La primera vez que cruzamos narices, vos
estabas en el corralito. Me arrodillé, te miré por entre los agujeritos del
tejido de protección, y avancé. Me copiaste. Avanzaste y embocaste tu nariz en
un agujero. Yo retiré la mía, y busqué el roce con tu nariz, que había salido
al patio. Cada vez que enseñabas la nariz al exterior, yo me arrodillaba y
repetía el juego. Mirabas sorprendida. Sucedió pocas veces. Después busqué,
esporádicamente, el roce de nuestras narices. Te hablé de hacer naricitas, me
acerqué y toque tu nariz con la mía. Hasta aquí la historia de este juego. Pero
hace una semana se agregó algo más. Te pregunté, sin pensarlo, como tantas
cosas que decimos con mamá Evangelina sobre vos, haciendo juegos de palabras, pronunciando
las pavadas más simples: Julia, ¿hacemos naricitas?, y entonces la sorpresa.
Estabas sentada en la cama grande. Me miraste y en un segundo adelantaste la
cara, es decir, tu naricita. Mi nariz llegó a la tuya y al mimo. Te sonreías.
Tu cabeza fue para atrás, y luego volvió a avanzar: al frente tu ñata. Ahora,
para que sea fiesta, no tengo más que preguntarte. Las palabras y sus
significados ya empezaron a hacer sus magias.
miércoles, 18 de septiembre de 2013
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