitar, un juguete roto, pequeños muebles. El
cartonero ensaya entonces la pesca colgado desde la cintura. Medio cuerpo
afuera. Medio cuerpo adentro del contenedor. A veces el recolector de los
sobrantes del mundo, de las rebarbas de la vida y su mientras tanto, se dejan caer dentro del ataúd. A regresar objetos
a la vida. Así los ejercicios de los cartoneros para intentar aguantar unos
días más camino hacia fin de mes. Vuela el colibrí entre dos mundos.
Pero ocurrió que los Ellos, los
administradores de la ciudad, aumentaron las disposiciones represivas. El
payaso festeja. La ciudad autónoma juega duro. La orden fue emitida. Ellos
dicen. Ellos mandan. Prohibido está hurgar la basura buscando el sustento. Nada
de bucear contenedores. Vía libre tendrá el policía que descubra, en pleno acto
delictivo, a un muchacho tratando de dar con su sustento. Multa o cárcel. Al
mismo tiempo que se informaba esta nueva, se efectuaban allanamientos sobre
algunas instalaciones permitidas para el laborar de los cartoneros. Bases de
acopio para lo hallado. Lugares por donde pasaban los camiones que se llevaban
las bolsas llenas de aquello que había sobrado en el día. Lugares para dejar
los carritos y carros hasta la siguiente mañana. Entonces sucede la llegada de
muchos policías con topadoras y camiones. Y con ganas de destruir, de tirar
abajo un mundo establecido.
Parece no haber tiempo para
sobrevivientes. Deben ser rápidamente desaparecidos de los lugares. Al tiempo
que se achican escuelas, hospitales, comedores, refugios. Sucede la
desaparición, mientras se compran y venden las figuritas doble faz que se
ofrecen en el Congreso. Es cierto. No todos. Pero alcanza la cantidad de
figuritas para jugar a la tapadita. Y entonces se juega. Hace, hizo escuela el
payaso. Nada como la tierra argentina con dueño para que crezca toda clase de
dibujo mal animado. Todos los acechantes hablan y hacen discurso con las
barbaridades insostenibles que escuchan de boca de su líder. Mientras el horror
sucede aplauden los dueños de la criatura. El aplauso primero viene desde la
embajada del norte. Esos que años atrás se preocupaban de esconder o al menos
disimular sus intenciones, y que ahora las gritan a los cuatro vientos. Que
ojito con los negocios con China. Ojito a las provincias. Que cada una recibirá
la visita. Que ojo con la prisionera de San José 1111. Que cumpla la condena.
Que no salga ni al balcón. Después sigue el aplauso de los dueños del poder
económico. Empresarios de variopinto pelaje con los cubiertos en la mano.
Aplausos para el sátrapa. El arte de disfrutar del insulto mientras dura la
mascarada. Que estos muchachos paguen menos. Las retenciones serán para los que
tienen que desaparecer. El payaso mal alumbrado procede. Golpea. Grita. Se
burla. Insulta.
Desde el mundo cripto avisa que él es
muy payaso. Porque es varios. Muchos. Un puñado. Que fue uno para las fotos con
los organizadores de la criptomoneda contaminada. Uno para promover. Otro para
publicitar. Un mundo extraño el cripto, donde se puede estar formando parte, y
a la vez no existir. Tener nombres varios. Cuentas varias. El poder económico
los ubica a ambos lados del mostrador. Soy muchos podría decir el payaso. Soy muchos
intereses.
El payaso vende humo desde los
pastizales que acompañan las rutas del poder económico. Meta fuego a los que
sobran en un país que sojuzga. Meta fuego a los que no piensan como él. Odiados
sean todos los periodistas que no están a su servicio.
Hoy caminaba este cronista por los
pasillos de un hospital. Tan desesperadamente real es hoy un hospital. El
pueblo buscando atención médica. Haciendo fila. Ocupando las salas de espera.
Esperando a que pronuncien su apellido. La voz que sale de una ventana. Se
trata de entrega de medicación psiquiátrica. Cada mes se repiten los nombres.
Las cantidades. Las presencias. Frente a la ventana había caras de pueblo
cansado, sufrido. Expresiones corridas de una cierta lógica. Ansiosos.
Extraviados. Era verdad. Es verdad cada vez que camino, como uno más, los
pasillos del hospital. Un paisaje cercano para el pueblo necesitado. Y tan
lejano para el payaso. No dan premio por saber de qué se trata la vida. El
payaso es una especie de criatura proveniente de otro planeta. Una máquina que
solo se ocupa de sus propios engranajes. De las órdenes que le han cargado en la
memoria.
Pienso en la foto de los cascarudos de
buzo violeta. Juntos para provocar a quienes sostienen la memoria, a los que
intentan vivir en democracia. Se leía en el cartel desplegado Nunca más. En la tipografía indicada
para ofender. Nunca más se leía en la
tapa del libro.
Es mentira. No hay muertos en las
calles. Es mentira que el trabajador no llega a fin de mes. Es mentira.
Queda sí el sufrimiento. Queda el dolor del mientras tanto.
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