Pensamiento uno

Desde que descubrí el camino hacia la luz, no paro de rebotar contra la lámpara.















UPCN Feria del libro 2018

UPCN Feria del libro 2018
Presentación de "La marca de Gualeguay 1".

Pensamiento dos

A tener en cuenta: la felicidad es un arte efímero.

lunes, 11 de octubre de 2021

Barcos en Avenida Independencia


Composición fotográfica de Mario Bellocchio

Aquello que ya no es, y que, sin embargo, sigue siendo. Regresos. Rescates. Regresa la ciudad como plano general de historias, momentos, sucedidos.

Siempre atento al regreso a otro tiempo. Al aroma del pasado. Elegida ya la herramienta que hace posible mi máquina del tiempo: la escritura.

Regresar a ciudades queridas dentro de una misma Buenos Aires. Todas salvajes, complicadas, siempre dolorosas. Y siempre en ellas el sueño, la poética remembranza de la felicidad. Las historias levitan en el tiempo. Algunas me conocen, saben, y entonces vuelven, casi en continuado, desde la sala de los días alegres.

Escribo fantasmagorías, representaciones de aquello que, sucedido ayer, retorna recuerdos a través de una presencia, sea ésta persona, departamento alquilado, noche de presentación de un poeta, esquina de café, una casa vieja de techos altos con barrilete de San Lorenzo en cielo festivo de navidad.

Todo sucedido ha tenido entidad dentro de la ciudad. Toda fantasmagoría hace posible el regreso sobre el plano general -una toma de abrazo generoso- que establece con claridad que el sucedido fue posible, ante todo, por el marco de viento encrucijado que sabe traer el tango, el blues: una memoria de universo todo en el grande escenario de Buenos Aires. Memorias ciudadanas. Historias, películas nacidas desde una urbanía primordial, fundante, especie de enredadera mágica que aroma como día de infancia las sintonías del cemento que nos contiene, y nos dota de identidad y título.

Habitantes de la ciudad/puerto. Nuestros fantasmas de origen en el cruce de caminos, así desde el inicio de la película. En Buenos Aires los que esperaban hacer la vida, y en la misma ciudad los que llegaban con igual objetivo. Llegar y partir. Pasó ayer. Ocurre hoy. Y en medio los días que dura cada función de cine. Se trata de rodar la película propia, escribir nuestra novela. Se trata a su vez del quehacer aplicado a una pequeña obra. Los afluentes de la totalidad del río como ensueño que diga: aquí estuve, esto o aquello es lo que fui. Una pequeña obra que, desde lo esencial, nos guarde, aunque más no sea, en uno solo de los momentos del mientras tanto. Guardado en un poema, en un cuento, en un boceto a mano alzada, en una foto, en este corto de cine que recreo como prueba de que, alguna vez, además de querer escribir una novela, un cuento, un poema, soñé con hacer un corto dentro del mundo íntimo de mi cine anotado.

Aquello que ya no es, y que, sin embargo, sigue siendo. Siempre estoy volviendo a una película corta, pequeña, de compañía, una rama en el árbol, una historia de lenta fugacidad. Una seguidilla de fotos. Llevo lo visto memoria adentro. Un sucedido en medio del viento, una noche, sobre avenida Independencia. Quince minutos después de una medianoche de Boedo. Navega este corto en el río de mi vida. Sucedió, sucede, hace quince años. Fluye su regreso de escritura. Una película que pide, para contarse, el tiempo que tarda un hombre en caminar dos cuadras a paso tranquilo y atento. Ocupo ahora mismo mi silla en la vereda, en el cine que bosqueja, visita, filma y vuelve a escribir la secuencia.

Abre la pantalla. Recuerdo el desplazamiento. Un corrimiento dentro de la realidad de la avenida. Y una pincelada de posible fantasía. Una secuencia rápida con diferentes encuadres sobre las veredas. Nadie. Vacías. No hay extras. Soy el equipo de rodaje. El testigo. El único.

Avanza una camioneta blanca por el centro de la avenida. Lleva luces intermitentes. Es guía. Su avance enaltece la lentitud. Giro a giro suma centímetros. Presencia destacada que avisa la aparición de la historia. Engalanada de luz. Podría ser fantasma de caballo de circo. Pero no. Anoto en el guión su esencia de práctico de puerto. Habilidad de remolcador llegado desde las sombras. De hombre sabio que dice por dónde el encuentro con la felicidad. Es guía en la noche del cemento.

