Pensamiento uno

Desde que descubrí el camino hacia la luz, no paro de rebotar contra la lámpara.
















Edgardo Lois x Alejandro Lois

Pensamiento dos

A tener en cuenta: la felicidad es un arte efímero.

miércoles, 5 de noviembre de 2025

Textos recobrados 1


 

Hubo un tiempo, en este oficio de jugar a las palabras, que trabajé escribiendo fotos. Aparecidas las imágenes, debía elegir una. Algo debía suceder entre la elegida y el escritor. Un detalle. Un misterio. Un imposible poético que alumbrara la palabra. Que alumbrara la memoria. Una flecha atravesando el tiempo. Los paisajes. Las historias. Textos aparecidos en el ayer. Formas de vida libres. Hoy fantasmales. Retornadas ellas.

Siempre guarda misterio la acción de volver. Porque cada escritura recobrada llega con sus fantasmas. Los hay buenos. Y los hay tristes. El escritor no deja de sorprenderse ante el hombre que era hace unos diez años. Había historias que contar, y se las contaba con emoción. Diez años puede ser mucho más que diez años. Hoy lo sabe el hombre viejo que se deja llevar en el aire, en el viento que recorre la página.

 

Arder

 

Es la fragilidad de la vida la que siempre me empujó a más, la que me llevó a que nunca bajara los brazos por más que desde el norte vinieran degollando ceibos. Porque es la vida, hermano, como el grito de esta vela: palabra de luz y de calor, un punto vivo que siempre está dibujando un nuevo contorno. Es también la palabra de fuego. Hay un desgarrón a cada estocada del viento: no sabe de un día de ausencia. La llama tiembla, duda, se estremece, sueña, parece que se muere, que ya no quiere ni un minuto más sobre la frontera. Cuidado, el abismo que acompaña a la existencia está siempre a la mano, es una sombra atenta a los paisajes. La fragilidad, la finitud acecha. Sin embargo, muchas veces, la cintura de la llama se las arregla y sigue el baile durante tres minutos más, y hace esquina, y vuelve a presentar batalla en el barrio que la vio nacer. La vida es una vela encendida que pasa de una mano a otra: el tiempo de viaje, el tránsito entre las señales de nuestros días y el aroma de nuestras almas. Si mañana no voy a estar, así me dije siempre, debo trabajar la llama de este empeño. Entonces pude arder hasta el grito y la despedida. Y corrí el riesgo de mirar más allá, porque estaba vivo, porque tenía una idea: rendir homenaje a cada centímetro de la cuerda, la que nos acomoda el aliento necesario para levantarnos cada mañana. Lo hice cada vez: desperté y abrí los ojos, como lo hace cualquiera que siente el empuje. Me levanté rápido, lavé mi cara y me encontré en el espejo. Pensé: está bien, estuvo bien. Esta vela se puede apagar cuando nazca el silbo del último viento.

 

Autopsia


Estos jinetes abandonan la monta. Juran compromiso, cercanías éticas, pero después dejan el caballo o la yegua al costado del cemento. Alunizados y alucinados en su esencia, cuatro jinetes apocalípticos buscan el centro del universo para afirmar su filosofía de pestes y palos. Tan lejos en la memoria, en aquella odisea que soñaba el 2001, el mono exhibe el hueso, su sexo. Los jinetes detectan un invasor. Lo sospechan. No hace falta comprobar si lleva su dedo meñique duro. La sangre completa su músculo y se cierran los cascos. Ninguna gorra es buena, amiga el pensamiento con su ausencia. No hay plato volador a la vista, tampoco nave cigarro, pero sí están los invasores por todos lados. Y está ese invasor con cara de susto y remera a listones horizontales azules y blancos. Viene de otro cielo, adivinan urgentes los jinetes. Entonces lo rodean, como si cada uno de ellos fuera uno de los apoyos de la nave que cuentan en la Biblia vio Ezequiel, porque invasores hubo en todas las épocas. El invasor pareció reconocer el dibujo espacial y bajó la guardia, puso cara de: No, muchachos, si yo también soy de acá. Pero el hueso devenido en falo lustroso con mango invitó certero. Llegaron después los otros al banquete y le dieron al et como en bolsa. Acostaron el alien sobre uno de los escudos protectores. Quedó sobre una mesa de autopsias provisoria. Alguien acarició su cabeza. En esa despedida supo de una poesía de Marcos Silber, que también es de acá e imagina el frío de la injusticia: “Hurga acerito / del altillo al subsuelo; / su filo desciende / penetra en la gladiadora cuerpería”.

