Julia, seguí enganchado con tu sonrisa, y con
tus ojos. Todos lo dicen: que los ojos son del papá… que esos ojos así… que
esos ojazos… y que esa mirada… Y ocurrió que un día te vi sonreír, y podés
creer, no me perdí en tu labio finito como renglón y la escritura del poema,
sino que en el momento mismo de la sonrisa, y en el momento mismo en que esa
sonrisa que no terminaba y que además traía el saludo cercano de la risa, te
miré exclusivamente a los ojos. ¿Qué vi?, dos líneas finitas, dos guiones
marcados por tus pestañas largas, porque qué pestañas que tenés: son las del
papá, eso también se dice, dos rayitas que me llevaron en vuelo rasante,
urgente, hacia mi pasado de pibito de escuela primaria, allá en Martín Coronado.
Así nomás, hijita, papá se hizo chiquito para encontrarse allá lejos en el
tiempo. Fue en ese instante cuando te dije: ¿Qué hacés, chinita?, porque tenés
cara de chinita, mirá esos ojos chinitos. Y te cuento un secreto, cuando papá
iba a la escuela primaria, sus compañeros le decían “chinito”, y esa cargada nunca
le gustó, hasta hoy, cuando te vi tan feliz y tan chinita.
viernes, 30 de noviembre de 2012
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