Detrás de la camioneta. Detrás de la niebla madre de todas las nieblas, un filo metal comienza una seguidilla de cortes. Tajos sobre sábana blanca. Ahora dice el misterio. Vive la creación. El blanco no condiciona. Y libera el contorno de un viejo barco. Chimenea herida, pintura rajada, óxido, carcoma. Violentada su tumba provisoria en cercanía del Riachuelo, el barco viaja hacia su total desaparición. Hay cementerios de barcos. En ríos, océanos. También en tierra. Hay crematorios en que se dispone de las piezas del rompecabezas que hasta en la muerte sostiene una forma barco. Hay misteriosos hacedores de criaturas de metal. Trabajadores que, entre luces y herramientas, convocan una vida otra. Convocarán los fantásticos escultores desde los recortes de la chatarra del después.

El barco navega, regresa, se mueve. Va montado sobre la amplia plataforma de un camión gigante. En la parte más alta del barco hay un hombre. Solo. Entre sus manos una “T” de madera. El hombre atento a los cables que puedan cruzarse sobre el cortejo. El barco que recuerdo es representación y sintonía del paso del tiempo. Transcurrir que trae silencios y presencias. Hay fantasmas junto a las barandas. Vuelven. Navegan Buenos Aires. En la altura del barco, el hombre, el único que aún respira, hace señales con la cruz de madera, la exhibe y reza, “por las dudas” dice su línea de guión mientras abisma la mirada. Los trabajadores de mar y río van ocupados, contemplan felices la orilla cercana.

Detrás un segundo barco. Sale de la niebla la trompa del camión de transporte. Una comunidad de fantasmas guarda silencio. Continúa el regreso. Un hombre en la altura. Solo. Una “T” de madera. A la espera de señales en el cielo. Cruzaron los barcos 24 de noviembre. El primero supera Sánchez de Loria. Restan Virrey Liniers y Maza. En Boedo, imagino, aguarda una nueva puerta, un nuevo puerto de niebla madre. Acompaña, acuna, a los viajeros del más allá. Alienta a los habitantes de la ciudad donde termina el acentuado aroma a día de infancia, donde todo sueño es posible. Un auto pasa veloz pegado al cordón. Imprime su velocidad frente al testigo. Deja una estela de golpes rítmicos que rápido traga el silencio. Otros autos en la avenida. Todos ruedan por los laterales de la avenida mágica. “Ojalá muchos supieran de los regresos necesarios, de los viajes misteriosos cuando es medianoche en la ciudad”, línea de la voz en of del narrador, el testigo, el que filmó, y que hoy ha vuelto a filmar aquello que ya no es, y que, sin embargo, sigue siendo.

Barcos sin nombre. Trabajadores sin nombre. Y aun así el regreso.

Barcos fuera de lugar. En tránsito hacia el más allá profundo por senderos de nuestra orilla. Es que siempre sabe el trabajador de mar y río. Una noche, mi tío Juan, entre filosofales y maravillosos tragos de Jack Daniel’s, me dijo: Toda mi vida fui un barco fuera de lugar. Así dijo en un cuarto piso sobre la encrucijada de San Juan y Muñiz. En Boedo. Los días lo habían llevado hacia otras geografías. Lejos, salvo algunos recreos, de su aldea natal: Buenos Aires. Ahora, mientras escribo, pienso en que todos podemos ser un barco fuera de lugar. Y tantas las razones. La vida es cambio, oleaje para el avance y el retroceso. A veces parece que los días fluyen y entonces la felicidad en el río es posible. En otras el barco aguarda condenado sobre una duna en el desierto. Es tanta la incógnita que hasta cuando todo fluye, la película parece irreal. Barco fuera de lugar frente a una isla paradisíaca. La vida como incertidumbre y fragilidad constante. Barco fuera de lugar después de un óleo apocalíptico de Turner. La vida como movimiento entre debilidad y fuerza. Sueño efímero y aventura maravillosa. La película mientras dura la función de cine. Así nuestro barco, a consciencia, sabe que deberá partir hacia la otra orilla. Una cuestión de tiempo. En un solo lugar no cuenta la incertidumbre. La certeza salvaje de los días está, me digo, en el corto que guardo en la memoria. Dos barcos escorados por el tiempo. Dos barcos que dicen de la vida de ayer, en sueños con historias de feliz laboro, en sueños de pago justo. Dos barcos que siempre dicen la vida mientras avanzan hacia los confines de la naturaleza. En una noche más donde la memoria anota aquello que ya no es, y que, sin embargo, sigue siendo. Sucedió y sucede en Boedo, sobre Avenida Independencia, en Buenos Aires.



1 comentario:

Raquel Varrotti dijo...

la vida como incertidumbre y fragilidad constante...

Bello...