 

Banderas

 

Distintas maneras de llevar la misma bandera. Distintos los vientos que mueven los pliegues de todas las banderas y todas las patrias: la apariencia es una. El grito mueve el viento, luego el pliegue y la patria. En mi memoria guardo una primera bandera: la de los trabajadores que en marzo del 82 fueron a gritar contra el dictador Galtieri. Llegaron hasta Plaza de Mayo con banderas de la patria. Los recibieron a puro palo, escudos y gases lacrimógenos. Vi desbandarse la bandera por Callao y Corrientes. Días después vi a mucha gente volver a la plaza. Banderas al viento por las calles de Buenos Aires. Los gritos eran vivas para el General que ayer nomás fueron a insultar. Algo había cambiado, el General había metido mano a la bandera y con ella a la patria. La gesta de Malvinas. Gesta de gestación malsana, porque a los pocos meses, la patria parió muertos pibes, muchachos con diez sesiones de polígono fueron a la guerra. Pude ser uno de ellos. La bandera, la patria y el viento que soplaba desde la Rosada ganaba tiempo, vida para sustentar el engendro político/económico de la dictadura. Luego de la derrota frente al imperio, los que gritaban para elevar la bandera y la patria de la gesta, maquillaron la cara de los pibes muertos y les dieron apariencia de héroes. Aquella bandera y su patria, la de los que pateaban la puerta de los ciudadanos, asesinaba jóvenes: los mandaba a la muerte, como en el sur de la gesta. Hubo luego banderas otras de violencias sutiles. Hoy contemplo la bandera y la patria desde la memoria. La adivino otra, la descubro en la esperanza de mi hermano.

 

Barriletes


Alquiló dos mesas, una silla para descansar y una canasta para bien cuidar los rollos de hilo. Mañana es 1° de noviembre. Ella vende barriletes. En otras tierras los llaman pandorgas o papalotes. Vende muy barato para que todos puedan tener el suyo, para que todos puedan recibir a los muertos que aún viven en el inframundo. En el alba del 1° su dios abre la puerta durante un día para que las almas visiten sus casas. La familia amanece con el sol y esparce flores de muerto en el umbral y ramos en las ventanas. Hay velas, frutas y legumbres frescas, un vaso de agua y una botella de aguardiente. Que ellos sepan: no fueron olvidados. Lo sabían sus antepasados, lo sabe la vendedora. Malos espíritus hubo en todas las épocas. La gente comenzó a colocar cintas de papel, que en contacto con el viento, producen un sonido molesto para los malignos. Ellos pueden atentar contra las cosechas, causar enfermedades, matar. Esas defensas en papel y viento derivaron en la forma mágica del barrilete: defensa y puente. Se terminan de armar en el camposanto y son izados a las cuatro de la mañana del 1°. Vuelan hasta las cuatro de la tarde. A la madrugada del día siguiente la gente vuelve al cementerio con velas, para que sus muertos encuentren el camino de regreso. Los niños rompen los barriletes que volaron, y se elevan los que quedaron en tierra. Con ellos y la ayuda de los ancianos, los espíritus jóvenes suben al cielo. Luego del vuelo, los barriletes son quemados en el cementerio, para que el humo sea la guía de algún espíritu vagabundo rezagado. Hay un barrilete que no sirve. Ella no lo sabe.

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