Sobre el techo de la casa en la que vivimos,
se levanta una gran torre de metal que sostiene, a gran altura, un vestigio de
otra época: dos viejas antenas de televisión. Empezaste a registrar la
presencia de a poco, y con más decisión cuando viste que algunos pipi detenían
el vuelo sobre el armatoste. Con pipi o sin pipi, comenzaste a pedirme que te
hiciera upa para estar más cerca de las antenas que llegan casi hasta el cielo.
Disfrutás el juego, la mirada te vende. Y yo feliz, nunca me sentí más útil. Te
alcé muchas veces, cuando hay sol busco el reparo del alero de la galería para
que puedas mirar con la misma comodidad que cuando lo hacés desde el llano.
Menuda sorpresa, Julia querida, me llevé cuando te descubrí parada cerca de la
hamaca, casi pisando el jardín, y con la muñeca Kitty, que tanto querés y que te
regaló la abuela Adela, alzada apenas sobre tu cabeza. No podía creerlo. La
antena y papá eran una sola pieza. Ahí estabas, compartiendo tu juego con la
muñeca. Compartir, hija, es una palabra sintonía de vida: hay que tenerla
siempre en la punta de la lengua de cada idea.
jueves, 13 de marzo de 2014
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